Paloma Díaz-Mas, filóloga y escritora: “La historia de los sefardíes nos hace comprender mejor la nuestra”

La nueva académica de la RAE ingresa en la institución con un discurso sobre la vida del judeoespañol a través de los tratados científicos que produjo un idioma hoy casi extinto

La filóloga y escritora Paloma Díaz-Mas, este domingo durante su discurso de ingreso en la Real Academia Española en Madrid.Andrea Comas

Como si fuera una especie animal perseguida, el judeoespañol es una lengua en peligro de extinción según la Unesco. Sin embargo, hay quien todavía lucha por preservar su bello recuerdo, que incorporó al castellano de los judíos expulsados en el siglo XV de la península Ibérica palabras de las lenguas de los territorios de su diáspora, entre otros, del turco, el hebreo, el búlgaro… La filóloga y escritora Paloma Díaz-Mas...

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Como si fuera una especie animal perseguida, el judeoespañol es una lengua en peligro de extinción según la Unesco. Sin embargo, hay quien todavía lucha por preservar su bello recuerdo, que incorporó al castellano de los judíos expulsados en el siglo XV de la península Ibérica palabras de las lenguas de los territorios de su diáspora, entre otros, del turco, el hebreo, el búlgaro… La filóloga y escritora Paloma Díaz-Mas (Madrid, 68 años), que ha ingresado esta noche en la Real Academia Española (RAE), es una de esas personas que estudia y ama la cultura y la literatura de los sefardíes. Por ello ha dedicado su discurso, Ciencia en judeoespañol, a los tratados que han contado en esta lengua cómo las vacunas luchaban contra una pandemia o la función de los intestinos en nuestro cuerpo.

Díaz-Mas, que ocupará la silla i, vacante desde el fallecimiento de la bioquímica Margarita Salas, el 7 de noviembre de 2019, es la octava mujer en el actual pleno de la institución, que integrarán con ella 41 académicos (hay 46 plazas en total). En la habitual referencia del nuevo miembro de la corporación a los antecesores de su silla, Díaz-Mas ha calificado a Salas, pupila de Severo Ochoa, como “una solvente investigadora” que, sin embargo, en los años sesenta tuvo que ver cómo “era conocida por ser la mujer de Eladio Viñuela”, el científico con el que se casó.

A renglón seguido, pronunciando en judeoespañol las partes elegidas en esta lengua, ha desgranado su selección de obras científicas: como el Diálogo del colorado, impreso en Salónica en 1601, que no trataba de ese color, sino de la escarlatina, a propósito de una epidemia de esta enfermedad desatada en el entonces puerto otomano. Su autor fue el médico Daniel de Ávila, “nacido en España o en Portugal” y que se cree perteneció “a una de aquellas familias conversas que esquivaban como podían a la Inquisición y practicaban a escondidas el judaísmo”, dijo. De Ávila llevó su saber al imperio otomano, donde escribió su obra en aljamía, “en lengua romance con letras hebreas”, en un estilo que él mismo definió “dulse y suabe”. Estudió la enfermedad, los tratamientos (“fregamientos, lavatorios”) o “cómo se curarán las paridas del colorado”.

Otro hito, algo anterior, fue el del científico Mošé Almosnino, “descendiente de judíos expulsados de Huesca”, quien en misión diplomática en Constantinopla, en 1566, maravillado por la capital imperial, redactó allí mismo una Crónica de los reyes otomanos. La escribió “en castellano con aragonesismos, catalanismos, hebraísmos, turquismos...”, y era mucho más que un libro de viajes. “Habla de la perfección del número 10, de por qué es tan extremo el clima de Constantinopla, de la salubridad pública y, lo que más le admiraba, la ingeniería aplicada a las obras públicas”. En especial, un puente al que se acercó “por veer y comprender bien todo modo de la fábrica, coza digna de venir de muy largo camino”.

