El ‘trap’ napolitano, del suburbio a San Remo
La escena de la música urbana de la ciudad italiana, crecida al calor de los barrios periféricos y del imaginario de series como ‘Gomorra’, se abre camino en el circuito comercial
Enzo Dong cierra la puerta de la cafetería de un portazo y dibuja en el aire la bifurcación que separó la vida de sus amigos y la suya. Fue una doble página de periódico de hace pocos años. El mismo día que se reseñaba el lanzamiento de su canción Prumesse mancate, con el mítico cantante neomelódico Franco Ricciardi, la cara de unos de sus colegas ilustraba en la página de al lado una detención por drogas. Él también había flirteado con ese mundo de esquina, papela y escúter. Pero la música fue un sacacorchos social. Hoy es una de las figuras emergentes de la escena del ...
Enzo Dong cierra la puerta de la cafetería de un portazo y dibuja en el aire la bifurcación que separó la vida de sus amigos y la suya. Fue una doble página de periódico de hace pocos años. El mismo día que se reseñaba el lanzamiento de su canción Prumesse mancate, con el mítico cantante neomelódico Franco Ricciardi, la cara de unos de sus colegas ilustraba en la página de al lado una detención por drogas. Él también había flirteado con ese mundo de esquina, papela y escúter. Pero la música fue un sacacorchos social. Hoy es una de las figuras emergentes de la escena del trap napolitano, quizá la más fuerte en Italia de este género. Su último viaje, en plena pandemia, lo hizo en avión privado: desde Secondigliano, uno de los barrios más deprimidos de la periferia napolitana, al festival de San Remo, el certamen musical que ni un solo italiano se pierde cada año. La culminación de un cambio de paradigma en la música de la periferia napolitana que lleva años gestándose.
Don Guanella, la zona del barrio de Enzo (30 años), es una mezcla de sueños rotos y esperanzas de una clase trabajadora que vio pasar las balas de las grandes guerras de la camorra en los ochenta y que se recupera todavía de sus heridas. Un miércoles por la mañana, él y su novia se hacen fotos para las redes. Enzo se calza un pasamontañas blanco. Luego, con el aplomo que requiere, unas gafas Versace que le cubren toda la cara y una cazadora roja de los Chicago Bulls. El tipo de la frutería ambulante, que debe conocerle desde que era un crío, arquea las cejas alucinado. Los chavales le miran con la boca abierta. Conocen de memoria temas como Higuain o Secondigliano regna. Tiene 250.000 seguidores en Instagram. La base es un negocio edificado sobre los restos de la utopía cultural del “hazlo tu mismo”, absorbido hoy por las principales discográficas del mundo. “En el rap italiano faltaba el background de la credibilidad de la calle. Nosotros hemos vivido cosas que normalmente los raperos en Italia las veían solo en los ídolos americanos”, explica.
La realidad ha sido la tarjeta de visita de Nápoles en las últimas décadas para cualquier manifestación artística de calle. Unas manzanas más allá, también en Secondigliano, en los edificios celestes, el barrio que sirvió como paisaje de fondo e imaginario estético y cultural de la serie Gomorra, el productor y cantante Vale Lambo ha construido un mundo artístico que ha bebido del rap y de la canción neomelódica, el género musical napolitano por excelencia. Canciones de amor y calle, sintetizadores, autotune y mala vida, que funcionaban como diario de una generación emparentada con el crimen organizado, que nunca se atrevió a soñar más allá del Vesubio. Pero algo cambiado. “El barrio te crea un carácter más duro. Es una coraza que te permite ir adelante. Y hemos sabido aprovecharlo. Hoy miramos más allá de Nápoles”, cuenta.
Vale Lambo (30 años) ha publicado ya tres discos con Universal —el primero, con un grupo llamado Le Scimmie—, pero mantiene el control de su obra sin interferencias discográficas. Esa es la gracia, señala. La música cambia tanto, que las majors (las grandes empresas), algo desconcertadas, se fían ya más del instinto de sus artistas que de la experiencia de productores encanecidos. “Yo he podido hacer todo lo que quería. Cuando hago música quiero sentirme libre. Si escuchas Come il Mare [su último disco], no encontrarás nada parecido”. Sucede algo similar con la escena napolitana, que empieza a encontrar una gran acogida fuera de Italia. “Es fuerte porque el imaginario de Nápoles es real. Lo que los chicos cuentan en las canciones es real. No es una postura. Tiene una credibilidad justa. La gente no quiere cosas sin contenido, falsas. Son contenidos válidos. La verdad vence siempre. Y luego el dialecto napolitano ayuda, es una lengua cortada. Suena bien digas lo que digas. No hay una lengua mejor para cantar. Aunque no lo entiendas, es bonito, como el inglés”.
Uno de los principales arquitectos de la escena trap napolitana ha sido Enzo Chiummariello, sospechoso habitual del fundacional rap de la ciudad con un instinto sobrenatural para el talento juvenil. Hoy tiene en cartera a 10 de los artistas que más reproducciones tienen en los teléfonos de chicos de entre 17 y 25 años. “La escena trap necesita las redes sociales. Es todo un imaginario muy vinculado a la imagen, a las aspiraciones. Todo lo que cuentan debe tener su traslación en imágenes, en el lenguaje de las redes. Son importantísimas”.
Este representante fue el artífice del viaje a San Remo de un grupo de chicos el pasado febrero, que acompañaron al artista Gigi D’Alessio. Un punto de inflexión de una escena que tiene prisa por crecer y ni el más mínimo interés en permanecer en el underground. “Fue una gran experiencia. A la gente que todavía no conocía el trap napolitano le gustó. Diría que estamos llegando al circuito comercial. Vemos que el idioma napolitano, reconocido por la Unesco, tiene cadencias parecidas al inglés. Es ideal para cantar. Y ver a alguien crecido en Secondigliano cantando en San Remo es un cambio de paradigma total, para el que nos ayudaron mucho series como Gomorra”.
En el barrio de Montesanto, en el centro de Nápoles, un sótano cerrado insonorizado y con ese aroma de humedad de los bajos fondos, custodia los nuevos proyectos de los artistas emergentes. Aquí graba Enzo Dong, pero también músicos en expansión, como Niko Depp. De orígenes rumanos, es de los pocos artistas que cruza la frontera entre barrios sin pedir permiso. Familia humilde, todo el rostro tatuado, es un filtro entre los odios que hay de una calle a otra y que marcan a veces las letras del trap de la ciudad. “Muchas veces meto a medio barrio en casa mientras escribo. Me gusta hablar de ellos. Salen en los vídeos. Hay que vivir de verdad. A veces la gente que tengo alrededor sumaría cuatro cadenas perpetuas”. Un motivo de inspiración, si uno quiere, como cualquier otro.