El día que Dalí inventó una religión racista
Una carta inédita del artista a Breton revela el credo sadomasoquista, sin Dios, científico y con elementos hitlerianos que le costó la expulsión definitiva del grupo surrealista
Cuando Salvador Dalí decía que “Cristo, como creador de religión, era un aficionado”, no bromeaba. El pintor ampurdanés había creado una propia en los años treinta. Lo había apuntado en sus memorias y se lo había contado en una entrevista al escritor y periodista Alain Bosquet, pero nunca dio más detalles que una breve frase en su libro de memorias Diario de un genio: “Precisamente cuando Breton [padre del surrealismo] no quería oír hablar de religión, yo me disponía, por supuesto, a inventar una nueva religión que sería a la vez sádica, masoquista, onírica y paranoica”. Una carta que e...
Cuando Salvador Dalí decía que “Cristo, como creador de religión, era un aficionado”, no bromeaba. El pintor ampurdanés había creado una propia en los años treinta. Lo había apuntado en sus memorias y se lo había contado en una entrevista al escritor y periodista Alain Bosquet, pero nunca dio más detalles que una breve frase en su libro de memorias Diario de un genio: “Precisamente cuando Breton [padre del surrealismo] no quería oír hablar de religión, yo me disponía, por supuesto, a inventar una nueva religión que sería a la vez sádica, masoquista, onírica y paranoica”. Una carta que el pintor envió precisamente a Breton, fechada en 1935 e inédita, encontrada durante una investigación en el archivo digital del escritor francés aunque citada parcialmente por el historiador del arte William Jeffett, revela en qué consistía su idea y ofrece detalles, hasta ahora desconocidos, sobre por qué el artista fue expulsado definitivamente del surrealismo en 1939. Breton se la guardó como prueba en su contra.
Dalí escribe en la carta: “Creo que los surrealistas nos estamos convirtiendo finalmente en curas. Es una idea que me ronda desde hace ya mucho tiempo, hasta tal punto que tengo entre mis proyectos urgentes el de inventar una religión, puesto que no hay curas sin religión”. Una “religión —añadía— esencialmente anticristiana y materialista, basada en el progreso de las ciencias”; es decir, sin Dios y científica.
Dalí diseña su proyecto cuando Hitler, Mussolini y Stalin están en el poder y la ultraderecha asalta el Parlamento francés. La situación es tan grave que André Breton se alía con uno de sus rivales más feroces, el pensador Georges Bataille, para constituir un laboratorio de ideas que serán difundidas por la revista Contre-attaque. El objetivo es combatir el fascismo y, al mismo tiempo, hacer triunfar la revolución proletaria, aunque sin seguir las directrices del Partido Comunista. Bataille cree que si los fascismos están ganando, algo han hecho de forma eficaz para atraer a sus seguidores. Y esta baza está en el ámbito afectivo (hoy diríamos emocional), los mitos, el fanatismo. Por eso concluye que al fanatismo fascista hay que oponer la violencia fanática, “una intratable dictadura del pueblo armado”.
Dalí no era marxista —menos aún desde que estaba con Gala, rusa que conocía bien la tiranía de Stalin—, pero tampoco demócrata. Creía que para combatir a Hitler, primero había que entenderlo. Para hacerlo, le aplicó su método paranoico, basado en las teorías de Freud y Lacan, a fin de hacer visibles los deseos que la razón y la moral cristiana reprimen y quedan ocultos en el inconsciente. Ya un año antes había imaginado al Führer desnudo con sus correajes militares marcando sus carnes blancas y lechosas, apetecible sexualmente, como la imagen de la nodriza de su infancia, a la que había pintado una esvástica. El peligro era que, a fuerza de aplicar a Hitler sus delirios paranoicos, acabara hipnotizado por su reflejo, lo que en 1934 le había costado la expulsión temporal del grupo surrealista.
Al cristianismo —pensaba Dalí— solo le puede sustituir con éxito otra religión, y la que propone para crear un clima de confusión surrealista es una mezcla disparatada de sus lecturas. Echa al puchero, sin citarlos, sobre todo ideas de la religión científica propuesta por Auguste Comte y de su versión catalana, la Hiparxiologia elaborada por Francesc Pujols, y de su amigo de infancia de Figueres, Alexandre Deulofeu, autor de La matemática de la historia, un cálculo aritmético de los ciclos de los imperios y el ascenso, caída y renacimiento de las civilizaciones, inspirado en Spengler. Pero también añade, además del psicoanálisis, tesis de Bataille, Einstein, Sade o del mismo Breton.
Uno de los grupos de Contre-attaque se denominaba grupo Sade; el otro, Marat. Dalí, aunque al final no se afilió a ninguno, propone en su carta la “aniquilación de la inflación escandalosa del ‘altruismo’ cristiano. No queremos la felicidad de ‘todos’ los hombres, sino la felicidad de algunos en detrimento de otros, pues la opresión, su sufrimiento, es condición psicológica, biológica y física primordial para la felicidad del resto”. Y, según el principio sadiano del placer y el dolor, llega a sugerir “sacrificios humanos, o sea, apoteosis de ‘la injusticia’ en el sentido cristiano de la palabra”.
