Emilio Gutiérrez Caba: “Siempre he sido un poco señora”

El gran actor, único hermano varón de una saga de actrices, recoge tres premios a su carrera, reivindica su parte femenina y desmitifica las ventajas de hacerse mayor dentro y fuera del escenario: “Envejecer es un latazo del copón”

Emilio Gutiérrez Caba, actor. Fotografía de BERNARDO PÉREZ. Vídeo de OLIVIA LÓPEZ y PAULA CASADO

Llega a la cita en Aisge, la sociedad gestora de derechos de propiedad intelectual de actores que preside, apuradísimo por un involuntario retraso causado por la demora previa en una cita médica, y, con sus 60 años de tablas a la chepa, se pone a disposición de la visita con la disciplina de un meritorio. Acaba de recoger tres galardones a toda su carrera y de grabar un...

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Llega a la cita en Aisge, la sociedad gestora de derechos de propiedad intelectual de actores que preside, apuradísimo por un involuntario retraso causado por la demora previa en una cita médica, y, con sus 60 años de tablas a la chepa, se pone a disposición de la visita con la disciplina de un meritorio. Acaba de recoger tres galardones a toda su carrera y de grabar una serie futurista para una plataforma, pero, con su chaqueta de mezclilla, sus gafas progresivas y su historial médico en la típica carpetilla de documentos, parece uno de tantos joviales jubilados de hoy en día que aparentan diez años menos de los que tienen y no disimulan las ganas de comerse el mundo. Irónico y escéptico, destila a la vez vitriolo y ternura en su amenísima charla. Desde luego, se muestra inmune a la lisonja. Otra cosa es que no se ahueque íntimamente al escucharlas.

Pregunta. Tres premios en diez días. ¿Le están honrando o jubilando?

Respuesta. Llevo unos años en que los premios que me dan los considero a toda una vida, pero el fin de carrera lo marca el público y la salud.

P. ¿Tiene mono de escenario tras año y medio de pandemia?

R. Tengo mono de otras cosas: de paisajes, de mar, de montaña, de tomar una cerveza, pero de teatro no, por favor. Sufrir, lo justo, no soy masoquista. Lo que sí me ha pasado en pandemia es que mi escepticismo se ha acentuado. Frente a esa especie boba y seráfica de que íbamos a salir mejores, yo sabía que solo iba a acentuar más los desniveles. Los sinvergüenzas siempre son los mismos.

El canalla siempre fascina porque nos hace creernos mejores que él y porque a todos nos gustaría poder serlo en algún momento

P. Hace especialmente bien de malo en escena. ¿Qué les echa para que den tanto miedo?

R. El canalla siempre fascina porque nos hace creernos mejores que él y porque a todos nos gustaría poder serlo en algún momento. Personalmente, tiro de hemeroteca cerebral, recuerdo películas, situaciones de mi vida, declaraciones de políticos... Convocas todo eso y te asoma solo a la cara.

P. ¿Tanto le cabrean los políticos?

R. Creo que algunos no son nobles en su profesión, no saben lo importante que es que alguien deposite su confianza en ti. Se vio cuando aquel tiparraco, Tejero, entró en el Congreso. Solo tres personas defendieron la confianza que habían depositado en ellos los ciudadanos: Gutiérrez Mellado, Suárez y Carrillo.

P. ¿Qué hubiera hecho usted?

R. No lo sé. Pero yo no soy político. Si yo me dedico a eso, tengo que saber que, si no hago bien las cosas, tengo que retirarme.

P. ¿Cómo ha asistido a la deriva pública del rey Juan Carlos?

R. Con decepción e indignación. Creía que iba a ser un Borbón diferente de la historia de su dinastía, pero al final no lo ha sido. También me indigna cómo están tratando el caso las instituciones democráticas, como si valiera todo, cuando con otros no vale nada.

P. ¿Siempre fue tan escéptico?

R. Desde los 30 años. El lado positivo del escéptico es que puedes ser una cosa y lo contrario, lo cual es estupendo.

P. ¿Qué pasó a los 30? ¿Un amor, una ruptura, un desengaño, una hecatombe?

R. Debió de ser algo así, no recuerdo bien. Digamos que me llegó el conocimiento de la humanidad. Fue mi mediana edad. Me apasiona la historia y me di cuenta de que, después de cuatro siglos, todo sigue prácticamente igual en España y en el mundo.

P. A sus casi 80 años, ¿ya ha cruzado otros umbrales para siempre?

R. Son 79 todavía, no me pongas meses. Sí, soy consciente de haber traspasado el umbral de la seducción, el de la plenitud física...

P. ¿Se retira uno de seducir?

Uno no renuncia al enamoramiento, y mantiene la capacidad de enamorarse, pero se ha de ser honesto con la otra persona

R. Lo retiran. Un día, rodando en Vigo con Adolfo Marsillach, lo vi cabizbajo, le pregunté qué le pasaba y me soltó: “Que me he dado cuenta de que no miran las señoras. A los 50, te conviertes en transparente”. Tenía razón.

P. Eso nos pasa más a las señoras.

R. Digamos que yo lo he notado. A partir de los 50 puedes seducir, pero los argumentos tienen que ser más zorrunos, llámalo equis. Uno no renuncia al enamoramiento, y mantiene la capacidad de enamorarse, pero se ha de ser honesto con la otra persona. Intentar rejuvenecer por esa vía no lleva a ninguna parte.

