Paavo Järvi afronta los abismos de Bruckner en la Tonhalle de Zúrich

El director estonio abre la temporada sinfónica en la ciudad suiza dirigiendo y grabando su ‘Novena sinfonía’ que se publicará, en 2024, como celebración del bicentenario del compositor

Paavo Järvi dirigiendo la ‘Novena’ de Bruckner a la Tonhalle, el pasado miércoles en Zúrich.GAËTAN BALLY

Anton Bruckner mira al pasado con lágrimas de nostalgia, al final del adagio de su Novena sinfonía. Lo escuchamos con nítida claridad, el pasado miércoles, 13 de septiembre, en el arranque de la temporada de la Orquesta de la Tonhalle de Zúrich. Su titular desde 2019, el estonio Paavo Järvi (Tallin, 60 años), subrayó magistralmente las dos...

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Anton Bruckner mira al pasado con lágrimas de nostalgia, al final del adagio de su Novena sinfonía. Lo escuchamos con nítida claridad, el pasado miércoles, 13 de septiembre, en el arranque de la temporada de la Orquesta de la Tonhalle de Zúrich. Su titular desde 2019, el estonio Paavo Järvi (Tallin, 60 años), subrayó magistralmente las dos emotivas citas del movimiento lento de la Octava sinfonía, en las tubas wagnerianas, y del arranque de la Séptima, en las trompas. Un pasaje conclusivo en la luminosa tonalidad de mi mayor donde también escuchamos a una flauta dibujando una flecha que apunta hacia el cielo.

El devoto compositor de Ansfelden, que redactó estos pentagramas, en noviembre de 1894, casi dos años antes de su muerte, intuía que no tendría tiempo para concluir su última sinfonía. “Quise resaltar deliberadamente esas citas al final del adagio”, reconocía el propio Järvi, ayer jueves, tras recibir a EL PAÍS en su oficina de la Tonhalle. “Es una de las razones por las que me parece ideal terminar aquí la sinfonía sin necesidad de ahondar en lo que Bruckner escribió del movimiento final”, prosigue el director estonio aludiendo a los múltiples borradores y fragmentos del finale dispersos en bibliotecas de Viena y Cracovia.

Estos manuscritos han animado a varios compositores, musicólogos y directores de orquesta a intentar concluir la Novena bruckneriana. Se cuentan no menos de quince propuestas desde Fritz Oeser (1940) hasta la más reciente de Martin Bernhard (2022). “Conozco la completación del finale de la sinfonía de mi buen amigo y gran bruckneriano Benjamin-Gunnar Cohrs, y me parece interesante, pero para mí no es música verdaderamente original de Bruckner”, admite Järvi, que considera ideal terminar la Novena con una cita que conecta con sus dos sinfonías anteriores.

Paavo Järvi dirige a la Tonhalle en una sesión de grabación de la ‘Séptima’ de Bruckner, tras una cortina acústica, en enero de 2022.ALBERTO_VENZAGO

El director estonio y la Tonhalle están inmersos en un proyecto Bruckner: la grabación de esas últimas sinfonías para celebrar su bicentenario, que se celebrará el año próximo. Tres lanzamientos discográficos, en el sello Alpha Classics, realizados en la renovada sala suiza, de 1895, que reabrió sus puertas, en 2021, tras cinco años de reformas. Hablamos de una de las tres salas sinfónicas históricas del Viejo Continente, junto al Musikverein de Viena (1870) y el Concertgebouw de Ámsterdam (1888).

Las obras han devuelto a la Tonhalle su fisonomía original, pero su acústica parece ahora más equilibrada y transparente. “Y más natural, pues ahora te devuelve el sonido”, aseguraba, el jueves, Michael Reid, solista de clarinete de la Tonhalle desde hace cuarenta años, durante una visita guiada por el edificio. Una mejora que este músico escocés atribuye al nuevo parquet flotante de pino negro de Europa del Este que “consigue hacer físicamente tangible la música”.

