La fructífera quedada de dos colosos del jazz
Un álbum recoge la grabación de 1988 en Grenoble del único encuentro en directo entre Barney Wilen y Tete Montoliu
El jazz es una música en la que un encuentro puntual puede dar lugar a algo realmente grande. Un buen día, Barney Wilen, uno de los músicos de jazz más sobresalientes de la escena europea, se encontró con Miles Davis y eso cambió su vida, o más bien, su proyección profesional y la atención que todo el mundo le brindó a partir de entonces. Wilen, un autodidacta nacido en Niza en 1937, con 20 años ya había grabado su primer álbum como líder, tocado con diferentes figuras estadounidenses de paso por F...
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El jazz es una música en la que un encuentro puntual puede dar lugar a algo realmente grande. Un buen día, Barney Wilen, uno de los músicos de jazz más sobresalientes de la escena europea, se encontró con Miles Davis y eso cambió su vida, o más bien, su proyección profesional y la atención que todo el mundo le brindó a partir de entonces. Wilen, un autodidacta nacido en Niza en 1937, con 20 años ya había grabado su primer álbum como líder, tocado con diferentes figuras estadounidenses de paso por Francia e incluso participado en discos de Roy Haynes o John Lewis, llamando la atención de críticos americanos como Ralph Gleason. Cuando Louis Malle encargó a Miles Davis la banda sonora de su película Ascensor para el cadalso, el trompetista, recién llegado a Paris en noviembre de 1957, se llevó al estudio a los músicos con los que giraría por Europa en aquellos días, que eran básicamente el cuarteto del pianista René Urtreger con el joven Wilen al saxo tenor. La banda sonora se convirtió en una obra maestra del jazz de la época, y Wilen pasó a la historia como uno de los elegidos saxofonistas del maestro Davis.
Muchas veces, cuando se cuenta la historia de Wilen no se va mucho más allá de este episodio, pero la soberbia trayectoria del saxofonista no vivió de rentas: poco después de su trabajo con Davis, que no duró mucho más de una semana, siguió tocando y grabando con músicos como Bud Powell, Milt Jackson, Kenny Dorham o Duke Jordan. En 1959, Wilen fue invitado a tocar en el célebre Festival de Newport y a grabar en Nueva York con Thelonious Monk y Art Blakey, hitos a los que muy pocos músicos europeos podían aspirar.
A partir de entonces desaparece durante unos pocos años y emerge de nuevo en la segunda mitad de los sesenta como una de las más inquietas figuras del free jazz francés y los experimentos con el rock que dieron lugar a álbumes tan influyentes como Dear Prof. Leary, en el que junto a Joachim Kühn acuñó su “Amazing Free Rock Band”. Un nuevo retiro, en esta ocasión para irse a África a estudiar músicas tradicionales de aquel continente, cristalizó en otro breve regreso en 1972 con el seminal álbum Moshi, un portento de fusión afro-jazz. Su siguiente retiro duró más de 15 años.
En 1987, Wilen volvió al jazz francés por la puerta grande, recibido como la leyenda nacional que era y adoptando de nuevo el lenguaje bebop de sus primeros años, modelado a partir de Lester Young, Al Cohn o Sonny Rollins. Las giras y grabaciones ya no cesaron hasta su prematura desaparición en 1996. El saxofonista dejó al morir un montón de cintas grabadas en esos últimos años y el sello Elemental Music lleva un tiempo trabajando junto al hijo de Wilen para publicar las mejores, como Live in Tokyo ’91 o el monumental Montreal Duets, junto al gran pianista francés Alain Jean-Marie, publicado en 2020.
Así, un encuentro no tan trascendente como el de Miles Davis, aunque también muy especial, acaba de ver la luz en un álbum extraordinario: el único concierto de Wilen con nuestra mayor gloria jazzística nacional, el pianista Tete Montoliu, en febrero de 1988 (hay registro de que ambos músicos habían coincidido previamente, al menos en una jam session en Barcelona en marzo de 1960, pero nunca antes formando un grupo programado oficialmente, y no hay constancia de otros encuentros previos ni posteriores).
Auspiciado por el crítico de jazz Robert Latxague y por el entonces programador del Festival de Jazz de Grenoble, Jacques Panisset, la idea era ofrecer al público del festival algo nunca visto, y así fue: no hubo ensayos ni preparación más allá de algunas ideas comentadas entre los músicos poco antes del concierto, y el encuentro tuvo esa magia especial del jazz cuando talentos afines se unen para, a golpe de espontaneidad y de dominio del lenguaje, crear algo realmente singular.
Así queda documentado en Barney and Tete: Grenoble ’88, un álbum que aporta al legado de ambos músicos mucho más que la anécdota del encuentro inédito. Acompañados por el contrabajista italiano Riccardo del Fra y el baterista estadounidense Aaaron Scott, Wilen y Montoliu se muestran absolutamente relajados en la grabación, apoyándose en la afinidad de sus estilos para interpretar un repertorio de clásicos con sapiencia y frescura.
Ninguno de los dos es un solista que, simplemente, toca con solvencia: ambos suenan a líder, a maestro dueño de un lenguaje desgranado con tanta rotundidad como gracilidad. El disco transmite ese dominio, con algunos espacios para que uno y otro se explayen por su cuenta, pero concentrado en un diálogo respetuoso y enriquecedor que convierte a esta edición en un título ineludible para cualquier amante de aquella extraordinaria promoción del jazz europeo que nos dio a Wilen y a Montoliu. Se ha dicho muchas veces y hay que seguir diciéndolo: a pesar de su innegable prestigio, si hubiesen sido estadounidenses, hoy estarían considerados a la altura de los más grandes de la historia.