Charles Burns: “Sé que mis libros no son para todos, desde luego no para alguien muy joven”
El dibujante, considerado uno de los creadores más influyentes y peculiares del cómic contemporáneo, arranca con ‘Laberintos’ una nueva e inquietante trilogía
La mayoría del tiempo, estaba solo. Su hermana, en el colegio. Papá, en el trabajo. Y mamá, que al parecer sí andaba por casa, a saber con cuántos asuntos tendría que lidiar. A falta de compañía, el pequeño se entretenía como podía. Por ejemplo, sacando libros de las estanterías. Ni sabía leer todavía, pero observaba, sobre todo los que estaban llenos de viñetas. Y una vez que le lloriqueó a su madre, ella le contestó: “Siéntate y dibuja algo”. Fue lo que hizo.
La leyenda de Charles Burns (...
La mayoría del tiempo, estaba solo. Su hermana, en el colegio. Papá, en el trabajo. Y mamá, que al parecer sí andaba por casa, a saber con cuántos asuntos tendría que lidiar. A falta de compañía, el pequeño se entretenía como podía. Por ejemplo, sacando libros de las estanterías. Ni sabía leer todavía, pero observaba, sobre todo los que estaban llenos de viñetas. Y una vez que le lloriqueó a su madre, ella le contestó: “Siéntate y dibuja algo”. Fue lo que hizo.
La leyenda de Charles Burns (Washington, 66 años) debió de empezar aquel día. Tal vez la anécdota sirva para entender por qué soledad, melancolía e inquietud dominan sus tebeos. Pero la infancia no basta para explicar la trayectoria de uno de los creadores más influyentes de la historia del cómic. Hay que añadir, por lo menos, un talento deslumbrante y peculiar, un sello personalísimo, así como una atmósfera que algunos han definido como “el terror de la cotidianeidad”. Psicoanálisis, sueños, nostalgia, traumas. Todo ello regresa en Laberintos, su última obra y comienzo de una trilogía que Reservoir Books publicará en los próximos años.
“Llevo tanto tiempo en esto que pensé que me haría más profesional. Pero nunca es cierto. Cuando empiezo una historia, siempre parto de cero y lucho. Tengo muchos arranques en falso, avanzo despacio, tomo notas, esbozo escenas o dibujos. A veces, hay imágenes o ideas que siguen volviendo. Intento no censurarme y explorarlas”, asegura por teléfono el artista, célebre también por un proceso creativo artesanal y a fuego lento. Para Laberintos, se inspiró en un boceto que él mismo había realizado en los setenta: un dibujante mira su reflejo en una tostadora de metal. A la vez, a menudo visualizaba una criatura voladora con tentáculos enormes. Y quería rescatar un periodo de su vida: “Cuando mis amigos y yo trabajábamos en películas de ocho milímetros. Me gustan los filmes como grabación de la memoria”. ¿Cómo se mezclan en un libro tres conceptos tan lejanos? Misterios de Charles Burns.
Para esclarecerlos —o complicarlos— vale una frase que pronuncia el protagonista del cómic: “Soy un extraterrestre comprimido, sentado a otra mesa, en otro mundo”. “Es una parte de mí, miro a algunas de mis historias y me doy cuenta de lo oscuras que son, y me asusta. Aunque creo que también hay elementos de esperanza y belleza. Pongo de vez en cuando imágenes en Instagram, y a veces luego pienso que quizás no sean apropiadas, o que sean muy tenebrosas”, agrega el autor. Su perfil en la red social, en efecto, está poblado de seres de dos cabezas, extraños gusanos e individuos con expresiones habituales en las obras de Burns: atónitos, agobiados, inseguros, absortos. Eso sí, prácticamente nunca sonríen. “No lo pienso. Pero próximamente sí que habrá un personaje que se ría”, bromea. O no.
A saber. Aunque a Burns nunca le ha preocupado escoger un camino hostil, o poco transitado. Probó la pintura, la escultura, la fotografía. Finalmente, eligió el cómic. “Cuando empecé no había un lugar establecido donde publicar mi trabajo, debí pelear para encontrar un sitio que me editara”, recuerda. Demasiado alternativo, independiente. Underground, se decía entonces. Así que pasó por fanzines y revistas más dadas al riesgo, hasta que encontró la fama —y un hogar fijo— en Raw, la publicación fundada en los ochenta por los artistas y editores Françoise Mouly y Art Spiegelman. Pero Burns recuerda que una parte de su mito se empezó a forjar también desde España: la primera vez que publicó en el extranjero fue gracias a la revista El Víbora.
Empezó, pues, en los márgenes. Y, en cierta manera, ahí sigue. Porque obras como Agujero negro (La Cúpula) o Vista final (Reservoir Books, su anterior trilogía) cuentan con la adoración de varios críticos, pero difícilmente podrían considerarse superventas. Entre sutilezas, alegorías, escenarios oníricos y momentos incómodos, la lectura puede resultar tan absorbente como perturbadora. “No quiero repetir lo que hice en el pasado. No miro atrás a mi trabajo, a veces me parece la obra de un extraño”, afirma él. Pero ciertos rasgos sí permanecen en su trayectoria. Su padre era oceanógrafo: Burns, en cambio, bucea hasta el fondo sombrío de la mente humana.
Como aquel célebre “que se joda el espectador medio” que pronunció David Simon, creador de la serie The Wire, en un programa de 2008 de la BBC, el propio autor es consciente de que su obra le pone trabas a las masas. No es que lo haga aposta. Burns dice que se limita a seguir su inspiración: “Si buscara conscientemente otro tipo de acercamiento, resultaría falso. Intento ser auténtico y expresar mis ideas de la mejor manera, sin simplificarlas. Sé que mis libros no son para todos, desde luego no para alguien muy joven. Los mejores autores son aquellos que lees de nuevo y sacas algo más. Y me gustaría que eso sucediera. Pero nunca escribo para impactar. Lo que me empuja es crear algo que no me esperaba que fuera capaz de hacer”.
Para resumir el concepto, el creador emplea una forma más gráfica: “Soy así, no puedo evitarlo. Ya me gustaría tener un largo pelo rubio, pero soy calvo”. También es, a estas alturas, un autor de culto. Pero él prefiere tomar distancia de los aplausos: “El proceso de sentarse a una mesa y trabajar no está conectado al mundo exterior, al público”. Y añade: “Soy una leyenda solo en mi propia cabeza”. Silencio. En sus viñetas, la frase daría paso a una amarga reflexión introspectiva. Al otro lado del teléfono, sin embargo, se escucha una risa.