El proyecto Bruckner arrancó, el pasado enero, con el lanzamiento de la Séptima, y prosiguió, a finales de agosto, con la publicación de la Octava. Estos días trabajan en la grabación de la Novena, que se combina con tres actuaciones en directo, los días 13, 14 y 15 de este mes. “Para la grabación partimos del material registrado en directo, pero somos humanos y a veces durante los conciertos se producen pequeñas imperfecciones que corregimos en sesiones especiales y que son una especie de póliza de seguros”, explicaba Järvi, el pasado jueves, tras finalizar una de esas sesiones dedicada casi monográficamente al primer movimiento de la sinfonía.

El violonchelista Kian Soltani, Paavo Järvi y algunos integrantes de la Tonhalle al final del ‘Concierto’ de Schumann, el miércoles en Zúrich.GAËTAN BALLY

La sesión en la Tonhalle fue liderada desde la sala de control por Philip Traugott, a través de un circuito cerrado que permitía ver el escenario y comunicarse. Este productor, nominado a los Grammy en 2015 y asiduo colaborador fonográfico de Järvi, hizo colocar una enorme cortina tapando el patio de butacas para compensar la acústica de la sala vacía. “Philip tiene un oído impresionante para los detalles y un conocimiento tan profundo como el mío de la partitura”, asegura.

El director estonio admite la importancia que tiene contar con un productor de confianza para las grabaciones: “El micrófono capta el sonido de forma diferente y a veces escucho imperfecciones frente a la orquesta que después suenan bien en la grabación”. Pero también reconoce la exigente preparación con la orquesta suiza. “Tras ensayarla, la llevamos de gira por tres festivales europeos (Bonn, Bucarest y Praga), que culminan en tres conciertos en la Tonhalle con dos sesiones para retoques. Esto es lo ideal para una sinfonía tan compleja, aunque no siempre es posible”, admite.

Järvi no es ningún novato en este repertorio. Entre 2006 y 2017 registró el ciclo bruckneriano (también con la Sinfonía núm. 0) al frente de la Radio de Fráncfort para RCA. Pero admite que tiene ideas nuevas: “Esa es la razón por la que hacemos música. Las notas son las mismas pero soy más viejo y la visión cambia”. Habla de la dificultar para mantener la tensión en los pasajes más contemplativos y desnudos. “Antes tendía a dirigir más rápido estos puntos muertos por miedo al vacío, pero ahora son mis pasajes favoritos, pues nos permiten afrontar el abismo y caminar hacia otra dimensión”, reconoce.

Aplausos para la Orquesta de la Tonhalle al final de la ‘Novena’ de Bruckner, el miércoles en Zúrich.GAËTAN BALLY

Muchas de las sorpresas de su reciente grabación de la Octava sinfonía están relacionadas con esas ideas. Lo comprobamos, por ejemplo, en el desarrollo del primer movimiento, allegro moderato, con esos solos del viento madera y metal entrelazados sobre el trémolo de los violines. Un oasis de paz que nunca pierde frescura y elocuencia. Y lo mismo puede decirse ahora de la Novena donde mantiene una capacidad admirable para equilibrar el corazón y el cerebro, aunque no considera esa inspiración divina que llevó a Bruckner a dedicar la sinfonía al “amado Dios”.

“En la partitura de la Novena todo está escrito por Bruckner de una forma estructural y científica. Si además suena orgánico es porque era un gran maestro y no porque creyera en Dios”, añade Järvi. Y subraya que al componer un coral instrumental, como los que encontramos en esta sinfonía, es más útil creer en Bach que creer en Dios. Habla de la frustración y violencia que destilan muchos de sus pasajes más disonantes y llenos de contrastes. “Suelo decir a la orquesta que La consagración de la primavera, de Stravinski, palidece al lado del scherzo de esta sinfonía, aunque después el trio parezca mendelssoniano”.

