Los rostros del poder en el Renacimiento

El Rijksmuseum de Ámsterdam presenta un centenar de retratos de ricos y famosos que quisieron asegurarse así la posteridad

Un visitante mira el retrato de Pompeius Occo, de Dirck Jacobsz. A la izquierda, 'Reverse: Vanitas Still Life', de Barthel Bruyn El Viejo.Peter Dejong (AP)

El retrato ha sido solicitado a lo largo de la historia del arte por reyes, emperadores, la nobleza o ciudadanos lo bastante ricos y vanidosos como para contratar al artista del momento. Afianzado en el Renacimiento como género pictórico autónomo, un cuadro así era también el mejor pasaporte al futuro: el modelo sabía que conservarían el lienzo o la tabla en buen estado dado su valor. El deseo de no caer en el olvido, de retener la belleza y plasmar el poder, propició en los siglos XV y XVI un alarde pictórico que es también un estudio de la fisonomía y la presunción humanas. Los modelos posar...

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El retrato ha sido solicitado a lo largo de la historia del arte por reyes, emperadores, la nobleza o ciudadanos lo bastante ricos y vanidosos como para contratar al artista del momento. Afianzado en el Renacimiento como género pictórico autónomo, un cuadro así era también el mejor pasaporte al futuro: el modelo sabía que conservarían el lienzo o la tabla en buen estado dado su valor. El deseo de no caer en el olvido, de retener la belleza y plasmar el poder, propició en los siglos XV y XVI un alarde pictórico que es también un estudio de la fisonomía y la presunción humanas. Los modelos posaron con sus mejores ropajes sobre el fondo adecuado para pintores como Durero, Holbein o Tiziano. Éstos, a su vez, hicieron el doble servicio requerido. Ejecutaron obras maestras y fijaron a sus clientes en la memoria colectiva. Un centenar de estas piezas vertebran ahora la muestra Recuérdame, en el Rijksmuseum, de Ámsterdam.

Recuérdame suena también a estribillo de canción, y casi un murmullo parece recorrer la galería de miradas que reclaman la del visitante en el ala Philips, del museo. “Más que verse, se siente la presencia de los aquí retratados, y parece crearse una suerte de amistad con alguien que ya no está”, dice Taco Dibbits, director del Rijksmuseum, que reconoce las dificultades para organizar una exposición como esta durante la pandemia.

Las obras han sido traídas de Londres, Washington, Viena, Frankfort, Polonia o España, y las restricciones de viaje han dificultado aún más el traslado de piezas que figuran “entre las preferidas de las salas que las guardan”, añade. Distribuidas sobre un fondo de pared negro a lo largo de nueve temas, recorren el abanico esencial de los deseos humanos y son estos: reza por mí; el paso de una generación a otra; autoridad; ambición; cuídame; admírame; conocimiento; dibújame; este soy yo.

En el periodo expuesto, entre 1470 y 1570, “el retrato florece, los artistas experimentan y los clientes se inmortalizan al óleo, en dibujos, esculturas y relieves; en grabados y medallas”, dice Matthias Ubl, conservador de museo. Tal vez el ejemplo más entrañable del Recuérdame del título sea el retrato de Jacob Cornelisz pintando a su esposa, Anna, de 1533. Ejecutado por su hijo, Dirck, no solo sirve de homenaje a sus progenitores poco después de la muerte paterna. “Es también el primer ejemplo conocido de un pintor al caballete”, explica el experto. Lo han traído del Toledo Museum of Art, de la misma ciudad estadounidense.

'El juego de ajedrez', de Sofonisba Anguissola, 1555. Cedido por la Fundación Raczyński, en el Museo Nacional de Poznan, Polonia.

Una joven desconocida figura en el catálogo y es también la tarjeta de presentación de la muestra. Pintada en 1470 por Petrus Christus, un artista encuadrado entre los Primitivos Flamencos, va vestida de negro. Lleva también un tocado en forma de cono truncado, usado por las damas de la nobleza y la alta burguesía, y el hiperrealismo del cuadro destaca en tres puntos. En el pasador dorado del pecho, el cuello blanco de peletería que cubre su escote y un cutis que parece de porcelana. La clave, sin embargo, está en su enigmática mirada, sinónimo de inaccesible, tal y como rezaban los versos de los poetas cortesanos de la época.

