Actrices y directoras latinoamericanas relatan la violencia psicológica en los sets de filmación
La red ‘Respeto en la escena’ nace con una campaña regional para denunciar los abusos en la industria
Hace un año, cuando arrancaba la pandemia, la directora brasileña de documentales Luciana Sérvulo pensó que había llegado la hora para uno de sus proyectos más ambiciosos: una película sobre cómo iba a cambiar la situación de las mujeres en toda América Latina durante la crisis de 2020. “Empecé a hacer red de contactos, pero justo cuando empecé el proyecto, tuve neumonía”, cuenta a El PAÍS Sérvulo, de 54 años, desde su casa en São Paulo. ¿Coronavirus? Dos pruebas dieron negativo. Confundida por lo que le pasaba a su cuerpo, frenó el proyecto mientras se recuperaba, pero también empezó a hablar por primera vez, en terapia, de una herida más profunda que cargaba en el cuerpo desde antes de la pandemia. “Esto fue un síntoma de todo lo que había vivido”, dice Sérvulo, después de reconocerse como víctima de un tipo de violencia de la que aún se habla poco en América Latina: la violencia psicológica.
“Fue cuando me invitaron a participar en el lanzamiento de #MeToo Brasil, como directora, que hablé por primera vez en público que había sufrido una relación de abuso emocional”, dice Sérvulo, sobre un evento digital organizado el año pasado por artistas del mundo audiovisual. “Yo no tenía idea antes del mal que el silencio me estaba haciendo, cómo estaba destruyendo mi salud física y mi salud emocional”.
Sérvulo ha dirigido documentales sobre diversos temas, desde los jóvenes en las calles de Rio de Janeiro en A Rua dos Meninos (2005), hasta la Cuba post-Obama en Hijos de la Revolución (2019). Pero dice que sus años de trabajo han estado acompañados de constantes comentarios por parte de colegas para socavar su rol como directora: para deslegitimar sus decisiones o ignorar su autoridad en el set por ser una mujer en una posición de poder. Comentarios que poco a poco lograron herirla emocionalmente. “Te doy un ejemplo clásico: cuando uno es una directora digamos, democrática [que pide la opinión de su equipo], eso puede significar en ese mundo machista del cine que uno es una directora ‘que no sabe qué quiere’’, dice. Comentarios frecuentes como “vamos a ver si tiene experiencia” o “vamos a ver si es buena”’. “El sistema de machismo patriarcal en el que vivimos se refleja en un set de filmación”, dice Sérvulo. De acuerdo con una encuesta digital de 2017 realizada a 1400 personas que trabajan en las artes audiovisuales en Brasil, 59% de las mujeres consideran que sus opiniones son desconsideradas en su lugar de trabajo por su sexo o orientación sexual, frente al 13% de los hombres.
La directora brasileña prefiere no hablar de la persona que más la lastimó psicológicamente cuando filmaba (pero dice que se trata de una cantante famosa con una larga carrera. “Hay mujeres que son abusadoras también”, dice Sérvulo). Pero en 2020 transformó su experiencia personal en otro tipo de iniciativa: en pocos meses organizó Respeito Em Cena, Respeto en la escena en castellano, una red latinoamericana de actrices y directoras en 10 países de América Latina para hacer una campaña contra la violencia psicológica en el ámbito artístico. Artistas del cine, del teatro o de la televisión que vienen de México, Costa Rica, Nicaragua, Colombia, Venezuela, Ecuador, Bolivia, Brasil, Chile y Argentina.
“La violencia psicológica ejercida en el entorno artístico ha provocado traumas, ha dejado secuelas y marcas psíquicas profundas en muchas y muchos artistas, perjudicando sus carreras y afectando de forma nociva sus vidas personales y familiares”, dice el manifiesto de este nuevo colectivo, que publican este lunes 1 de marzo, y que firman más de 100 personas (en su mayoría artistas pero también otros profesionales de la psicología o el periodismo).
“Todos los países de América Latina, sin excepción, son extremadamente machistas”, dice Sérvulo, quien empezó organizando esta red con solo 14 mujeres, y al que en pocas semanas se han unido muchas actrices, como las mexicanas Dolores Heredia y Joahana Murillo, las argentinas Thelma Fardin y Mirta Busnelli, o las brasileras Cláudia Abreu y Maeve Jinkings. “Descubrí que no hay casi nadie en Brasil haciendo trabajo sobre violencia psicológica. El discurso está volcado sobre todo a la violencia sexual”, dice Sérvulo. Y si ya es difícil reportar la violencia sexual o física ante las autoridades, la nueva red es la posibilidad de crear un espacio seguro para hablar de violencia psicológica sin ser tildadas de locas.
