Rubén Pozo: aprender a vivir cuando el colchón de Pereza se ha agotado

El músico se sincera en su nuevo trabajo sobre los problemas para pagar el alquiler y su adaptación a una vida “feliz” para un público selecto y minoritario

Rubén Pozo posa en la boca de metro de Alameda de Osuna, en Madrid, el pasado 8 de junio.Foto: Álvaro García (EL PAÍS) | Vídeo: EPV
Madrid -

El último mensaje que Rubén Pozo recibió de su padre fue: “Me encanta esa canción, es muy positiva”. A los pocos días, falleció. Ingresó repentinamente con covid. Tenía 74 años y gozaba de buena salud. Pero el virus se lo llevó en unos días, sin despedidas familiares, sin el calor de los suyos. Solo, en la UCI de un hospital, como tantos otros españoles en los últimos tiempos. El último disco de su hijo, Vampiro, se publica ahora y está dedicado a él, la persona que le inculcó el amor p...

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El último mensaje que Rubén Pozo recibió de su padre fue: “Me encanta esa canción, es muy positiva”. A los pocos días, falleció. Ingresó repentinamente con covid. Tenía 74 años y gozaba de buena salud. Pero el virus se lo llevó en unos días, sin despedidas familiares, sin el calor de los suyos. Solo, en la UCI de un hospital, como tantos otros españoles en los últimos tiempos. El último disco de su hijo, Vampiro, se publica ahora y está dedicado a él, la persona que le inculcó el amor por el rock and roll gracias a los vinilos de los Rolling Stones, Bob Dylan o Led Zeppelin. La canción que escuchó El Chepas, como cariñosamente llamaba Rubén a su padre porque siempre llevaba una mochililla al hombro, se llama Gente y abre su cuarto trabajo en solitario. Es una reivindicación de la condición del ser humano, con todos sus defectos a cuestas. Dice así: “Di ‘te quiero’ cuando quieras, di ‘lo siento’ si lo sientes. / No te juzgues duramente, es humano el error. / Es lo que tiene ser gente y no un robot”.

Cuando falleció El Chepas, Vampiro ya estaba en proceso de fabricación: “Mi hermano, que hizo el diseño del álbum, y yo queríamos darle una sorpresa para cuando saliese del hospital. Estaba sedado y pensamos: ‘Cuando despierte y lo vea le va a ayudar a recuperarse’. Incluimos una foto suya de cuando tenía 46 años, la misma edad que yo tengo ahora. Era una sorpresa. Pero no despertó. No tuvo piedad el virus. Toda la vida currando y ahora llevaba una vida feliz, con su pareja, su nieto… Nos veíamos más que nunca. Se venía a casa, hacíamos una paella… Cosas de la vida. Ha sido una pena”, explica con los ojos chispeantes. Y añade: “No soy creyente, pero a veces me descubro hablando con él: ‘Tengo un concierto importante, dame fuerzas, mándame un rayito de energía, Chepas”.

Rubén Pozo ha tenido que aprender a dejar de ser famoso. Lo fue, y mucho, cuando llenó con Pereza plazas de toros y pabellones en un dúo que compartía con su amigo del barrio, Leiva. Funcionaron a todo trapo durante los 2000 y lo dejaron en 2012. Entonces, los dos iniciaron carreras en solitario: Leiva se llevó al público y Rubén se reivindicó como autor. “He tenido que aprender a valorar lo que tengo y a dejar de pensar en lo que ya no tengo. Y estoy feliz. Cuando empecé mi carrera en solitario pensaba que había venido poca gente a mi concierto, comparándolo con Pereza. Pero ahora solo pienso en la gente que viene, que son pocos pero fieles, y en la suerte de poder dedicarme a esto y de que venga el público suficiente como para que me permita seguir viviendo de la música”.

