EL PAÍS

El ‘duende’ de Rosalía viene de lejos

La artista volvió a casa para demostrar que sabe dónde va, directa a conquistar la cima del pop mundial

Rosalía durante su actuación en el Palau Sant Jordi, el 23 de julio de 2022.
Rosalía durante su actuación en el Palau Sant Jordi, el 23 de julio de 2022.Pau Venteo (Europa Press)

Llegué tarde. Y no es extraño porque la puntualidad nunca ha sido lo mío. De hecho, cuando llegué a Barcelona, el concierto no solo había terminado, sino que habían tenido tiempo para irse a otro local y empezar a cenar. Eran cuatro: el colega guitarrista, dos amigos suyos y la chica con quien había cantado. Más joven. Debía tener unos 17 o 18.

Empezaron a sonar boleros. Alguien dijo el nombre de Buika. Y ella se emocionó ...

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Llegué tarde. Y no es extraño porque la puntualidad nunca ha sido lo mío. De hecho, cuando llegué a Barcelona, el concierto no solo había terminado, sino que habían tenido tiempo para irse a otro local y empezar a cenar. Eran cuatro: el colega guitarrista, dos amigos suyos y la chica con quien había cantado. Más joven. Debía tener unos 17 o 18.

Empezaron a sonar boleros. Alguien dijo el nombre de Buika. Y ella se emocionó como una chiquilla. Habló de un nuevo tema que la cantante mallorquina había estrenado con Javier Limón, resultó que Buika lo había escrito para su padre y que llevaba por título Oro Santo. Y como quien sufre un deseo irrefrenable, le pidió cantarlo al colega guitarrista.

“Saca la guitarra… venga, va, por favor, Rocha, por favor”. Rocha se llama Roger, Roger Sabartés, pero hace tiempo que los amigos no le llaman por su nombre. Rocha se resistió un poco hasta que empezó a estirar la cremallera de la funda para sacar el instrumento. Y ella pidió al camarero del local que bajara un momento la música. Solo un momento, imploraba. Y el camarero, que la miró bastante mal, accedió.

“En la penumbra de esta noche divina y prieta...” No sé cuántos segundos fueron, pero se hizo el silencio. Absoluto. Todo el mundo dejó de hablar. Los camareros dejaron de servir. Incluso tengo la impresión de que el tiempo se congeló en la cocina.

“Vuelven los discos que me enseñaron a adorar la música, volvió mí padre después de veinte años. Ay si tú volvieras”, ella mantenía los ojos cerrados y creo que yo alucinaba. Nunca había escuchado a nadie cantar tan bien a tantos pocos centímetros.

“Si tú volvieras té vestiría de oro mi santo, que se pare el mundo para que tú puedas oír mí canto desesperado”. Y con la última frase abrió los ojos y, con la naturalidad de quién ya se ha quedado a gusto, sonrió al camarero y le dijo que podía volver a poner la música. El bar entero aplaudía.

Pensé en Messi. Un pensamiento extraño, quizá. Quizá incluso mediocre. Pero me vino a la cabeza la famosa servilleta. Aquel contrato que Charly Rexach firmó un diciembre del 2000 y en que se comprometía a fichar al jugador argentino. Había servilletas sobre la mesa del bar donde estábamos. Le dije que podría firmar uno. “Un autógrafo para cuando seas famosa. Incluso un contrato preferente para reportajes y entrevistas”. Reímos. Supongo que pensamos que estas cosas, incluso cuando desbordas talento, están reservadas a los otros.

He intentado recordar algunas veces cuál era exactamente ese bar. Solo sé que estaba cerca de la rambla del Raval. No tengo claro el año. Y ni siquiera recuerdo si era otoño o invierno.

Lo que no se me olvidaría jamás es que aquella chica se llamaba Rosalía.

Rosalía actúa en Barcelona.Pau Venteo (Europa Press)

Más adelante, en la Sala Barts

Tiempo después, a finales del 2013, el Taller de Músics organizó un concierto en la Sala Barts para presentar un proyecto ambicioso: un concierto con más de 60 músicos sobre el escenario con poemas musicados de Juan Gelman. La ambición no era solo técnica y organizativa —hablamos de muchos jóvenes talentos ensayando durante meses unas partituras complejas—, sino que tenía relación directa con la responsabilidad de la historia que se explicaba. Poner música y voz a los textos de dolor del poeta argentino, un hombre marcado por la dictadura militar y concretamente por una fecha: el 24 de agosto de 1976. Aquel día un grupo de militares irrumpió en su casa en Buenos Aires. Él ya se había exiliado. Pero dentro estaba su hijo, Marcelo, y su mujer, María Claudia, embarazada de siete meses.

