La cruzada de la ultraderecha francesa contra una artista acusada de “pedopornografía”
El partido de Le Pen lidera una campaña contra la pintora suiza Miriam Cahn, que expone una obra sobre una felación forzada en un museo de París. Sus censores creen que la víctima es menor y exigen su retirada. La justicia ha dado la razón a la artista
El cuadro se titula Fuck Abstraction. Representa a un hombre corpulento que obliga a una víctima maniatada a practicarle una felación, junto a otra silueta arrodillada a la que sostiene por la cabeza. La obra se expone desde febrero dentro de una retrospectiva dedicada a la artista suiza Miriam Cahn en el Palais de Tokyo, tal vez el centro de arte contemporáneo más prestigioso de París. Nadie había reparado en el lienzo, rodeado como estaba de otras perturbadoras estampas sobre los más ...
El cuadro se titula Fuck Abstraction. Representa a un hombre corpulento que obliga a una víctima maniatada a practicarle una felación, junto a otra silueta arrodillada a la que sostiene por la cabeza. La obra se expone desde febrero dentro de una retrospectiva dedicada a la artista suiza Miriam Cahn en el Palais de Tokyo, tal vez el centro de arte contemporáneo más prestigioso de París. Nadie había reparado en el lienzo, rodeado como estaba de otras perturbadoras estampas sobre los más atroces crímenes de guerra. Hasta que la extrema derecha de Marine Le Pen descubrió la obra y exigió que fuera descolgada de inmediato de este museo público.
Los censores de Cahn consideran que la víctima del cuadro es menor de edad. La artista asegura que no es así: su innegable diferencia de complexión sería solo una licencia poética para distinguir a la víctima de su verdugo. Estas dos percepciones han originado la mayor polémica cultural de la temporada en París. El caso ha acabado en los tribunales. Tras la acusación del partido de Le Pen, el Reagrupamiento Nacional (RN), seis asociaciones contra la violencia infantil llevaron a la pintora suiza ante el Tribunal Administrativo de París. Exigían censurar esa obra y prohibir la muestra a los menores de 18 años. Sin embargo, la justicia francesa falló este martes a favor de la artista y consideró que la denuncia no tiene fundamento. En su auto, el tribunal asegura que la obra se refiere “al uso de la sexualidad como arma de guerra” y que no puede ser entendida “fuera del contexto del trabajo de Cahn”, que lleva 40 años documentando y denunciando los horrores que acontecen en el campo de batalla.
El museo parisiense donde se expone la muestra de Cahn, Mi pensamiento serial, aplaudió la decisión y denunció “la instrumentalización de la obra de arte y el desprecio por el papel de los museos” demostrado por la extrema derecha, según señaló en un comunicado. Pese a todo, el Palais de Tokyo ha reforzado esta semana la mediación en torno a la obra, poniendo a disposición del visitante a un equipo de guías que precisan las intenciones del artista. A petición de Cahn, también se ha añadido un texto explicativo junto a la obra, que asegura que la obra hace alusión a la guerra en Ucrania y la matanza de Bucha.
“No son niños. El cuadro trata de cómo la sexualidad se usa como arma de guerra, como crimen contra la humanidad. El contraste entre los dos cuerpos muestra el poder corporal del opresor”, se ha defendido Cahn, que en otros cuadros también denunció la violencia cometida en el marco de la guerra de los Balcanes o en el Golfo Pérsico. Cerca de 45.000 personas ya han visitado la exposición, que reúne 200 obras de Cahn y que seguirá abierta en París hasta el 14 de mayo. Aun así, esta historia podría no acabar aquí. La asociación Juristas por la Infancia, que ha tildado esta obra de “pedopornográfica”, asegura que recurrirá la decisión judicial ante el Consejo de Estado, máxima instancia administrativa del país.
Detrás de la campaña se encuentra Caroline Parmentier, mediática diputada del RN de Le Pen. La inició a mediados de marzo a través de sus redes sociales, cuando se desplazó al Palais de Tokyo para ver el cuadro con sus propios ojos, al que ya se habían opuesto otras personalidades, como el presentador televisivo Karl Zéro. “Nada justifica esta exposición, ni siquiera la denuncia de la guerra. Esta obra es una incitación y un guiño a los depredadores y a los agresores de niños”, dijo en un vídeo grabado en las salas del museo. Días más tarde, Parmentier se enfrentaba a la ministra francesa de Cultura, Rima Abdul Malak, durante un pleno en la Asamblea Nacional, con Le Pen asintiendo y aplaudiendo al lado de su diputada. “La intención de la artista es diametralmente opuesta a la interpretación que hace usted. El arte puede ofender, provocar malestar o asco, pero la libertad de expresión y de creación está garantizada por la ley”, rebatió la ministra.
“Esta obra es una incitación y un guiño a los depredadores y a los agresores de niños”, ha dicho la diputada Caroline Parmentier, próxima a Le Pen
Las obras de Cahn, de 73 años, han sido expuestas en las mayores citas del arte contemporáneo, como la Documenta de Kassel, la Bienal de Venecia o la pasada feria Arco, en Madrid. En 2019, también protagonizó una exposición en el Museo Reina Sofía sin suscitar ningún escándalo. Al presentar su retrospectiva en París, a mediados de febrero, la artista aseguró que pensaba con “las entrañas y no con el cerebro”, lo que podría explicar la energía visceral que emana de su pintura tétrica, de contenido radioactivo bajo un trazo engañosamente infantil.
No es la primera vez que la extrema derecha francesa usa la cultura como campo de batalla. A finales del año pasado, el RN ya batalló para obtener la anulación de una exposición del dibujante Bastien Vivès, invitado al Festival de Angulema, el más importante en el sector del cómic. Una asociación por la protección de la infancia había denunciado a Vivès, autor de libros aclamados como El sabor del cloro y Una hermana —pero también de otros tres volúmenes que incluían dibujos incómodos, de contenido sexual, protagonizados por menores—, por “difusión de imágenes pedopornográficas”. Detrás de esa campaña ya se encontraba Parmentier, que se ha especializado en la lucha por la defensa de “los valores comunes”.
En realidad, estas guerras culturales son una especialidad de la extrema derecha francesa desde hace décadas. La estrategia siempre es la misma: denunciar el elitismo de los círculos del arte contemporáneo, reivindicar el patrimonio histórico y la belleza del arte de toda la vida. Les permite movilizar a su electorado con su apología del tradicionalismo, seducir al flanco religioso de la derecha más moderada y, por encima de todo, colmar titulares de prensa.
En 2014, una obra hinchable del artista estadounidense Paul McCarthy, que representaba un árbol de Navidad en forma de juguete sexual gigante, despertó protestas del colectivo ultraconservador Printemps Français, que se creó durante las manifestaciones masivas contra el matrimonio homosexual en Francia. En 2011, la asociación extremista Civitas también protestó contra las dos obras teatrales, a cargo de Romeo Castellucci y Andrés Serrano, por su supuesta blasfemia. En los ochenta, el Frente Nacional, la anterior marca del RN, ya se había indignado con las columnas decorativas que Daniel Buren instaló en el Palais Royal de París. Para los extremistas, el arte contemporáneo forma parte de la “insoportable realidad de una sociedad en plena decadencia”, como expresó una vez Le Pen. A la que no dudan en imitar, de un tiempo a esta parte, las ultraderechas de otras latitudes europeas.