Catherine Millet: “Hay una regresión en la forma de vivir la sexualidad femenina”

La escritora francesa publica ‘Amar a Lawrence’, un ensayo sobre el controvertido autor de ‘El amante de Lady Chatterley’, que se anticipó a la liberación de las mujeres al describir el deseo como motor de emancipación

Catherine Millet, en su casa en París.Manuel Braun

Cuando Catherine Millet (Bois-Colombes, Francia, 72 años) descubrió los libros de D. H. Lawrence, autor de novelas tan escandalosas en su tiempo como El amante de Lady Chatterley o Mujeres enamoradas, sintió que estaba leyendo a un alma gemela. Reconoció en las páginas del británico el mismo gusto por la polémica, la misma voluntad de dinamitar la herencia de la moral religiosa. Un gusto...

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Cuando Catherine Millet (Bois-Colombes, Francia, 72 años) descubrió los libros de D. H. Lawrence, autor de novelas tan escandalosas en su tiempo como El amante de Lady Chatterley o Mujeres enamoradas, sintió que estaba leyendo a un alma gemela. Reconoció en las páginas del británico el mismo gusto por la polémica, la misma voluntad de dinamitar la herencia de la moral religiosa. Un gusto similar por los textos de naturaleza híbrida, entre la novela y la digresión filosófica, entre la ficción y el testimonio personal. Descubrió a un escritor que, sintiéndose próximo de las sufragistas, criticó duramente a las féminas que, en nombre de la igualdad, aspiraban a vivir como hombres, que le repugnaban casi tanto como las “mujeres niña” de Dickens y las musas pasivas como la Beatrice de Dante. A un hombre severo y con infinitas aristas, tan familiarizado con la contradicción como su futura heredera, que logró reflejar la naturaleza del deseo femenino, entendido por Lawrence y por Millet como el motor de emancipación más poderoso.

“El peligro del totalitarismo sigue existiendo, y no solo dentro del feminismo”

“Puede parecer una paradoja, pero Lawrence hizo más por las aspiraciones de las mujeres que la mayoría de novelistas del siglo XX”, asegura la escritora y crítica de arte francesa, que acaba de publicar Amar a Lawrence (Anagrama), un ensayo en primera persona donde trenza la obra del autor británico, descubierta de forma tardía, con sus propias experiencias en el campo sexual, bien conocidas desde que, hace 20 años, las expusiera con todo lujo de detalles en La vida sexual de Catherine M. Si le interesó tanto Lawrence, al que leyó por primera vez hace pocos años, fue porque su caso desmentía la guerra de los sexos. “Su caso demuestra que los hombres saben escuchar a las mujeres. En Lady Chatterley, el autor describe un orgasmo femenino como nadie lo ha hecho antes, y eso que él no era capaz de experimentar uno. Lo logró a partir de testimonios ajenos, de su mujer y de sus amigas. Lawrence demuestra que hay muchos hombres heterosexuales que se interesan por las mujeres. Y no para convertirlas en objetos de consumo, sino para escucharlas”, decía Millet la semana pasada, sentada en el comedor de su casa, en un barrio poco pintoresco del este de París. “Yo vivo con un hombre así. Nunca lo he dicho, pero me reconozco en Lawrence y también reconozco en él a mi compañero”, sostiene la escritora sobre Jacques Henric, el escritor que comparte su vida desde 1971, encerrado en una habitación de la planta superior.

El escritor británico D. H. Lawrence.Hulton-Deutsch Collection/Corbis/ Getty Images

Millet, muy crítica con el devenir del feminismo más “exacerbado y agresivo”, reconoce que muchas cosas han cambiado para las mujeres desde los tiempos de Lawrence. “En el último siglo ha habido un progreso social. Hoy es más fácil que una mujer viva sola y trabaje, que decida no casarse y no tener hijos. Pero, en la forma de vivir la sexualidad femenina, ha habido una regresión. Las protagonistas de Lawrence tenían menos escrúpulos en el terreno sexual”, sostiene la autora, que escoge a su casi homónima Kate, la libérrima protagonista de La serpiente emplumada, como su favorita. “El Me Too aspira a reglamentar cualquier contacto entre hombres y mujeres. Las prohibiciones conservadoras siguen existiendo, un siglo después, pero en otros lugares”. Huelga recordar que, en enero de 2018, Millet fue una de las impulsoras de la controvertida tribuna firmada por 100 mujeres de la cultura francesa –la más famosa de todas ellas era Catherine Deneuve– en contra de las derivas del Me Too y a favor de una supuesta “libertad de importunar, indispensable para la libertad sexual”.