Desde aquel instante la vida de Gelman quedó marcada para siempre. Como marcadas quedaron las vidas de los millares de familias víctimas de lo que los desaparecidos de Videla, ese eufemismo para referirse a las personas secuestradas, torturadas, asesinadas y desaparecidas por la dictadura militar. Desde el exilio, la vida y los poemas de Gelman estarían para siempre marcados por esa pérdida, el dolor, la búsqueda y el compromiso con la memoria.

En la entrada se destacaba que aquel era un montaje de Enric Palomar. Que tocaba la Big Ensemble del Taller de Músics y cantaba el coro de voz del Taller. Y aparecían tres nombres más. Los tres cantantes solistas: Pere Martínez, Paula Domínguez y Rosalía Vila. Era la primera vez que veía a Rosalía en un gran escenario. La habíamos ido siguiendo en bolos en bares y locales pequeños. Nunca en la Barts. Impresionaba la cantidad de músicos en el escenario y lo importante que para ellos era aquel concierto. Los tres cantantes, todos de flamenco, se iban intercalando. Envueltos por una orquesta milimétricamente organizada y que sonaba de manera sinfónica, grandilocuente. Hasta que llegaron los minutos finales del espectáculo.

Recuerdo que la sala se oscureció. Diría que solo había un foco iluminándola a ella. Y todos los instrumentos callaron. Todos menos el piano. Alguien pulsaba las teclas de una melodía preciosa, sencilla. Y ella, con una sensibilidad extrema, empezó a cantar estos versos: “Te voy a matar, derrota, te voy a matar. Te mostraré rabioso corazón”. El recuerdo es caprichoso y hace lo que quiere, pero siempre he sentido que ella estaba verdaderamente emocionada. Conteniendo la emoción después de todos los meses de ensayos, después de las casi dos horas de concierto. Consciente de que tenía que cantar la frase que daba título al espectáculo. La frase con que se cerraba el concierto. La frase que podía incluso resumir la vida de Gelman. “Nunca los daré por muertos”, cantó Rosalía. El micrófono captó la respiración que hacía tras pronunciarla. La respiración de una emoción contenida que la atravesaba a ella y a todos los que estábamos escuchándola.

Mientras aplaudíamos de pie pude sentir perfectamente como alguien en la fila de atrás decía: “Como canta la de la derecha. Tiene el duende aquel de las estrellas”.

Juan Gelman tendría que haber estado en aquella sala. Le habían reservado un asiento en primera fila. Llamó el día antes explicando que se encontraba mal y que no podría viajar. Murió siete semanas después en México.

Hoy la partitura de aquel concierto está en Uruguay. Enric Palomar la hizo llegar a su nieta. La que estaba todavía dentro de la barriga aquel 24 de agosto del 76. Y a quién Gelman acabó encontrando finalmente en el año 2000.

Rosalía, durante su actuación en Barcelona.Pau Venteo (Europa Press)

La tuvimos en la radio

En el 2016 hicimos en programa de radio en el despacho de Ada Colau. Hacía algo más de medio año que era alcaldesa y se celebraban las fiestas de Santa Eulàlia. Pensamos que podía estar bien que hubiera una actuación musical y se lo propuse a Rosalía. Agradeció mucho la invitación, dijo que vendría si podía cantar flamenco tradicional. Y en eso fue clara y rotunda: lo que hago es flamenco. En aquel momento ya había pasado del Taller de Músicos al Esmuc, donde había una plaza —solo una— para estudiar este canto. La consiguió ella. Y tengo la impresión de que se había sumergido para entenderlo todo de aquel lenguaje.

Cuando llegó vestida de rojo, acompañada de un amigo guitarrista, sonaban grallas en la plaza Sant Jaume. Puso cara de preocupación: ¿sonarán también cuando cante? No podíamos garantizar que no fuera así. Resignada, cantó como la profesional que ya era. Lo hizo sentada ante la alcaldesa, una frente a la otra en la misma mesa. Solo las separaba una fotografía de Federica Montseny que Colau enmarcó al tomar posesión del cargo. “¿Le queréis decir alguna cosa?”, les preguntamos cuándo acabaron de cantar.

“Faltan facilidades”, respondió ella. “Es importante que se den facilidades en los lugares que tenemos para tocar y hacer música, para que se pueda seguir haciendo. Para que sea fácil hacerlo”.

Volvió a la radio poco tiempo después. Pero en este caso en el estudio Toresky, de Ràdio Barcelona, donde se presentaba un libro de versiones de un poema de José Agustín Goytisolo. Fue valiente, Rosalía, porque lo que le pedíamos no era sencillo. Le propusimos cantar el famoso Palabras para Julia, que el poeta había escrito para su hija y que había musicado Paco Ibáñez ante la misma Julia Goytisolo.

“Pero tú siempre acuérdate de lo que un día yo escribí pensando en ti como ahora pienso”. Es una joya que por suerte grabamos, y que todavía hoy se encuentra en internet.

