Cannes se enreda con el Me Too al abrir el festival con un acartonado Johnny Depp
La falta de química entre el actor y Maïwenn, protagonista y directora de ‘Jeanne du Barry’, lastra una historia que reivindica a la amante de Luis XV como símbolo feminista. Algunas activistas llaman al boicot del festival por “aplaudir a violadores”
Hace ya demasiado tiempo que Johnny Depp perdió su trono en el cine. Los escabrosos escándalos de su tóxico matrimonio con Amber Heard le pasaron una factura profesional que ahora, tres años después de su último papel como protagonista, busca la red...
Hace ya demasiado tiempo que Johnny Depp perdió su trono en el cine. Los escabrosos escándalos de su tóxico matrimonio con Amber Heard le pasaron una factura profesional que ahora, tres años después de su último papel como protagonista, busca la redención en el festival de cine más importante del mundo. A pocas horas de su estreno en Francia, la película elegida para inaugurar la 76º edición del Festival de Cannes, el drama histórico Jeanne du Barry, se enreda con activistas del Me Too mientras sienta en el trono de Versalles a un Depp sin carisma y acartonado, víctima de una máscara que ha pasado del desmadrado histrionismo de Piratas del Caribe al hierático y evasivo gesto de un actor perdido en sus circunstancias.
Jeanne du Barry es un nuevo capítulo en la intensa relación de Depp con Francia, un idilio que no se limita a una película sin química entre sus dos amantes, una historia de amor en la que el rey y su cortesana parecen obligados a besarse a punta de pistola. El actor, casado durante años con la estrella francesa Vanessa Paradis, con quien tiene una hija y un hijo, acaba de firmar un contrato histórico de 20 millones de dólares con todo un emblema parisino, la casa Dior, para seguir siendo imagen de su perfume masculino Sauvage. Y todo mientras busca inversión para su biopic sobre Amedeo Modigliani, película con la que pretende volver a la dirección después de más de 25 años, cuando debutó con The Brave.
Pero más allá de Depp, que con esta película descubrirá si pese a todo aún cuenta con el favor del público, el problema principal de Jeanne du Barry es, sobre todo, su directora y actriz principal, la también polémica Maïwenn, acusada a su vez de agredir al director del portal de cine Mediapart después de que publicasen unas supuestas acusaciones de violación contra su exmarido, el cineasta Luc Besson. Maïwenn se mete en la piel de la amante de Luis XV (“acaso no son las chicas que vienen de la nada las que están preparadas para todo”, dicen de ella en el filme) con la fallida intención de reconvertir a su heroína en un símbolo feminista contemporáneo, una mujer que desafió los códigos de su época en la piel de eso que con desprecio se ha tachado como “la otra” y que ahora, también gracias a la coronación de la reina Camila, vive sus horas más dulces dinamitando el arquetipo de la adúltera.
Sus constantes tics delante de la cámara y su poca personalidad detrás convierten Jeanne du Barry en una nadería fácil de olvidar que solo justifica su presencia en la inauguración de Cannes como una declaración de intenciones demasiado imprecisa. El jefe del festival, Thierry Frémaux, ha defendido la libertad de expresión como máxima absoluta de un certamen que se desmarca así de un Hollywood secuestrado por la radical polarización de su país y la era post Me Too. La actriz francesa Adèle Haenel (Retrato de una mujer en llamas, Regreso a Reims) es la que ha ido más lejos acusando al festival de aplaudir a violadores, aunque en un giro extraño en una entrevista con Le Figaro, Frémaux afirmó que no había incluido en la programación de este año la última película de Woody Allen, Coup de Chance, para evitar controversias, sin aclarar a qué se refería exactamente, si a la calidad de la película o a la presencia del cineasta neoyorquino.
El lunes, en rueda de prensa, Frémaux sí se extendió sobre la polémica con Jeanne du Barry: “Si a Johnny Depp se le hubiera prohibido actuar en una película, o si la película hubiera sido prohibida, sería otro asunto. Pero nada de eso ha sucedido. Nadie protestó por verlo en el reparto de una película francesa. El problema surgió cuando se anunció la película en Cannes. Somos un foco de atención y está bien que el festival sirva para discutir cuestiones ajenas al cine”. En referencia al juicio de Depp y Amber Heard añadió: “Soy la última persona interesada en la vida de Depp. No encontré el menor interés en su mediático juicio. Johnny Depp solo me importa como actor”.
La defensa de la libertad de expresión, esgrimida constantemente por el festival, es siempre un argumento de peso, pero en el caso de Cannes tampoco es una verdad absoluta. En este mismo lugar hace ya unos años, concretamente en 2011, se declaró de forma fulminante persona non grata al cineasta danés Lars Von Trier, que ese año presentaba su extraordinaria Melancolía, por unas desafortunadas declaraciones sobre sus sentimientos de empatía hacia lo días finales de Hitler. Von Trier regresó a Cannes en 2018 en un intento por parte del festival de reparar aquel engorroso asunto. Ocurrió poco después de que la escalada de denuncias contra el productor Harvey Weinstein pusiera patas arriba algo mucho más grande que la industria del cine.
Francia fue desde el principio el país más reacio a sumarse a aquel movimiento global. Catherine Deneuve, imagen del cartel de Cannes de esta edición, fue una de las actrices más rotundas a la hora de denunciar un feminismo que “odia a los hombres”. La directora Catherine Breillat, presente en la sección oficial de este año, fue más lejos al mostrar en público su apoyo a Weinstein. Breillat incluso tachó a una de las denunciantes, Asia Argento, de “traidora” por denunciar los abusos que sufrió por parte del productor. En un giro rocambolesco, Argento era Jeanne du Barry en Maria Antonieta, la película de Sofia Coppola que sí se adentraba con originalidad y talento en Versalles.
Guste o no, la inauguración de Cannes quedará empañada por una confrontación cada vez más emponzoñada. El hashtag #CannesYouNot, impulsado por una activista amiga de Amber Heard, pretendía horas antes del pistoletazo de salida poner en evidencia un certamen que celebra a los “abusadores desde hace 76 años”. También circulaba una llamada a boicotear al cine francés, “que no deja de mostrar su solidaridad y complacencia con los hombres acusados de violencia”, decía la circular, “trivializando la violencia masculina y el desprecio a las mujeres”. Según este texto, “la violencia sistémica contra las mujeres” se ve reflejada en una alfombra roja que celebra a estrellas como Johnny Depp intentando pintarlo como “estrellas del rock and roll subversivas”. “Mientras estos hombres trabajan y se apoyan, las víctimas arriesgan su vida y su carrera. Es Amber Heard quien vive escondida en España y es Adèle Haenel quien se ha puesto en huelga para denunciar la complacencia generalizada de la profesión con los agresores sexuales”, añadían.
Desde que irrumpió el Me Too, Cannes, como casi todos los festivales de cine, mantiene un complejo equilibrio que cada año amenaza con saltar por los aires. Jeanne du Barry tiene mucho de declaración de intenciones. El derecho a la reinserción de un actor que se ha convertido en una mezcla de ídolo y paria y que tiene el derecho a redimirse a través de su trabajo, aunque no con una película en la que, en el fondo, ejerce de rey destronado cruzando sin ninguna convicción la histórica sala de espejos de Versalles. Ese opulento lugar que alguien, en la propia película, define así: “Esto no es grotesco, esto es Versalles”.