P. No se queje: con su flequillazo y su labia ha debido de hacer bastante daño en ese terreno.

R. Daño no he hecho nunca, pero tenía mi público, sí. Siempre he preferido vivir la vida que jugar a vivirla, que es lo que hacen muchos actores. Para mí siempre ha sido primero la vida y después el teatro. Me fui a la Costa Brava a vivir porque me enamoré de una señora y viví allí muchos años sin pensar en las consecuencias.

P. Escéptico, pero apasionado.

R. Claro, ya digo que los escépticos podemos ser lo que queramos. A veces, cuando pienso en qué cosas me podría reprochar mi madre si viviera, una sería que me han gustado mucho las mujeres, que las he seguido y he estado detrás de ellas. Creo que me hubiera dicho que no fuera tan animal ni viviera constantemente enamorándome.

P. ¿Cuánto ha sufrido por amor?

R. Mucho más de lo que parece.

P. ¿Ahí no hace tan bien de ‘canalla’?

R. Los tíos que no sufren por amor no son tipos fiables. Siempre fui un poco señora, en el mejor sentido de la palabra. Siempre me ha gustado ser un poco mujer.

Cuando pienso en qué cosas me podría reprochar mi madre si viviera, una sería que me han gustado mucho las mujeres

P. Defina “ser señora”.

R. Siempre he sabido que quien conquista es ella, que es ella quien decide. Eso te cura de muchos problemas, aunque pueda agudizar otros. Las mujeres tenéis una sensibilidad especial, pensáis las cosas de otra manera, y eso está muy bien. Los tíos somos más bruscos, inmediatos, más avasalladores, a veces. Trato de ser femenino de alguna forma, no solo en relación con las mujeres, sino con lo que me rodea.

P. Único nieto, hijo y hermano de actrizones. ¿Cuánta autoestima es precisa para salir ileso de ese trance?

R. En casa era muy normal ver a las mujeres mandar y ganar dinero y siempre lo vi como una cosa lógica. Mi padre trabajaba, pero profesionalmente estaba menos considerado que mi madre, y eso a él no le creó ningún trauma, ni a mí tampoco. Nunca tuve ni quise el privilegio de ser el rey de la casa.

P. Los egos en esa casa debían de ser finos.

R. ¿Egos? Entonces el ego era la posibilidad de ganar dinero para comer. Podías tener dos criadas y comer pollo solo en Navidad. De todas formas, el actor tiene un ego pequeño comparado con el de los escritores, que se creen que han inventado el mundo porque han escrito una novela y despotrican de Dostoievski. A mí jamás se me ocurrió compararme ni con mi familia ni con Marsillach ni con Fernán Gómez. Ellos han hecho su carrera y yo la mía.

P. ¿Los jóvenes vienen más subiditos?

R. Algunos y algunas sí, otros no. Quizá porque creen que lo tienen todo al alcance de la mano, y puede ser, pero hay que buscarlo.

P. Igual es porque lo tienen en la pantalla del móvil.

R. Eso tiene mucho que ver. Tienen el mundo en la palma de la mano. Pero están muy equivocados. Solo tienes mundo cuando eres consciente de que solo lo puedes abarcar de una manera muy limitada. Creen tenerlo todo controlado, y no controlan nada. El móvil lo controlan unos señores que lo programan y el día menos pensado te quitan todo lo que te están prestando. Por eso tengo tantos libros y cedés en casa, aunque ahora estoy regalando muchos. La pandemia me ha hecho consciente de que esto se acaba y me ha hecho más generoso.

P. ¿Qué edad tiene por dentro?

R. Entre 42 y 43 años.

Dentro de 50 años nadie nos recordará, y, en 50 siglos, nadie sabrá quién era Goethe ni Shakespeare. Uno sabe que va hacia la nada, y eso es un desastre

P. Qué precisión, otra vez. ¿Qué pasa a esa edad, exactamente?

R. Que puedes alcanzar la luna, pero luego te vas encogiendo. Mentalmente me encuentro en plenitud. Tengo una capacidad de asombro y de aprendizaje muy grande, eso no lo he perdido con los años...

... pero ...

R. Pero envejecer es un latazo del copón. Primero, tienes que tener un protocolo de actuación con las cosas que de joven ni lo piensas. Mirar dónde pisas, por ejemplo, para no romperte la cadera. Y luego todos esos que te dicen que eres más sabio... Mire usted, déjese de tonterías. Como decía Simone de Beauvoir: “A mí me gustaban los señores cuando era joven, y me siguen gustando, pero tengo 80 años y ya no puedo acceder a ellos como accedía entonces”.

P. ¿Cómo le gustaría que se le recordara a usted y a su familia?

R. Supongo que hemos sido una saga bastante honesta, que lo que decíamos y lo que hacíamos no era tan diferente. Creo que es lo mejor que se puede decir, pero, dentro de 50 años, nadie nos recordará, y, en 50 siglos, nadie sabrá quién era Goethe, ni Shakespeare. Uno sabe que va hacia la nada, y eso es un desastre.

ÚNICO EN SU SAGA

Nieto, hijo, hermano y tío abuelo de actrices excelentes, Emilio Gutiérrez Caba (Valladolid, 79 años) es un actor casi ubicuo en el cine, el teatro y la televisión desde hace más de medio siglo. Desde La caza a La comunidad, desde Estudio 1 a Gran reserva. Autor del libro El tiempo heredado, donde glosa la historia de su familia, un matriarcado de seis generaciones de intérpretes, Gutiérrez Caba acaba de recoger la Espiga de Oro del Festival de Valladolid.

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