La gestión de esta actuación, sin embargo, ya fue distinta a la anterior. Cuándo se lo propuse me dijo, medio risueña: ¿”Tía, sabes qué? Ahora hay una gente que me representa, que lleva todo lo que hago de prensa. Tienes que hablar con ellos”. Los intermediarios siempre ponen más condiciones, y por eso quisieron saber si habría vídeo, quienes serían los invitados, exactamente cuántas preguntas se le harían, donde se enviaban después las fotos, y algunas cosas más. “Mira, ya estás en el camino de la fama”, le dije. Era noviembre del 2016. No podía imaginarme entonces hasta qué punto la frase sería verdad.

Rosalía en el Palau Sant Jordi, el 23 de julio de 2022.Pau Venteo (Europa Press)

Hasta dónde llegará

Julio del 2022, en plena ola de calor, me despierto temprano. Es imposible dormir. Abro Twitter. Sale bailando, sale tocando la guitarra, sale emocionándose, sale enjugándose el sudor. Sale en infinidad de vídeos que los fans cuelgan de los conciertos que está dando por diferentes ciudades de España en la gira bautizada con el nombre del último disco, Motomami. Escribo a Enric Palomar, le pregunto si tiene un momento para hablar. Y también a Rocha. “Ei, estoy de bolo y justo tenemos las pruebas de sonido”.

Hablamos al día siguiente. Mientras le hago preguntas, oigo ruido de cocina. Tiene que aprovechar para preparar la comida. El tiempo va más cronometrado desde que es padre. Pienso en la cena en el Raval. Y en su hijo de pocos meses. Sí que es cierto lo que te dicen cuando eres joven, eso de que el tiempo pasa muy rápido.

Recuerda vagamente la escena del bar. Pero dice que no le extraña. “Si alguna cosa tuvo siempre fue una capacidad innata de engullir al público, de ponérselo en el bolsillo”. Le pregunto si lo ha sorprendido el éxito. Pasan unos segundos. “Si alguien podía tenerlo era ella. Estaba hecha para eso. Soñaba alto, aspiraba a hacer cosas grandes y tenía confianza en sí misma. Lo que es extraño es que pase. Muchos se lo plantean, lo intentan. Lo que es extraño es conseguirlo”.

“¿Y cómo la definirías?” Nueva pausa. “Creativa, inteligente. Y con esta cosa siempre… entre naif y profunda”.

Rocha recuerda vagamente la escena del bar, pero tiene grabado el concierto de Gelman. “Uno de los más especiales que he hecho”. Hablo con Enric poco después. Vive desde hace años en Alemania. “Un lugar maravilloso para hacer música”, dice. Recuerda casi todos los detalles del montaje de la Barts. Y le explico que es una de las escenas que quiero incluir en el artículo que preparo. No tengo una gran conclusión, le digo. Pero creo que las cuatro escenas describen en cierta manera la evolución de una artista global que vuelve a cantar en Barcelona. Una chica con un talento evidente para cantar. Con capacidad de emocionar y conectar con el público. Muy formada en algo que la apasiona, el flamenco. Y que ha tenido la suerte o el criterio de rodearse de personas que la han llevado donde quería. Y replica Enric: “Es importante eso último. La suerte o, mejor dicho, el azar. Cuando pienso en el concierto de Gelman, pienso también en Pere y Paula. Los otros dos cantantes que estaban allí. Que lo hacen maravillosamente bien. Y que han intentado aventuras donde no siempre han tenido suerte. Sin quitarle mérito alguno a Rosalía, hay una parte del éxito que no depende de nosotros”.

Cuelgo el teléfono. Les he preguntado también si creen que ha perdido la cabeza o si sigue siendo normal. No responden. Los dos dicen que hace mucho tiempo que no la ven.

Vuelvo a Twitter. Más vídeos. El público corea su nombre. Ella ríe. Y entre imagen e imagen aparece la respuesta. La da ella misma. Con vestido blanco, botas rojas, la cara mojada de sudor y cantando el último tema del nuevo álbum.

“La que sabe, sabe. Que si estoy en esto es para romper. Y si me rompo con esto pues me romperé. ¿Y qué? Solo hay riesgo si hay algo que perder”. Con la emoción y el carisma intactos. Entre naif y profunda. “Las llamas son bonitas porque no tienen orden. Y el fuego es bonito porque todo lo rompe”. Baja la mirada, el público aplaude. La canción se llama Sakura. La flor japonesa preciosa, pero de vida muy corta. No parece que haya perdido la cabeza. Es consciente del riesgo que tiene el trayecto. Pero sabe dónde está y dónde quiere ir. Directa a la cima del pop mundial.

Este artículo se publicó en Quadern (El ‘duende’ de la Rosalia ve de lluny | Cultura | EL PAÍS Catalunya), el suplemento cultural en catalán del diario El País. 


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