Bruce Springsteen en Barcelona: resistir es vencer
El rockero impone su tesón y un repertorio fibroso a un Estadi Olímpic feliz, lleno con 56.000 personas
Es él, y su sola presencia en el altar mueve montañas de esta religión laica de quienes, al ver salir a la banda, uno a uno, bramaron “¡Bruce!” cuando la noche aún no reinaba. Y las liturgias son formas y Bruce Springsteen, este viernes ante 55.800 personas, en un Estadi Olímpic lleno, no se apartó del guion: camisa negra, muñequeras de igual color, tejanos y cabello esculpido. Saludó con su tradicional “¡Hola Barcelona, hola Catalunya!” y el concierto comenzó con No Surrender. Griterío, aunque comedido, para s...
Es él, y su sola presencia en el altar mueve montañas de esta religión laica de quienes, al ver salir a la banda, uno a uno, bramaron “¡Bruce!” cuando la noche aún no reinaba. Y las liturgias son formas y Bruce Springsteen, este viernes ante 55.800 personas, en un Estadi Olímpic lleno, no se apartó del guion: camisa negra, muñequeras de igual color, tejanos y cabello esculpido. Saludó con su tradicional “¡Hola Barcelona, hola Catalunya!” y el concierto comenzó con No Surrender. Griterío, aunque comedido, para saludar la vuelta del jefe, cuya voz trepaba entre el estruendo reinante mientras los técnicos de sonido ajustaban los controles. Ghost despertó los brazos de la multitud, con indisimuladas ganas de homenajear a una estrella que no brillaba en la ciudad desde 2016. Primer solo de guitarra en Prove It All Night, primer detalle con la multitud al subtitular en las tres pantallas en catalán Letter To You, y primer ataque con armónica en The Promise Land, para dar paso al primer desparrame colectivo con Out In The Street.
En poco menos de media hora, la pauta, calcada a la de la gira norteamericana, ponía en órbita a este representante de una generación de rockeros que él ha personificado y que en Barcelona recibió la adhesión de su público, tan granado como deseoso de decirle con gestos lo que Gómez de la Serna dijo en sus greguerías: “El amor nace del deseo repentino de hacer eterno lo pasajero”.
Escenario enorme, tres pantallas, muchas luces y una banda descomunal, la E Street, con coristas y vientos, que se soltó con una impresionante versión de Kitty’s Back, preludio para el pellizco soul de Nightshift, tras cuyo final el público entonó el “¡oeoeoe!” de la satisfacción total. No más espectáculo que el propio Springsteen con su nítida imagen de hombretón sensible, un antiguo don nadie cultivado por la vida y ahora paradigma de una masculinidad sin connotaciones tóxicas pese a su obviedad. Equilibrando el panorama, una banda tan provecta como solvente, en la que destacó Jake Clemons —los aplausos iban para el fallecido Clarence— y un Steve Van Zant cuyo aspecto de pirata evoca más al gamberro personaje de la serie Lilyhammer que al de Los Soprano. Con Human Touch, apenas escuchada en la gira y ensayada por la tarde, con el público haciendo cola y aplaudiéndola como si ya estuviese en el concierto, el recinto se llenó de luciérnagas digitales en una estampa hermosísima. El éxito, algo que Springsteen ha convertido en rutina, pues todos ven en él algo que desearían para sí, sea lo que fuere.
Igual es el tesón, esa fuerza que le lleva a exprimir su voz a los 73 años, una voz que pese a estar erosionada, al menos esta noche recuerda a una roca que pese a los embates del mar se yergue tan pulida como orgullosa, haciendo de sus melladuras una muestra de la vida transcurrida. Es él, capaz de abrir un restaurante de piticlín a medianoche como hizo la víspera con sus amigos y, sin embargo, parecer uno de los nuestros. De igual manera, pese a ser un señor en escena, no se comporta como tal sin por ello chirriar, acompañado por un repertorio con muchas miradas a cuando ser joven era simple biología. Y ahí estaba The E Street Shuffle, 50 años en su partitura y el público sonriendo como si la pieza les devolviese a cuando la edad no contaba. Pay Me My Money Down, canción de trabajo de los estibadores negros, ya puso al estadio en modo juerga beoda y folk y se entró en la pendiente hacia el final.
Y fue el perfecto colofón para un concierto triunfal, uno más del Boss: entre otros, himnos generacionales, como Born in the USA (estreno en esta gira, que no había tocado), Wrecking Ball, Bobby Jean, The Rising, Badlands, Born To Run, Dancing In The Dark o Glory Days (haciendo coros en el escenario Patti Scialfa, Michelle Obama y Kate Capshaw, esposa de Steven Spielberg) cerraron una noche cuyo recuerdo viajó a casa con cada asistente, para ser acunado por el tiempo y la memoria. Terminó con I’ll See You In My Dreams, y el domingo más, mientras la cosmopolita Barcelona sigue recordando a Pepe Isbert y Springsteen a míster Marshall. La vida que da sorpresas.