Shakespeare bajo lluvia y nieve
‘The Hollow Crown’ es una suerte de Mahabharata isabelino que da la sensación de zamparse una mezcla de Dickens con una película de aventuras
En Cataluña llovía a cántaros y, en el resto de España, nieve en cantidades industriales: ideal para cambiar el chip. Vale, figura retórica, pero esa tarde (y parte de la noche) me quedé zambullido en la sorpresa que acababa de regalarme mi amigo Xavier Pérez, shakespeariano acérrimo. “El primer sorprendido fui yo”, me dijo. “Entras en el índice de Movistar y encontrarás en versión original subtitulada The Hollow Crown, o sea, La corona vacía”. “Y que aquí”, me aventuré yo, “se emi...
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En Cataluña llovía a cántaros y, en el resto de España, nieve en cantidades industriales: ideal para cambiar el chip. Vale, figura retórica, pero esa tarde (y parte de la noche) me quedé zambullido en la sorpresa que acababa de regalarme mi amigo Xavier Pérez, shakespeariano acérrimo. “El primer sorprendido fui yo”, me dijo. “Entras en el índice de Movistar y encontrarás en versión original subtitulada The Hollow Crown, o sea, La corona vacía”. “Y que aquí”, me aventuré yo, “se emitió en parte en el canal 2 y también en algunos lugares le rebautizaron La guerra de las Dos Rosas”, añadí. El caso es que maese Shakespeare desalojó la aguaza en versión líquida o sólida, y para mí (y supongo que muchos más) nos devolvió a la infancia como si estuviéramos zampándonos una mezcla de Dickens y una película de aventuras.
Pérez me guió por aquella suerte de Mahabharata isabelino del primer Shakespeare. Lo resumiré, porque es largo. The Hollow Crown, pedazo producción de la BBC, se estrenó (aquí parcialmente) en un primer ciclo formado por la primera y segunda parte de Enrique VI, el doble debut del maestro, rematado por la subida al trono de Ricardo III, con que Benedict Cumberbatch, brutal robaescenas, nos dejó ojipláticos como había hecho en 2010 con un Holmes de olé. Algunas estrellas invitadas de los tres primeros episodios de La corona vacía, dirigidos por Dominic Cooke, fueron, además, por supuesto, de Cumberbatch, Hugh Bonneville (el señor de Grantham de Downton Abbey), que interpretó al duque de Gloucester de Enrique VI, lírico y neurótico, que podía ser hermano o amigo del alma de Ricardo II. Más talentos teleteatrales: Judi Dench como Cecilia Neville, duquesa de York en Ricardo III; Tom Sturridge (Enrique VI); Adrian Dunbar, al que recordarán como jefe de asuntos internos de la serie Line of Duty, es Ricardo de York. Voy a salto de mata porque me vuelve a la cabeza la Juana de Arco de Laura Frances-Morgan, personaje muy recortado y pasado de vueltas: antifrancesa (y con el nombre de Joan la Pucelle), que tiene guasa para pintarla de bruja, monstrua, zorra, y encima reducida a un par de apariciones, pero qué fuerza loca.
Hablando de francesas, Geraldine Chaplin es Alice, el aya de Catalina de Valois (Mélanie Thierry) y Carlos VI de Francia (Lambert Wilson). Y más primeras figuras (mi reparto favorito) que no aparecieron en la pantalla española con Ricardo II, por razones que se me escapan: el sensacional Jeremy Irons (Enrique IV), Rory Kinnear, el primer ministro que se tiraba a un cerdo en Black Mirror, y en la pieza de Shakespeare como Henry Bolingbroke. Ben Whishaw bordó un Ricardo II y John Hurt fue un estupendo narrador. Ese Ben Whishaw, dirigido por Rupert Goold, se consagró con un Hamlet en el Old Vic, a las órdenes de Trevor Nunn. Y otro gran actor clásico, Tom Hiddleston. Protagonizó Enrique V, y antes The Changeling y Cymbeline puestas en escena por Declan Donnellan. Y otro aplauso para la sensacional y feroz Sophie Okonedo, que encarna a la valiente reina Margarita de Anjou, esposa de Enrique VI. Y no hay que olvidar los directores de la primera parte: Dominic Cooke, Richard Eyre, Rupert Goold y Thea Sharrock.