El viejo fado nunca muere
Camané, Carminho y Teresinha Landeiro, artistas de tres generaciones distintas, prueban el vigor del género, que atraviesa por una época de prestigio dentro y fuera de Portugal. Este domingo protagonizan el Festival de Fado de Madrid
Si había alguna duda sobre el auge que vive el fado en Portugal, quedó disipada el 6 de octubre de 2009. Ese día comenzó a emitir Rádio Amália. Una cadena para escuchar fados 24 horas que lleva el nombre de la incuestionable reina del género, Amália Rodrigues. Hay otros signos. Teresinha Landeiro, que tiene 25 años y dos discos, dice que ser fadista era uno de los sueños comunes entre los jóvenes de su generación. Nada que ver con la atmósfera de rechazo que observaron en su día Carminho o ...
Si había alguna duda sobre el auge que vive el fado en Portugal, quedó disipada el 6 de octubre de 2009. Ese día comenzó a emitir Rádio Amália. Una cadena para escuchar fados 24 horas que lleva el nombre de la incuestionable reina del género, Amália Rodrigues. Hay otros signos. Teresinha Landeiro, que tiene 25 años y dos discos, dice que ser fadista era uno de los sueños comunes entre los jóvenes de su generación. Nada que ver con la atmósfera de rechazo que observaron en su día Carminho o Camané, que solo logró dar dos conciertos en Portugal cuando publicó su primer disco de adulto en 1995, Uma noite de fados, y que ahora gira por América y Europa con cada nuevo trabajo. Después de la Revolución de los Claveles, el fado hizo una penitencia política ―se asociaba a la dictadura de Salazar y Caetano― hasta que la llegada de una nueva generación de público y el olfato de algunas multinacionales, que lanzaron las carreras internacionales de los intérpretes, cambiaron la percepción. Con los tres artistas, que participan en el Festival de Fado de Madrid este domingo en el Teatro Real, y Mario Laguinha, que aprendió a compatibilizar su sólida carrera en el jazz con colaboraciones con fadistas como Camané, hablamos de sus distintos orígenes en uno de los santuarios del género en Lisboa, la casa de fados Mesa de Frades, donde Camané y Carminho han cantado en el pasado y donde Teresinha Landeiro sigue haciéndolo cada viernes. Un lugar del barrio de la Alfama donde los fadistas siguen acudiendo a escucharse unos a otros.
Camané
Con una docena de álbumes a sus espaldas y uno nuevo a punto de salir, a los 54 años Camané vive ya entre los clásicos. Él fue uno de los protagonistas de la película de Carlos Saura, Fados (2007). Se empapó del género mientras convalecía de una hepatitis en la casa familiar de Cascais y se convirtió en una suerte de niño prodigio, que asombró en concursos y grabó varios trabajos. Un día creció y se sintió a disgusto. “Se produjo la transición de la voz de niño a adulto entre los 14 y los 17 y no me sentía cómodo, me parecía que aquel niño había tenido gracia pero que al crecer el talento ya no continuaba. Ahora pienso que canté fados demasiado pronto, con 9 o 10 años tuve una cierta exposición”, revive. Pasó por la Marina, hizo trabajos manuales hasta que poco a poco se reencontró con la música. “Empecé a tener invitaciones para cantar en casas. Hablo de una fase, finales de los ochenta, principios de los noventa, en la que nadie quería apostar por el fado, no había espacio, pero luego empezó a funcionar bien en Portugal y fuera, se volvió a poner de moda, que es una cosa completamente alejada de mi expectativa del principio”, señala el cantante que fue recomendado por la propia Amália Rodrigues a una discográfica. Esa cadena de solidaridad entre fadistas se observa en este encuentro: Camané arropó la carrera de Carminho y Carminho apoyó la de Teresinha Landeiro.
Carminho
Dice que escucha fados desde que estaba en la barriga de su madre, la cantante Teresa Siqueira. Era su mundo natural y ella comenzó a cantar en casas cuando estudiaba Márketing y Publicidad. En seguida recibió ofertas para grabar con discográficas, pero Carminho pensó que no estaba preparada para aportar nada propio a una música que respetaba y conocía. Más que una música, considera que el fado es una cultura. A los 21 se fue a dar la vuelta al mundo de mochilera y a trabajar de voluntaria en países como India y Perú. “No sentía que tenía un repertorio, algo para decir. Cuando rechacé la propuesta de cuatro multinacionales, la gente me decía que me equivocaba, que el tren de la vida pasa dos veces y la segunda va llena”, recuerda ahora entre risas. Y ahí, lo más lejos de Portugal que había estado nunca, descubrió que el fado era su camino en la vida. Su primer disco, Fado, se convirtió en 2009 en un éxito de ventas y crítica. En el último, Maria (2018), escribe todas las letras, incluida la socarrona Pop Fado, que dice así: “El fado que es democrático cambió ahora de estilo... quiso aprender el lenguaje y el mensaje del pop fado”. Carminho, que tiene 37 años, pertenece a una generación que vivió de espaldas al género. “Cuando yo comencé a cantar, lo veían anticuado, representaba algunas características del antiguo régimen y tenía connotaciones políticas cuando es algo que solo es música, expresión artística. Yo no entendía por qué no gustaba”. La atracción que despierta ahora tiene mucho que ver con las expectativas de éxito internacional. “Las casas de fado eran antes un fin en sí mismas. Si tú eras cabeza de cartel en una prestigiosa, significaba que estabas en lo alto de tu carrera, era el lugar de excelencia del fado. Hoy la veo como un trampolín que los artistas usan para hacer su carrera. No ven la carrera en la casa de fados, la carrera se hace en escenarios. Es algo que cambia mucho el paradigma del propio fado”, reflexiona.
Teresinha Landeiro
La única de los tres que nació, en Azeitão, en una familia sin tradición fadista. Aprendió escuchando discos y recorriendo casas de fados, como Mesa de Frades, que se ha abierto esta mañana de septiembre para este encuentro. Soñaba con ser médica pero cantaba desde los 12. Cuando descubrió que la anatomía no era lo suyo, comenzó a vislumbrar un camino en la música. En 2018 publicó su primer disco, Namoro, y este año el segundo, Tempo, con letras compuestas por ella que actualizan enfoques, temáticas y maneras de estar con los que pueden conectar hoy una cantante de 25 años y un público joven. “Los fados eran mayoritariamente para personas adultas, con letras intensas, me decían que no eran para mi edad, y yo empecé a escribir para defenderme como intérprete, para tener unas letras que yo entendía. Empezó casi como un juego y ahora ya no imagino cantar sin escribir. En el fado tradicional se puede innovar a través de las palabras. La forma que tuve de adaptarlos para mi edad fue escribiendo mis propias historias”. Esa modernización, que incluye letras así “voy con prisa y la ropa no combina y el cabello, para lo que es, va bien así”, abarca también una estética desenfadada. En la casa de fados canta a veces con zapatillas deportivas, vaqueros y camiseta. Los tiempos del chal negro quedaron atrás.