Los misterios del comportamiento
Morante, Urdiales y Tomás Campos desgranan gotas de buen toreo ante una irregular corrida de Ana Romero
Ves a Morante y parece otro. Ha dejado atrás su aire taciturno, ese semblante entristecido y un abatimiento que parecía perenne. Ahora, es un hombre sonriente, cargado de juventud y energía, con una disposición desconocida, inconformista y deseoso de triunfo.
Y ese cambio se nota no solo porque ha abierto el abanico de sus ganaderías (hace pocos días se anunció con Torrestrella en Huelva; después, con...
Ves a Morante y parece otro. Ha dejado atrás su aire taciturno, ese semblante entristecido y un abatimiento que parecía perenne. Ahora, es un hombre sonriente, cargado de juventud y energía, con una disposición desconocida, inconformista y deseoso de triunfo.
Y ese cambio se nota no solo porque ha abierto el abanico de sus ganaderías (hace pocos días se anunció con Torrestrella en Huelva; después, con Prieto de la Cal en El Puerto de Santa María, y hoy con Ana Romero, en Calatayud), sino por su actitud en la plaza.
Morante sigue siendo el artista que su madre trajo al mundo, pero con un comportamiento diferente. Y cualquiera sabe dónde está la razón. Quizá, ni él mismo sepa por qué parece dispuesto a acabar la temporada como cabeza del escalafón, o la causa de ese nuevo talante personal.
Misterio del comportamiento humano.
Claro, que no es el único afectado. Ese enigma afecta también a los toros. Ahí está el caso, valga el ejemplo, del cuarto de la tarde, que acudió con brío al caballo y empujó con empeño al peto, y un minuto después se dolió en banderillas y, después, se paró en el tercio final.
O el propio Tomás Campos, quien después de dos años en el paro forzoso, obligado por una lesión en 2019 y la pandemia, ha confirmado que le adorna un buen concepto del toreo, toreó de dulce al sexto, el único noble del encierro, y va y lo mata de un bajonazo infame, y el buen sabor de boca se diluyó en un momento.
Pero hubo buen toreo en Calatayud, especialmente a la verónica por parte de los tres toreros. Morante dibujó un manojo de capotazos preñado de buen gusto en el recibo al primero de su lote; Urdiales trazó verónicas ganando terreno en cada una de ellas en el suyo, y Campos se lució sobremanera, con una templadísima armonía, por verónicas y delantales.
Y eso no fue todo. Morante se sobrepuso en su primero al viento, invitado molesto durante todo el festejo, y se sintió muy confiado, asentado y solvente ante un toro de arisca movilidad que lo puso en apuros en un par de ocasiones, pero al que robó muletazos con la mano derecha que supieron a gloria. Abrevió, como no podía ser de otro modo, ante el cuarto, dificultoso y deslucido en extremo.
Romero/Morante, Urdiales, Campos
Toros de Ana Romero, correctos de presentación, de juego desigual en los caballos; sosos y apagados en la muleta, a excepción del primero, de arisca movilidad, y el sexto, muy noble.
Morante de la Puebla: estocada trasera (oreja); pinchazo y casi entera (ovación).
Diego Urdiales: pinchazo, estocada contraria y tendida, un descabello y el toro se echa (ovación); dos pinchazos y casi entera (ovación).
Tomás Campos: pinchazo, media _aviso_ (silencio); feo bajonazo, descabello _aviso- y un descabello (vuelta al ruedo).
Plaza de Calatayud (Zaragoza). 22 de agosto. Tres cuartos de entrada sobre el 40 por ciento del aforo permitido.
A Tomás Campos le hacen falta más festejos para corroborar su evidente capacidad ante la cara del toro. Muy soso era el tercero, y solo pudo justificarse. Muy noble el sexto, y demostró sobradamente que le adornan muchas y buenas cualidades toreras. Toreó por ambas manos con suavidad, temple, gusto y muy despacio. Pero todo lo oscureció con el bajonazo que nunca debió llegar.
Urdiales luchó contra el viento y su apagado lote. Dejó pinceladas de su clase, pero poco más pudo mostrar ante el reservón segundo, y abrevió ante el inservible quinto.
¿Y los toros? Sin un trapío aparatoso, como corresponde al encaste santacoloma, cumplieron irregularmente ante los picadores, siempre con la cara alta, galoparon en banderillas, y solo dos, primero y sexto, permitieron el lucimiento. A los demás, les pudo la sosería. Dicho lo cual, todos mantuvieron el interés porque no son toros de carril, ni tontos, ni cómodos; son listos, cambiantes y no generan confianza. Por tales razones obligan a los toreros a salir de su zona de confort, y ahí radica su gracia.