Åsne Seierstad, la periodista noruega que quiso entender al terrorista de Utoya
La autora del libro ‘Uno de los nuestros’, sobre la masacre en la isla noruega, charla sobre la frustración y el odio como motores del extremismo
Cuando le dan a escoger entre una austera silla de oficina y un sofá de escay blanco que parece bastante cómodo, Åsne Seierstad (Oslo, 52 años) no lo duda. Lleva 40 horas despierta. Ha estado corrigiendo sin descanso su último libro, sobre el primer año de Gobierno de los talibanes en Afganistán, y ha volado de Oslo a Barcelona para dar una charla, Remontar después de la tragedia. Seierstad se acomoda en el sofá bajo un cuadro de Tàpies que no ha podido apreciar y responde, ágil pese al agotamiento, en el salón princ...
Cuando le dan a escoger entre una austera silla de oficina y un sofá de escay blanco que parece bastante cómodo, Åsne Seierstad (Oslo, 52 años) no lo duda. Lleva 40 horas despierta. Ha estado corrigiendo sin descanso su último libro, sobre el primer año de Gobierno de los talibanes en Afganistán, y ha volado de Oslo a Barcelona para dar una charla, Remontar después de la tragedia. Seierstad se acomoda en el sofá bajo un cuadro de Tàpies que no ha podido apreciar y responde, ágil pese al agotamiento, en el salón principal del Palau Macaya, joya modernista de una ciudad que no pisaba desde que presentó su novela El librero de Kabul (2002) y de la que ha estado algo desconectada. Confiesa, con cierto pudor, que no estaba muy al tanto de los atentados de La Rambla, que dejaron 16 víctimas mortales en 2017. Pero intuye que a los jóvenes yihadistas del 17-A les corroe la misma “frustración” que a un terrorista de extrema derecha que conoce demasiado bien: Anders Breivik, el neonazi que el 22 de julio de 2011 hizo explotar una bomba ante la oficina del primer ministro noruego, en Oslo, y después alcanzó la isla boscosa de Utoya, donde mató a 69 chicos, la mayoría miembros del gobernante Partido Laborista.
En Uno de los nuestros (Península, 2022, con traducción de Laura Lecuona González; Edicions 62 en catalán, 2022, traducida por Mireia Alegre e Imma Estany Morros), la periodista y escritora explora la personalidad de Breivik y descubre que, bajo la máscara de un extremista implacable que pretendía ser faro de la extrema derecha en Europa, se esconde una personalidad frágil, un chico desubicado, que se siente víctima y que reclama atención a gritos. La profunda “frustración” de algunos individuos, explica Seierstad en la entrevista, es la semilla de los extremismos y el motor íntimo de no pocos ataques terroristas.
Pregunta. La masacre cometida por Anders Breivik puso el acento en las consecuencias del supremacismo blanco. ¿Cree que es un movimiento en auge?
Respuesta. No soy una experta, pero es cierto que vemos más atacantes individuales y es un asunto con el que Europa debe lidiar. También Estados Unidos, que está viviendo ataques de la extrema derecha contra mexicanos o contra mujeres que a veces resultan difíciles de definir. Hay mucha gente frustrada. Gente que piensa que merece más de lo que tiene, y que culpa a los demás de todo lo que les pasa.
P. ¿Cuál cree que es el remedio contra ese naufragio personal que, como dice, puede conducir a la radicalización?
R. Tengo una respuesta muy aburrida, pero creo que es la única válida. Hay que intentar construir sociedades funcionales, inclusivas, donde los chicos tengan salidas... Por ejemplo, deportes y actividades gratis. No vale decir que, de no haber sido Breivik, habría 50 personas más dispuestas, eso no es cierto.