La religión daliniana era también masoquista. La élite tendrá que hacer algún sacrificio. “Por ejemplo ―sigue la carta de Dalí―, el material de los sacrificios humanos será escogido a menudo entre las jerarquías expansivas e imaginativas, pues la lujuria de la angustia y por tanto de placer, que les ha de procurar la posibilidad de la pena de muerte, es esencial”.
El pintor tenía la cuestionable creencia de que todo fenómeno que perturba las certezas intelectuales es revolucionario, y el nazismo, según él, lo era, un movimiento nuevo —”hiperoriginal”, decía—, que tocaba agitaciones reales, vivas, subestimadas por el marxismo. Incluso dijo que el nazismo era el surrealismo en el poder y la cruz gamada, un objeto surrealista; es decir, su rival en la conquista de lo irracional. “La nueva religión ―detalla Dalí― apoyará moralmente todo movimiento subversivo en el dominio político, al constituir la amalgama anárquica de todas las ideologías prácticamente revolucionarias, incluso si sus aspiraciones llevan etiquetas reaccionarias”. En su delirio, sostiene que las nuevas jerarquías destruirían la distinción entre derechas e izquierdas, “entre el bien y el mal del cristianismo”.
La obsesión de buscar una nueva espiritualidad para la humanidad combatiendo la irracionalidad nazi con más irracionalidad llevó a Dalí a su contrario, a un abismo de crueldad antihumanista. El mismo año en que Hitler firma las leyes racistas de Núremberg, el pintor sustituyó la lucha de clases por la lucha de razas. Frente al racismo nazi, opone otro racismo: “El dominio o la sumisión a la esclavitud de todas las razas de color (algo tal vez posible, si todos los blancos se unieran fanáticamente) podría provocar inmensas posibilidades de ilusiones inmediatas a los hombres blancos”.
Solo en 1939, cuando Dalí ya no ocultaba su apoyo a Franco y se había autocoronado líder del surrealismo en Estados Unidos, Breton decidió expulsarle definitivamente del grupo, reprochándole su racismo. “Lo sé por él —dijo Breton— y me tomé tiempo para asegurarme de que su comentario excluía cualquier tipo de humor”. La prueba que guardaba es la carta aquí citada. Incluso tenía otra carta, más cruel e inhumana, de la que no se conserva el original, sino sólo la copia escrita a mano por Breton y que en el archivo está atribuida, “sin duda alguna”, a Dalí. La carta es escalofriante: “Declaro que: al margen de todo sentimiento de piedad y que yo pueda tener una opinión peyorativa de los linchamientos y de las piras más crueles, reconozco que siento un placer real e incluso una excitación sexual considerable en la lectura de tales cosas y no pienso censurar a las multitudes que queman vivos a los negros y los linchan, pues tengo que considerar el placer legítimo que guía a estas multitudes, placer que no tiene que ser al menos inferior al de la realización de un crimen cualquiera”, dejando claro que “me revuelvo contra las ‘odiosas’ razones sociales fuera de toda pasión y de todo placer que están en la base de tales conflictos”.
Al igual que Sade imaginó sus perversiones más infames preso en la Bastilla, los delirios de Dalí no pasaron de ser simulacros y años después, en la España de Franco, tuvo que exhibir un grandilocuente misticismo católico, pero la lectura de sus cartas inéditas son una llamada de atención sobre los peligros del irracionalismo y su deriva anárquico-autoritaria.
Transcripción completa de la carta que Dalí envió a Breton en 1935
Yo creo cada vez más que los surrealistas al final nos estamos convirtiendo en curas. Es una idea que me ronda desde hace ya mucho tiempo, hasta tal punto que tengo entre mis proyectos urgentes el de inventar una religión, puesto que no hay curas sin religión. Por desgracia, no tengo tiempo y aunque cuanto antes comenzara mucho mejor, eso no es extremadamente grave, pues se trata de una cuestión tal que no viene de doscientos años.
He aquí algunas palabras resumidas, extraídas de mis papeles:
Religión esencialmente anticristiana y materialista basada en el progreso de las ciencias particulares.
Esta religión, con el mismo rango que las otras existentes y como toda verdadera conquista de la civilización, surgirá por la necesidad de defenderla de la abrumadora supremacía de la naturaleza, a lo que sumaría un segundo motivo, el imperioso deseo de corregir las imperfecciones de la cultura, imperfecciones “dolorosamente sentidas” (Freud).
Desde el punto de vista de una mítica, según el psicoanálisis, el origen religioso reside en las relaciones padre-hijo. Dios es un padre exaltado, la nostalgia del padre es la raíz de la necesidad religiosa, el mito afectivo de la nueva religión debe renovar el crimen primitivo del padre, pero sin la ingesta, es decir, superando el sentimiento de culpabilidad, algo de hecho posible por el nuevo clima moral surrealista. Se trata de la religión de los hijos para la esclavitud de Guillermo Tell, para la esclavitud de dios, rabia anti-panteísta, ceremoniales de descrédito de la naturaleza.