El concierto de apertura de la nueva temporada se inició, el pasado miércoles, con sendos discursos de Martin Vollenwyder, presidente de la Tonhalle, y de su intendente, Ilona Schmiel. Ambos resaltaron el prestigio internacional que ha recuperado la orquesta en los últimos años, al tiempo que anunciaron varios hitos de la nueva temporada. Es el caso de los dos intérpretes residentes, el violonchelista austro-iraní Kian Soltani, que tocó en el concierto inaugural, y la organista letona Iveta Apkalna, que dará vida al nuevo órgano de la sala. Pero la orquesta suiza también apuesta por el crossover y contará este año con el integrante de la banda de rock The National, Bryce Dessner, como compositor en residencia. De él se escuchará música orquestal, sus conciertos para violín y piano y un proyecto inmersivo multimedia titulado Electric Fields.

La velada del miércoles se inició con el lírico y otoñal Concierto para violonchelo, de Robert Schumann. Soltani (Bregenz, 31 años) fue un solista ideal de la obra al apostar por un enfoque rapsódico en los movimientos rápidos con una combinación de técnica y fraseo admirables. Pero fue en el central langsam donde sobresalió musicalmente su diálogo con el primer violonchelo del conjunto suizo, Rafael Rosenfeld. Un enfoque del acompañamiento que Järvi llenó de detalles camerísticos y de texturas exquisitas. Fue el caso de la alfombra que tejió la cuerda en la propina, una arreglo de Abendlied, la última de las Doce piezas de piano para niños grandes y pequeños, op. 85, de Schumann, donde Soltani cantó a placer.

Pero fue la Novena bruckneriana la composición que acaparó toda la atención. El inicio del primer movimiento ya mostró la calidad del conjunto suizo. Un tupido murmullo de la cuerda, la perfecta conjunción de la madera al establecer la tonalidad de re menor, y el tono pastoso y fluido de sus trompas, que han contado para la ocasión con dos refuerzos españoles: Adrián Díaz, solista de la Orquesta NDR de la Filarmónica del Elba, y José Miguel Asensi, solista de la Sinfónica de Castilla y León. Järvi ascendió al primer tema como si escalase una montaña, dejó cantar a los primeros y segundos violines el segundo, y aseguró el fluir contrapuntístico del tercero. Pero volvió a deslumbrar, como en la Octava, en el desarrollo que aquí se fusiona con la recapitulación. Los abismos sonoros brucknerianos encontraron protagonismo junto a los pasajes más densos y climáticos donde Järvi no tiene ningún problema en arrastrar ligeramente el tempo para multiplicar su efecto.

El scherzo tuvo sus dosis exactas de brutalidad explosiva pero también de elegante mediación por parte del oboe y el resto de la madera. Y también funcionó el contraste juguetón y lírico del trío, a pesar de algunas leves imprecisiones. Pero lo mejor de la velada fue el adagio trazado aquí con un enfoque más cercano a la aventura y la fantasía que a la espiritualidad. Escuchamos menos alusiones al Parsifal wagneriano y más planos sonoros dramáticos, bellísimos y atrevidos. Otra crónica de los abismos brucknerianos de Järvi encaminada hacia el clímax más disonante y desgarrador escrito hasta ese momento en una sinfonía. Y a esa coda donde parece despedirse del mundo recordando sus dos sinfonías anteriores.

El último día de la vida de Bruckner fue domingo. Era 11 de octubre de 1896 y, en Viena, la jornada amaneció ventosa. El compositor pasó toda la mañana trabajando en los bocetos del último movimiento de su Novena sinfonía en su viejo Bösendorfer. El viento impidió su caminata diaria. Tampoco tenía apetito para almorzar. Sintió frío y pidió té. Su ama de llaves le aconsejó que volviera a la cama. Y se durmió para siempre.


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