Vampiro incluye una canción que habla con sinceridad de todo este proceso. En Tras la tormenta, el autor anuncia que debe “tres meses de alquiler”, que malvendió el barco y que ya solo quedan “los restos del amor”. “Escribo de lo mío, de lo que me pasa. En esa canción hablo de que el colchón que saqué con las giras de Pereza me lo he gastado. Ya agoté ese dinero… en cosas, en vivir. Asumo mi vida y los bandazos que he dado. Cuando llegó el confinamiento y no podía tocar fue duro, porque necesito actuar para vivir. También hablo en la canción de que estoy muy mal con mi chica y tenemos problemas económicos. Y la casera nos dice que debemos tres meses de alquiler y yo le digo que no puedo salir a trabajar porque no hay conciertos. Y de repente un día llega el balón de oxígeno de mis derechos de autor, que es como un regalito cada seis meses, y tiro para adelante y me arreglo con mi chica y escribo una canción optimista. Yo qué sé… es que es así”. Esta explicación, contada a borbotones con el áspero acento madrileño, retrata a este músico sincero y directo.

El músico actuaba en el café Berlín de Madrid en mayo. David Miravete

Lo cuenta sentado en una terraza en Alameda de Osuna, barrio del nordeste de Madrid próximo al aeropuerto de Barajas. Rubén se crio aquí, jugando y aprendiendo a tocar la guitarra en los parques. Son las 12 del mediodía y antes de pedirse una copa de cerveza, anuncia: “Joder, voy a dar la impresión de que soy un borracho, pero es que llevo arriba desde las siete de la mañana”. Vive en Guadalajara (de alquiler) con su pareja y seis perros y ha madrugado para llevar a su hijo, Leo (15 años), al instituto, situado en Alameda de Osuna. Justo al lado se encuentra la casa de la madre del niño. Leo está una semana con cada progenitor. Los dos se llevan bien. Incluso ella, Clara Téllez, con carrera musical al frente de Los Peces, le envió el otro día una versión a guitarra y voz de Gente. “Estaba muy bien, la verdad. Ella canta de lujo”, señala Pozo.

Afirma que ha vivido un proceso para asimilar su condición de minoritario: ahora toca en salas para unos pocos cientos. “Venía de una cosa [Pereza] muy grande. El éxito te envenena. Y este mundo te pide constantemente éxito. Pero el éxito no es lo que te dicen que es. Es lo que tengas tú en la cabeza. Para mí es estar dando esta entrevista porque ya es mi cuarto disco en solitario”. Le gustaría actuar con una banda propia, pero de momento no cuenta con recursos. A cambio, ha encontrado la magia yendo él solo con la guitarra. El año pasado viajaba en su propio coche; ahora ya va en tren. “Voy como los bluesmen, en tren. Ellos se subían en marcha y yo pago el billete. Pero lo demás es igual”, cuenta con una sonrisa de medio lado.

En Vampiro, Pozo pule piezas acústicas que no se parecen a nada. Ha conseguido crear un estilo identificable y cada día canta y escribe con más personalidad. Son canciones que cuentan muchas cosas con una gran capacidad de síntesis. Se enfurruña un poco antes de afrontar esta reflexión: “La gente se queda con el relato: Leiva toca en pabellones y yo en bares; él es el bueno y yo debo ser una mierda. Pero eso lo dicen los que no me han visto en directo. Pasan cosas muy especiales en mis conciertos. Estamos viviendo unas noches increíbles. Tengo lo que necesito. Cuando saque un disco y no venga a verme nadie es cuando me tendré que preocupar…”.

Con Leiva se sigue viendo. Son amigos. Dice que rompieron Pereza en el momento adecuado, justo antes de no pelearse “con las manos”. “Todo lo que pasó con Pereza fue por Leiva. Los éxitos son suyos. Tuve la suerte de poder coincidir con él. He vivido una cosa que no la hubiese vivido por mí mismo. Ahora lo veo en televisión actuar en los Grammy o donde sea y es como si fuera su madre: estoy nervioso y tenso, deseando que todo salga bien”. Leiva fue de los primeros en acudir a consolarlo cuando falleció su padre. “¿Qué necesitas?”, le preguntó.

En esa canción final que escuchó su padre, Gente, toca la batería el hijo de Rubén, Leo. “Le gusta el heavy metal, lo toca con una batería compleja de doble bombo, así que le pareció muy sencillo el sonido de Gente. Yo le hice saber que eso es un trabajo y le pagué 100 euros por un día de sesión. Creo que es importante que aprenda que es un trabajo”. Un buen ejemplo de la ley de Rubén.

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