Tullio Pironti, el pugilato de la mejor literatura
Fue uno de los editores más señalados de Italia. Una clamorosa derrota en su carrera juvenil de boxeador le devolvió a los libros
Tullio Pironti —fallecido el miércoles en Nápoles a los 84 años— de joven fue un boxeador muy prometedor, quizás destinado a convertirse en un campeón. Peso wélter ligero en el equipo nacional junto a Nino Benvenuti, había encontrado en el boxeo, durante los años inquietos de la posguerra, un camino hecho de sacrificio y empeño, que además le servía como excusa para poder evitar los estudios a los que su padre, uno de los libreros más conocidos del centro históric...
Tullio Pironti —fallecido el miércoles en Nápoles a los 84 años— de joven fue un boxeador muy prometedor, quizás destinado a convertirse en un campeón. Peso wélter ligero en el equipo nacional junto a Nino Benvenuti, había encontrado en el boxeo, durante los años inquietos de la posguerra, un camino hecho de sacrificio y empeño, que además le servía como excusa para poder evitar los estudios a los que su padre, uno de los libreros más conocidos del centro histórico de Nápoles, quería que se dedicase.
Paradójicamente, fue un clamoroso knockout, recibido con 20 años de un boxeador turinés, lo que le devolvió a los libros. Abrió una librería suya, después se quedó con la del padre, pero, mientras tanto, sus inquietudes le empujaban a otras cosas.
Empezó a publicar con un nombre ficticio una selección de poesías eróticas de poetas napolitanos de principios del siglo XX, que a finales de los años sesenta se convirtieron en la lectura secreta y cotidiana de todos los estudiantes de la ciudad.
La vocación editorial tomó en él una forma más concreta cuando, con ocasión de las Olimpiadas de Múnich de 1972, decidió publicar un reportaje de los trágicos eventos que ensangrentaron los Juegos.
Su casa editorial tuvo dos almas fundamentales: la primera se caracterizaba por publicar libros de investigación sobre la Camorra o sobre los grandes escándalos italianos de la época, en particular los de las finanzas del Estado vaticano, además del libro de David Yallop sobre el presunto homicidio del papa Juan Pablo I que todos los grandes editores italianos habían rechazado. La segunda fue lo que Gian Carlo Ferretti en su Storia dell’Editoria Italiana, definió apropiadamente como “la atenta exploración de la nueva novela americana”: autores como Don DeLillo, Raymond Carver, Bret Easton Ellis se dieron a conocer en Italia gracias a Tullio Pironti, a menudo con enormes sacrificios económicos.
Son muchos los que conocen la historia de la subasta telefónica para obtener los derechos de Ellis, que Tullio ganó apostando, como un verdadero jugador de azar, todo lo que disponía en ese momento (51 millones de liras) para conseguir los derechos del libro de debut Less Than Zero de ese jovencísimo escritor americano del que decían maravillas.
Tenía una intuición excelente para los títulos de los libros: después de haber comprado los derechos de Fires, una de las colecciones poéticas más famosas de Carver, pensó que el título era banal. Lo cambió empleando el primer verso de la que consideraba la poesía más bella de la colección: “Vosotros no sabéis qué es el amor”. Compró los derechos del egipcio Naguib Mahfuz el día después de que fuera premiado con el Nobel de Literatura en 1988, adelantándose una vez más a los grandes editores del norte de Italia.
Una vez lo llamó Federico Fellini: le citó y Tullio se presentó en su casa de Roma. El director le mostró algunos de sus dibujos “obscenos” con Giulietta Masina en otra habitación y le dijo: “Si algún día me decido a publicarlos, usted será mi editor”.
La plaza Dante era su cuartel general: Tullio se movía poco; era el resto del mundo el que tenía que pasar por allí.
He sido su editor durante algunos años, su amigo fraterno hasta que nos ha dejado por un mal repentino. Tenía la costumbre de llevarle a los escritores españoles que llegaban a Nápoles: Juan Cruz, David Trueba, Luisa Castro, Vicente Quirante... Porque él nunca había estado en España, pero si España pasaba por Nápoles, entonces había que ir a la plaza Dante para hacerse invitar a un café.
Concluía las charlas siempre de la misma manera: “Mi vida es una película; espero vivir lo suficiente para ser también un espectador. Esperemos que el actor que interprete mi papel sea tan guapo como yo”. Mientras, cinematografía aparte, además de su magnífico catálogo editorial nos deja dos autobiografías: Libri e cazzotti y Il paradiso al primo piano.
Marco Ottaiano es hispanista de la Università L’Orientale di Napoli y exeditor de Tullio Pironti.