El Juli, el torero enciclopédico
El matador cierra este viernes su participación en la Feria de San Isidro tras su magistral actuación del 11 de mayo
Es posible que el torero Julián López, El Juli (39 años, Madrid) necesite un psicólogo. Desde que nació, su peluche, su compañero de travesuras infantiles, su primer amor, su pareja de baile, su sueño, su trabajo, su ilusión y casi su vida entera ha sido y sigue siendo el toro. Es como el niño Mowgli de El libro de la selva, criado entre animales salvajes, uno más de la manada, al que solo le ha faltado ser...
Es posible que el torero Julián López, El Juli (39 años, Madrid) necesite un psicólogo. Desde que nació, su peluche, su compañero de travesuras infantiles, su primer amor, su pareja de baile, su sueño, su trabajo, su ilusión y casi su vida entera ha sido y sigue siendo el toro. Es como el niño Mowgli de El libro de la selva, criado entre animales salvajes, uno más de la manada, al que solo le ha faltado ser parido por una vaca brava.
Es posible que El Juli piense que somos los demás los que necesitamos la ayuda de un especialista porque no formamos parte de un mundo en el que su juguete lo es todo, el principio y el fin de la existencia. Sin duda, entre locos anda el juego, obsesionado uno por un animal atávico, y perturbados los demás por el sentimiento que les provoca el encuentro entre un ser humano privilegiado y diferente y la belleza, la fuerza y el instinto de un toro.
El Juli nació vestido de luces, hace años que es una consagrada figura del toreo, discutida también por los más exigentes, pero figura inapelable. Dotado, sin duda, de una superior inteligencia, causa de su enciclopédico conocimiento sobre su animal fetiche, es hoy, a punto de cumplir 40 años, un consumado catedrático de la ciencia taurómaca.
El pasado día 11 de mayo volvió a Madrid; en la tranquilidad de su madurez personal, familiar ―está casado y es padre de tres hijos― y profesional, deslumbró a Las Ventas con la magia de los privilegiados. Desplegó lo más preciado e íntimo de toda una vida, dictó una lección magistral sobre la belleza del arte del toreo, convenció a los más rigurosos y se erigió en sumo sacerdote taurino.
Su biografía es tan voluminosa como interminable. Su regalo de primera comunión fue torear una becerra y, desde entonces, toda su vida ha estado estrechamente ligada al capote, la muleta y la espada. Es una leyenda en México, adonde viajó para quedarse a los 15 años y se convirtió en ídolo nacional. Allí se hizo novillero, sorprendió por su innata capacidad, triunfó a lo grande en la plaza Monumental, indultó un novillo, aprendió hasta 30 suertes y quites diferentes y le permitió volver a España como una figura en ciernes.
Salió a hombros en Madrid tras encerrarse con seis novillos en Las Ventas el 13 de septiembre de 1998; tomó la alternativa cinco días más tarde en Nimes y, desde entonces, no ha parado de acumular triunfos y trofeos y ha alcanzado todas las metas de quien sueña con la cima del toreo.
Ha sido, también, un torero censurado por quienes le reprochan su habitual inclinación a anunciarse con los hierros ganaderos más cómodos, sus ventajistas formas toreras y su escaso compromiso con el presente y futuro de la fiesta. No le acompaña, quizá, su semblante adusto, su seriedad no impostada, su carácter aparentemente esquivo, que se transforma en la cara del toro, cuando impone su razón taurina y se erige en triunfador.
Es el rey de La Maestranza sin haber nacido a la orilla del Guadalquivir. En la reciente Feria de Abril ha salido por séptima vez a hombros por la Puerta del Príncipe y ha superado a Curro Romero, el Faraón de Camas, santo y seña de la afición sevillana. En aquel albero ha vivido Julián algunas de las tardes más felices de su vida, como aquel 16 de abril de 2018, cuando indultó al toro Orgullito de la ganadería de Garcigrande.
Se le ha atragantado siempre, por el contrario, la plaza de Madrid, donde la afición lo ha examinado con extrema dureza. Solo una vez, el 23 de mayo de 2007, ha saboreado la Puerta Grande, tras una hermosa faena al toro Cantapájaros de Victoriano del Río. No ha sido esa la única ocasión en la que El Juli ha protagonizado faenas importantes en esta plaza, pero la tacañería presidencial y la escasa simpatía que despierta en algún sector de la plaza le han impedido verlo de nuevo a hombros por la calle de Alcalá.
Como sucedió el pasado día 11. Su actuación, inmensa y magistral, fue merecedora del premio gordo y no pudo saborearlo. Esta tarde cierra su Feria de San Isidro de 2022. Vuelve como uno de los más grandes después de convencer a los más escépticos. Y todos lo esperarán con los ojos abiertos, como se espera a un hombre nacido para el toro.