Paloma Díaz-Mas, en el salón de plenos de la RAE, minutos antes de su discurso de ingreso.Andrea Comas

Elegida en el pleno de la RAE del 22 de abril de 2021, Díaz-Mas —a la que ha respondido con el discurso de bienvenida el académico José María Merino—, nació en 1954 y estudió Filología Románica y Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid, donde se doctoró en 1981 con la tesis Temas y tópicos en la poesía luctuosa sefardí. Sin embargo, su primera vocación fue la literaria. Debutó con un libro de microrrelatos (Biografías de genios, traidores, sabios y suicidas) en 1973, con solo 19 años.

Desde entonces, ha desarrollado una doble faceta de filóloga y escritora. De 1983 a 2001 fue profesora de Literatura Española en la Facultad de Letras de la Universidad del País Vasco, en Vitoria. Allí también impartió clases de Lengua y Literatura Sefardíes. En paralelo, en 1984 fue finalista del Premio Herralde de novela con El rapto del Santo Grial, a la que siguieron El sueño de Venecia (Premio Herralde en 1992), La tierra fértil (1999) y Lo que olvidamos (2016); además, los cuentos de Nuestro milenio (1987), los relatos autobiográficos Una ciudad llamada Eugenio (1992) y Como un libro cerrado (2005,) y los libros de narrativa de no ficción Lo que aprendemos de los gatos (2014) y El pan que como (2020). Algunas de sus obras se han traducido al francés, alemán, inglés, portugués y griego.

Como investigadora, ha pertenecido al Instituto de Lengua, Literatura y Antropología del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), donde dirigió el programa Los sefardíes ante sí mismos y sus relaciones con España. Sus trabajos se ha ocupado de cuestiones como la literatura en judeoespañol producida en la diáspora sefardí desde el siglo XVIII.

La función de las tripas

Precisamente de ese siglo es otro de los tratados que mencionó: Meam loez (que significa “de un pueblo que no habla hebreo”). Se trata de “un comentario de la Biblia que vertió el saber rabínico”. Una enciclopedia a varias manos que se ensanchó hasta 1773 y abarcó materias como astronomía, física, anatomía… En ella se explicaba, por ejemplo, por qué el agua del mar es salada: “Por la calyentura de los sielos, pues según verésh una kaldera de agua ke estando en la lumbre, kuanto más se apura, se haze salada, lo mezmo es esto”. Tan bella resulta la descripción de órganos: “El korasón, ke es el rey del kuerpo, ke aí es la morada del espíritu vivo”; o de manera más prosaica se hablaba de la función de las “tripas”: “Resibir el estiérkol de la komida i bebienda”. Tampoco faltaba información sobre cómo se alimenta el feto: “La boka serada, i el ombligo abierto ke por alyí kome de lo ke kome su madre i beve de lo ke beve su madre”.

Díaz-Mas lee su discurso en el salón de actos de la RAE este domingo.Andrea Comas

En 1922, el doctor Alḅert Šaul publicó en Constantinopla el Libro de hiģién (Libro de higiene), sobre enfermedades contagiosas, con prescripciones que han vuelto a la actualidad un siglo después, como el “asolamiento” (confinamiento) y la “vaksín” (vacuna), cuya función definía así: “Haćer ayudicas debaǰo del cuero de microḅes muertos, a_fin de pu֝jar la fortaleźa del cuerpo”. En aquella década todavía los sefardíes hablaban judeoespañol en Turquía y los Balcanes. “Un cuarto de siglo después, la situación había cambiado radicalmente” por el asesinato de miles de personas a manos de los nazis y la emigración a América, que rompió “la cadena de transmisión de esa lengua”.

Desde entonces, la débil llama del judeoespañol ha pervivido gracias a “libros de memorias, novelas autobiográficas, recuerdos de infancia…”. Y hoy, cuando escuchamos hablar el “españolico” a judíos como Benno Aladjem, búlgaro afincado en Barcelona, que así llama al idioma que aprendió de sus abuelas, “nos pueden parecer muy lejanos en el tiempo”, apuntó Díaz-Mas, “pero su historia nos hace comprender mejor la nuestra, nos reconocemos en ellos”.

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