Casualmente, la obra, encuadrada en el apartado Admírame, cautivó tanto al director del Rijksmuseum como al conservador en su época de estudiantes. Entre risas, ambos admiten haber tenido “un póster del cuadro en casa”. Su equivalente masculino podría ser otro retrato de modelo igualmente anónimo, firmado por el siciliano Antonello da Messina en 1476. En este caso, un varón burgués mira con arrogancia y una cierta reserva, y sus rasgos están pintados con sumo detalle. Hasta unas cejas algo rebeldes y el cartellino, un pedacito de papel donde pone la fecha del cuadro y que parece real.

Retrato de un hombre, de Da Messina, ilustra el tema de la Ambición. A pocos metros, se encuentran dos monarcas españoles que representan el Poder. Son Felipe II, y su padre, Carlos V. El primero posó en 1560, a los 33 años, para Antonio Moro, nacido en la ciudad holandesa de Utrecht. El óleo, de cuerpo entero, procede de las Colecciones Reales, Real Monasterio de El Escorial, y ha viajado a Países Bajos de la mano de Patrimonio Nacional. Felipe II luce una armadura para conmemorar la victoria en la batalla de San Quintín (1557) entre las tropas del imperio español y el ejército francés. También la lleva Carlos V en el busto de bronce cedido por el museo del Prado. Es la que portaba en la batalla de Mühlberg (1547), la ciudad alemana donde derrotó a las tropas de la Liga de Esmalcalda de príncipes y ciudades protestantes.

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Ejecutado entre 1553 y 1555 por los escultores Leone y Pompeo Leoni -padre e hijo- se añadió en la base una mujer portando una rama de palma como signo del vencedor. Hay una tabla mucho más pequeña, pero a la que se ha reservado un lugar prominente. Es el Retrato de un Africano (1525), del pintor de Países Bajos Jan Mostaert. Es un modelo anónimo que tal vez formó parte de la guardia de Carlos V, y “es uno de los primeros africanos en ser retratado y hacerlo como un personaje poderoso y no humillado”, señala el conservador. Cuelga en la fila de la Autoridad.

Todos estos retratos se encargaron para impresionar a contemporáneos y pasar a la posteridad con la mejor cara, al menos los adultos. Pero en el Renacimiento hay también retratos de niños, que marcan el paso de una generación a otra. De recién nacidos que no superaron sus primeros días de vida, cuyos padres se inmortalizaron con ellos en brazos, y también de chiquillos ataviados con ropajes de mayor. Como los dos pequeños, uno rubio y otro castaño -todo inocencia- de Holbein (1516). O bien Ranuccio Farnese, al que Tiziano pintó en 1541 mucho antes de que se convirtiera en cardenal. Lleva ropa de mayor, con la cruz de Malta sobre los hombros, pero el artista capta el paso de la adolescencia a la juventud. Y está también la italiana Sofonisba Anguissola, “una de las primeras pintoras de la historia”, indican en el Rijksmuseum. En el autorretrato de 1556 presentado, mira de frente y recoge también el cuadro de motivo religioso que tenía en marcha. De familia noble, pintó para Felipe II e inspiró a otras mujeres a dedicarse al arte. Con el cabello recogido y vestida de negro con un cuello y puños blancos, parece fuerte y sensible a la vez.

Recuérdame es la traducción del título en inglés de la muestra, Remember me. El título en neerlandés es No me olvides (Vergeet me niet), que es otra forma, y la misma, del recuerdo. “Lo pensamos mucho antes de decidirnos, pero en el fondo ambos reflejan lo que buscamos: la visión de rostros -a todos nos gustan los rostros- y después de esta crisis, en la que hemos echado de menos la presencia de los otros, estas caras del Renacimiento devuelven la presencia de la gente”, reconoce Taco Dibbits. La exposición estará abierta del 1 de octubre al 16 de enero.

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