“Es posible considerar que la violencia psicológica es una instancia hacia otras formas de violencia”, dice la socióloga Ana Safranoff, quién ha estudiado este tipo de violencia en Argentina donde, de acuerdo a datos de 2013 a 2018, del total de las mujeres que denunciaron agresiones ante las autoridades, 86% fueron víctimas de violencia psicológica.
Maeve Jinkings, estrella brasileña de películas como Aquarius (2017), con la cual logró reconocimiento internacional en Cannes, fue una de las primeras artistas en sumarse a la iniciativa de Sérvulo. Aunque es una actriz experimentada a sus 44 años y con un amplio currículo en teatro, cine y televisión, Jinkings cuenta que sufrió abuso psicológico por parte de directores y de una preparadora de elenco. “Esta última llegó a pegarme un bofetón en la cara durante un ejercicio que era, supuestamente, para liberar la rabia”, cuenta al teléfono, desde Brasilia.
Como ocurre con muchas mujeres, la actriz también sufrió abuso psicológico como puerta de entrada para un acoso sexual de parte de un director. “Él es famoso por intercambiar roles en sus películas por relaciones [sexuales], pero yo me negué a entrar en ese juego. Un día, él me miró y me dijo: ‘¿Te gustas demasiado, no?’. Yo nunca me olvidé de esa frase, porque es un ejemplo muy claro de cómo funciona la cosa en ese tipo de ambiente”, recuerda.
Jinkings compara ese tipo de abuso en el medio artístico con una relación de pareja tóxica en la que se construye una intimidad y confianza para compartir secretos, miedos y traumas y una de las personas utiliza eso en contra de la otra a cada oportunidad. “El oficio del actor es dejarse atravesar por los demás, pero el director o preparador no puede romper esa confianza y usar esa vulnerabilidad para humillarte, sobre todo delante de los demás”, afirma.
Una violencia invisible
A diferencia de la violencia física, que deja una herida visible, la psicológica hace daño de forma menos evidente: usualmente con comentarios frecuentes y humillantes que buscan descalificar y generar una inseguridad profunda. “La violencia psicológica apunta a aspectos fundamentales del ser humano, a dañar su imagen y su honra”, explica Carmen Lucía Díaz, profesora en la escuela de psicoanálisis en la Universidad Nacional de Colombia. “El ser humano, hombre o mujer, están compuestos por un cuerpo físico, por su imagen corporal, por una subjetividad, o unas dimensiones de valor. La violencia psicológica apunta a dañar esa imagen, y dañar esa imagen es dañar aquello que sostiene a la persona, aquello que la hace valiosa ante otros pero también ante ella misma”.
Las palabras, los gestos, o los gritos son las armas de esta violencia, pero como las palabras no dejan las mismas heridas que un golpe, es más difícil identificar el daño. “Como no es muy claro el proceso, la persona comienza a silenciarlo, y cuando se da cuenta, ya está muy destruido ese ego. Tiene que ver, justamente, en apuntar a la destrucción narcisista. Todo ser humano debe tener un elemento narcisista, pero es ir socavando como ese amor propio. Como la persona está tan insegura, se reprocha a sí mismo como es, y se responsabiliza de todo lo que está pasando”, dice Díaz.
Safranoff, la socióloga argentina, ha estudiado que las mujeres en condiciones más vulnerables son más proclives a ser víctimas de este tipo de violencia, pero también esboza una teoría para explicar por qué mujeres con más visibilidad o poder –como actrices o directoras de cine– pueden verse vulneradas.
“El orden patriarcal que se fundamenta en la dominación masculina se ve amenazado cuando la mujer posee más recursos”, dice Safranoff. “La violencia es utilizada para restaurar el sistema tradicional de subordinación de la mujer. En el ámbito de las artes audiovisuales, quizás esto puede estar jugando un rol relevante, en tanto que los varones podrían verse “amenazados” por la fama/rol público de las mujeres y la violencia psicológica surge como la forma de “restaurar” su poder”, explica.
Una herida latinoamericana frente al público
La materia prima con la que trabajan las actrices es su cuerpo, su voz, y la empatía para apropiarse de un nuevo rol. Por esta razón varias de las actrices de esta nueva red latinoamericana contra la violencia psicológica mencionaron los ataques recurrentes a su cuerpo como el foco de las agresiones que han sufrido.