Tres años después, Millet asegura que esa incendiaria petición, que levantó una oleada de indignación entre las feministas de medio mundo, no le supuso ningún disgusto. “Me molesta ser incomprendida, que se deformen mis declaraciones. Pero no fue un periodo doloroso para mí, tal vez porque no tengo redes sociales. Los ataques me dan igual, forman parte del juego. Creo ser una persona abierta al diálogo”, asevera. Millet sigue suscribiendo todo lo que defendió entonces, con una única excepción. “El movimiento ha tenido un efecto positivo: en las comisarías, ahora se escucha más a las víctimas de violencia. Ahí ha habido un beneficio, lo reconozco”. Pese a todo, no lamenta haber usado palabras duras para definir ese movimiento, al que culpó de hacer regresar “una moral victoriana”, de provocar un nuevo auge del “puritanismo” e incluso de despertar “el peligro del totalitarismo”. “Lo mantengo. El peligro del totalitarismo sigue existiendo, y no solo dentro del feminismo. Existen movimientos identitarios que, si nadie los frena, también pueden conducirnos hacia él”, afirma Millet, en referencia a las polémicas raciales de los últimos años, como las que provocaron los casos de blackface.

“La autodeterminación de género es peligrosa. La reproducción humana sigue reclamando dos sexos”

Millet, que dirige la revista Art Press desde su fundación en 1972, sigue de cerca los debates sociales relacionados con el sexo y la sexualidad. Por ejemplo, expresa sus reservas sobre la llamada autodeterminación de género: “Me parece una vía peligrosa, una forma de forzar la realidad y de introducir en ella la utopía. La reproducción de la especie humana sigue requiriendo que haya dos sexos”. Acaba de leer Yo soy el monstruo que os habla, el último libro de Paul B. Preciado, donde el filósofo español aboga por superar los viejos esquemas de la diferencia sexual que sigue pregonando el psicoanálisis lacaniano. En otro tiempo admiró a Preciado, pero su nueva obra no le ha gustado nada. “Me gustaba más Beatriz que Paul Preciado. Paul es más dogmático que Beatriz”, opina.

Exageración del fenómeno

Sobre las polémicas que han despertado en Francia dos casos recientes de incesto y pedofilia, a raíz de las denuncias presentadas contra el politólogo Olivier Duhamel y el artista Claude Levêque, Millet vuelve a distanciarse del consenso. “Está muy bien que las víctimas puedan hablar y liberarse. Pero, como ya sucedió con el Me Too, hay una exageración del fenómeno. Cuando los sondeos apuntan que el 10% ha sido víctima de incesto, me pregunto si no se están mezclando casos graves con otros que no lo son”, sopesa Millet. Se indigna también cuando oye cómo algunos explican esos casos por el contexto cultural originado por el Mayo del 68, al que dedicará su siguiente libro. “Todos los libertinos no fueron pedófilos o culpables de incesto. En mi entorno no había personas así. Es una amalgama que se usa para rechazar todo ese periodo”. Ella misma llegó a firmar una tribuna, impulsada por el escritor pedófilo Gabriel Matzneff en 1977, que pedía clemencia por tres acusados de mantener relaciones con chicos adolescentes. “Volvería a firmarla, porque lo que pedíamos era que la legislación fuera la misma para heterosexuales y homosexuales. Los segundos eran más duramente castigados. No era, en ningún caso, una llamada a la generalización de la pedofilia”, termina Millet, incapaz de dejar de enfrentarse a la dirección de los vientos, como la heroína de Lawrence que le gustaría ser.

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