Reactualización truculenta de toda clase de ceremoniales, basada en el estudio ultraparticular y personal de ceremoniales neuróticos y todos los inaprensibles recursos de transformación, de los que los surrealistas somos especialistas.
Necesidad de anticipar soluciones afectivas, sobrepasando los marcos de lo racional a propósito de “la muerte”, y de las posibilidades de adivinización moral del futuro (basados en la organización del azar objetivo por el método paranoico-crítico, etc.).
Estas soluciones, consecuencia del “estado” de transformación de las ciencias particulares, están sujetas, como no importa qué fin de la materia, a las condiciones de esta, y en el mismo plano físico que la expansión del universo (por ejemplo), tal como Eddington la concibe.
Desde el punto de vista de la Revolución moral, aniquilación de la inflación escandalosa del “altruismo” cristiano. No queremos la felicidad de “todos” los hombres, sino la felicidad de algunos en detrimento de algunos otros, pues su opresión, su sufrimiento, es condición epsicológica y biológica y física primordial para la felicidad del resto.
El establecimiento de nuevas jerarquías, más brutales y rigurosas que nunca, tiene que ser establecido por el progreso de las ciencias particulares y también por personas aparentemente arbitrarias y por la imaginación objetiva resultante de nuevos credos religiosos.
Verificación de las más vastas y máximas plenitudes “vitales” del hombre en todos los sentidos, en detrimento de algunos otros sobre los que recaerán la crueldad y los cataclismos de la plenitud, la agresión, la aniquilación, sadismos “experimentales” e incluso la hiperestesia del capricho efímero. Sacrificios humanos, o sea, apoteosis de “la injusticia” en el sentido cristiano de la palabra.
Para todos los imbuidos del espíritu real del hombre y condición preestablecida, la supresión de todos los sistemas coercitivos supondrá la plenitud vital de nuevas civilizaciones del mismo color, las cuales por estos momentáneos caracteres incivilizados y primarios, ejercen el rol primitivo, originario, totémico y paternal.
La nueva religión apoyará moralmente todo movimiento subversivo en el dominio político, al constituir la amalgama anárquica de todas las ideologías prácticamente revolucionarias, incluso si sus aspiraciones llevan etiquetas reaccionarias.
La amalgama, la confusión anárquica y el más completo de todos los antagonismos subversivos se incorporarán a los nuevos trofeos como un nuevo signo positivo de la destrucción de coerciones. Las elites de las nuevas jerarquías expansivas vitalmente en todas las direcciones destruirán de esta manera la geometría plana de todas las políticas eucladianas conocidas sobre el miserable espacio comprendido entre la derecha y la izquierda, entre las derechas y las izquierdas, entre el bien y el mal del cristianismo.
Esta religión amenaza por consiguiente a todos los partidos políticos y permite que los antagonismos políticos más opuestos se agrupen fanáticamente en su seno.
El trabajo sin imaginación es por definición el trabajo forzoso, la esclavitud, y se reactualiza como una aspiración legítima de las jerarquías expansivas, las cuales tendrán necesidad de ejercer una coerción en las “estructuras blandas” representadas magníficamente en las de los nuevos esclavos. .
Esto no prejuzga las consecuencias morales prácticas. Por ejemplo, el material de los sacrificios humanos será escogido a menudo entre las jerarquías expansivas e imaginativas, pues la lujuria de la angustia y ,por tanto, de placer, que les ha de procurar la posibilidad de la pena de muerte, es esencial a toda “plenitud vital que se ejerce en todas las direcciones”.
Keyserling dice justamente que la guerra europea fue ganada por las razas de color, hay que optar por participar y ahondar los antagonismos en función del dominio de una o de la otra. El dominio o la sumisión a la esclavitud de todas las razas de color, (algo tal vez posible, si todos los blancos se unieran fanáticamente), podría provocar inmensas posibilidades de ilusiones inmediatas a los hombres blancos. Desde el punto de vista mítico, esto podría identificarse con un nuevo crimen de los hijos contra esta cosa obscura.
La nueva religión será física en lo moral, epsicológica en lo ceremonial, biológica en los mitos y en lo social, y fanática en lo racional-materialista, dialéctica en lo irracional, delirante y hitleriana en la afectividad, científica en los dogmas.
ACTIVIDAD
[Aquí Dalí dibuja el logo del ying y el yang]
PARANOICA-CRÍTICA
[Referencia al autorretrato de la página final de la carta] Dos magníficos cascos ventiladores muy rápidos con tubos de neón incandescente formando un halo en la silueta del escafandrista y accionados por una untura usada en las procesiones nocturnas.
Queridísimo Breton, he aquí algunas notas que quizás nos servirán para el laboratorio secreto de ‘Contre-attaque’. No dudo de que podemos sacar de ellas todo o al menos una atmósfera anticristiana y biológica, clima condicional de toda nueva ideología subversiva desde mi punto de vista.
Haré todo lo posible para ir el domingo y confío en vernos más a menudo una vez haya acabado la mudanza, que ya está casi hecha.
Mi afecto por Jacqueline y reciba la admiración de su
Salvador Dalí
1935