“La verdad yo siempre fui una joven bastante dormida, ciega frente a estas violencias, porque para mí ser actriz era un gozo, hasta que pasaron ciertas cosas y empecé a cuestionarme,” dice Camila Selser, actriz nicaragüense de 35 años que desde muy joven decidió entrar el mundo de la televisión mexicana y ha trabajado para telenovelas de Televisa como Te Doy la Vida (2020), y series como Sr. Ávila (2013-2018, de HBO) o Soy tu fan (2011, producida por Gael García y Diego Luna, entre otros).
“La directora de casting de una empresa súper conocida me dijo ‘si no bajas de peso te vamos a sacar de la novela, así que ponte las pilas’. En otra ocasión un asistente de dirección me dijo ‘a tí te hubieran dado ese papel pero es que no tienes tetas’”, dice Selser “Y en otra ocasión uno de los actores me dijo ‘tú calladita te ves más bonita’. Obviamente en ese momento sentía ganas de sacar un cuchillo y matarlo, pero no me atreví porque él es amigo del director, y los dos son famosos”.
Selser aclara que ha recibido decenas de comentarios de ese estilo durante su carrera, sobre su cuerpo y su carácter, y que por un tiempo sí lograron cambiar la imagen que tenía de sí misma. “Es constante, ese taladro, ese martillo, que no eres suficiente, que mejor cállate”, recuerda la actriz. “Era una jovencita que todo lo que me dijeran lo tomaba como cierto: sí estoy gorda, sí hablo de más, sí soy la que no tiene chichis (senos) pero es buena actriz. Nunca he sido suficiente para la industria”.
En la esquina opuesta del continente, desde Chile, la actriz de teatro y activista Andrea Gutiérrez dice que no hubiera podido sobrevivir en el mundo de la televisión por ese mismo control violento al cuerpo. “Es un ámbito que encuentro hermoso, pero es súper cruel, hay que tener una piel súper dura”, opina Gutiérrez, expresidenta del sindicato de actores chilenos, y quien escribió una tesis el año pasado sobre violencia de género contra actrices y escritoras.
En su investigación de maestría, Gutierrez encontró que “las relaciones de poder son terreno fértil para la violencia psicológica” y que muy frecuentemente son directores y productores los que ejercen este tipo de violencia contra las actrices. Pero además del control sobre el cuerpo, hay otras formas comunes para atacarlas, como señalarlas constantemente como problemáticas. “Aunque mi investigación dice que las actrices tienen un despliegue más profesional que los hombres, en el cine o teatro, son tildadas de locas, o de histéricas, o de problemáticas”, explica Gutierrez.
También encontró ejemplos en los que se les exigía a las actrices de teatro ocuparse de asear las salas, o de limpiar las tazas de sus compañeros, para regresarlas a los roles domésticos a los que se asocia lo femenino. E incluso, explica Gutierrez, encontró casos en los que se controla la maternidad de las mujeres. “Muchos comentarios de superiores que se refieren a la maternidad como algo que limita las carreras de las actrices, que es imposible compatibilizar, porque se le va a deformar el cuerpo y nadie las va a volver a llamar”.
En el centro del continente, en Nicaragua, a la red de mujeres también se alió Gloria Carrión, directora de un exitoso documental del año pasado llamado Heredera del Viento. Las actrices “están mucho más expuestas que nosotras las directoras,” admite Carrión. “En mi caso yo he vivido una violencia moral, machista, para como socavar la autoridad de alguien. No es lo mismo a lo que están expuestas actrices mujeres ya que exponen su cuerpo, sus emociones frente a la cámara”.
Al igual que Luciana Sérvulo en Brasil, como directora en Nicaragua Carrión se ha encontrado también con el dilema de estar en una posición de poder pero con colegas reticentes a reconocerlas como líderes: en dos ocasiones, recuerda, “se me cuestionó mi capacidad de dirigir, o se me cuestiona la autoridad dentro del set, y eso obedece a ser mujer”. Pero aún así, considera que más que enfocarse en casos puntuales, la nueva red puede tener un rol de difusión que no ha tenido ninguna otra red de actrices latinoamericana hasta ahora, y que puede responder de forma distinta a las preocupaciones que levantó el #MeToo de Estados Unidos en el 2017, dándole un espacio más central a la violencia psicológica y no solo a la física o sexual.
“Es la primera vez que veo un esfuerzo serio a nivel latinoamericano”, opina, optimista, Gutiérrez. “Me entusiasmó sumar mi voz a esto para poder motivar a otras mujeres del gremio a alzar la voz, si tienen denuncias que hacer, y transformar estos espacios”.