P. Una vez juzgado y condenado, ¿qué ascendencia tiene Breivik sobre los movimientos de extrema derecha?
R. Breivik concentró su mayor poder cuando no sabíamos nada de él, cuando solo conocíamos sus fotos, en las que aparecía armado, con uniforme, y parecía más alto de lo que es en realidad. Pero cuando lo diseccionas ves que hay mucha tristeza, que es un pequeño chico gritando: “¡Mírame, mírame!”. No es una persona carismática, no es un líder; tampoco es bueno con las palabras. Su único logro es que tiene el récord de haber sido el terrorista en solitario que ha matado a más gente. Pocos pueden hacer lo que él hizo, la mayoría de los terroristas falla.
P. ¿Qué tiene en común Breivik con, pongamos, los terroristas yihadistas? ¿Les mueve el mismo odio?
R. Comparten el odio, sí, pero el odio por sí mismo no es suficiente. Todos ellos necesitan una ideología para justificarse, necesitan decir que lo hacen por una gran causa. Si estudias a los yihadistas, ves que muchos también tienen problemas psicológicos. Pero el terrorismo es siempre un medio para conseguir el objetivo, la fama o lo que sea. Y la religión es a menudo solo un pretexto.
P. En el caso de Breivik, parece que ha encontrado algunas respuestas en su biografía y en el estudio de su personalidad.
R. Sí, es un caso especial. Cuanto más indagaba más me parecía que, en él, las razones personales eran muy fuertes. Breivik nunca encajó en ningún sitio. Los jóvenes socialistas [de la isla de Utoya] eran el enemigo del día, simplemente un grupo al que podía odiar. Pero sus víctimas podrían haber sido otras.
P. Cree que Breivik no disfrutó mientras cometía la matanza.
R. No, creo que es un mito. Al principio, mucha gente decía que iba sonriendo y cantando mientras disparaba, y esa es la historia que quedó. Pero después, cuando entrevistas a los supervivientes uno a uno, nadie te puede decir que le hubiera visto sonreír, sino que habían escuchado que alguien le había visto.
P. ¿Sabe si Breivik ha leído su libro?
R. No lo sé, pero he recibido varias cartas de él. Cuando estaba en prisión, quise entrevistarlo para el libro. Me respondió que tal vez sí, pero puso como condición escribirlo juntos, o al menos tener su parte en el texto. Le dije que no. Mientras escribía pensaba: tiene que leerlo, tiene que conocer a las víctimas a las que mató. Se sentía halagado de que yo escribiera sobre él, en el fondo pensaba que yo también era una nazi o que teníamos alguna conexión...
P. ¿Le ha costado desembarazarse de su presencia?
R. Tras la publicación del libro, siguió escribiéndome cartas, pero no quise responderle. Estuve interesada en él mientras escribí, pero ahora no, ya no forma parte de mi vida. En cambio, sigo en contacto con las familias y cargaré con las víctimas el resto de mis días. No sé en España, pero en Noruega no somos muy buenos con el duelo. Y con estos padres aprendí a no tener miedo al duelo.
P. Explica que, el día del ataque, Noruega no estuvo a la altura.
R. Sí, el país falló masivamente. Fracasamos. La policía se durmió. Pero después, hemos podido reaccionar. El juicio fue una lección de transparencia, se analizó la ideología, la forma de funcionar del cerebro de Breivik... Fue casi un curso universitario para todos los ciudadanos.
P. ¿Cómo ha cambiado su país en esta década?
R. Pues que tenemos esta herida y hemos de asumirlo. Pero no hemos cambiado en lo fundamental. Noruega es uno de los países con los niveles de confianza más altos del mundo: confías en tu vecino, en tu profesor, en la policía... Tras los atentados bajó un poco, pero ahora se ha recuperado.
P. ¿La masacre no incidió en el difícil equilibrio entre seguridad y libertad?
R. Realmente, no. El 11-S cambió el mundo: Afganistán, Irak, los controles en los aeropuertos... Todo eso empezó ahí. Pero aquí no. El único signo visible en Noruega es que hay más seguridad en los edificios gubernamentales.