Un ojo verde y otro marrón

Tal vez para Elena Anaya la vida consiste en una aventura en la que hay que imaginarse libre y segura entre sus ramas de un árbol comiendo un fruto prohibido.

La actriz Elena Anaya.Jordi Socias

Si una niña muy pequeña, en vez de jugar con muñecas, se sube a los árboles y en este caso el árbol de aquella lejana primavera es un cerezo muy alto y encaramada entre las ramas se come las cerezas verdes todavía, cabe imaginar que esa niña podía presumir con los niños de su edad de tener también como ellos cicatrices en las rodillas. Puede incluso que al bajar de los árboles le esperara una vida muy singular. Pero Elena Anaya trepaba sin peligro por las ramas de aquel cerezo de su niñez, protegida con un arnés que le había preparado su madre...

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Si una niña muy pequeña, en vez de jugar con muñecas, se sube a los árboles y en este caso el árbol de aquella lejana primavera es un cerezo muy alto y encaramada entre las ramas se come las cerezas verdes todavía, cabe imaginar que esa niña podía presumir con los niños de su edad de tener también como ellos cicatrices en las rodillas. Puede incluso que al bajar de los árboles le esperara una vida muy singular. Pero Elena Anaya trepaba sin peligro por las ramas de aquel cerezo de su niñez, protegida con un arnés que le había preparado su madre. Tumbada boca arriba en el diván, un psicoanalista no necesariamente argentino podría crear con esta imagen recurrente, que nunca le abandona, un cuadro psicológico de esta actriz. Tal vez para ella la vida consiste en una aventura en la que hay que imaginarse libre y segura entre sus ramas de un árbol comiendo un fruto prohibido.

Elena Anaya elige los personajes a conciencia. Ha trabajado con los mejores directores. Woody Allen es el último que la ha dirigido

Una tarde de paseo por el monte su madre llevó a la niña al pie de un chopo enfermo en cuyo tronco había un hueco muy grande donde vivía una familia de gnomos. La niña vio primero la ropa perfectamente colgada. Allí dentro estaban todos, el padre, la madre, los hermanos mellizos, hijo e hija, las camas, la mesa puesta con la vajilla, las herramientas para trabajar la madera, los frutos colocados en la despensa. A la niña le dio un vuelco el corazón al saber que los árboles estaban habitados. La madre nunca le reveló el secreto, pero cuando Elena se fue a Madrid muy joven dispuesta a ser artista le envió en una caja de madera todos aquellos personajes que ella había preparado para su niña en el hueco del tronco de aquel árbol. Con una nota. “Elena, la magia existe”. Y prueba de que tenía razón es el hecho de que la naturaleza ha regalado a esta actriz un ojo verde y otro marrón, uno para decir si y otro para decir no, el verde para ver la vida como ella imagina y el marrón para verla realmente como es.

Nació en Palencia en 1975, producto muy bien acabado de un ingeniero y de una profesora. Elena no se llevó nunca bien con los estudios. Prefería lavar platos y hacer camas en la pensión de estudiantes que tenía su madre, pero a los siete años tuvo que sustituir en el teatro del colegio a una amiga que hacía de niño enfermo en El Cartero del Rey, de Tagore y al terminar la función vio a su padre aplaudir emocionado y decir en alto que ella era su hija. “También yo me emocioné y aquello cambió mi vida”, dice Elena. El matrimonio se separó, el padre murió joven y desde los 14 años la madre fue la única ayuda, su cómplice y confidente, la que le quitaba a aquella adolescente cualquier obstáculo en el camino. Quiero ser actriz. Claro que sí. Quiero ir a Madrid. Yo voy contigo. Siempre estaba su madre al pie del cerezo con el arnés, siempre dispuesta a llenarle de gnomos el bosque de sus sueños.

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La misma semana que iba a realizar por segunda vez las pruebas de ingreso en la Escuela de Arte Dramático, con 19 años recién cumplidos, la llamó Alfonso Ungría para trabajar en la película África. Elena Aniris ojoaya usó su mirada verde para decirle que sí. Dejó la escuela y se echó la vida al hombro. Alguien le ofreció después un trabajo que le repugnaba y usó la mirada marrón para decir que no. Creía que nunca la volverían a llamar. Pero Fernando León a los diez días le ofreció un papel para la película Familia y desde entonces el iris verde y el marrón los ha usado esta actriz meticulosa para elegir trabajos y directores. Cuando Elena logró el goya a la mejor actriz por su formidable trabajo en La piel que habito, de Pedro Almodóvar, que la consagró como una de las actrices más bellas y singulares, estaba sentada junto a su madre. ¿No era esa fiesta como aquel cerezo de su niñez?. Al oír su nombre la actriz elevó la mirada bicolor, pero no al cielo como todo el mundo sino tal vez hacia la rama más alta de aquel cerezo en el que de niña trepaba cuajado ahora de cerezas maduras.

Elena Anaya elige los personajes a conciencia. Ha trabajado con los mejores directores. Woody Allen es el último que la ha dirigido en la película rodada en San Sebastián, que se estrenará en septiembre. De él dice Elena: “Tiene una capacidad de trabajo y de concentración brutales. Su mirada es de rayos X. Da indicaciones impecables, acertadas y a veces tan salvajes que tienes que respirar hondo para poder hacer la toma siguiente. Nunca se sienta durante el ajetreo del rodaje, únicamente lo hace en las tomas y solo entonces se quita su sombrero. Es muy tímido”. Ser actriz consiste en ir a un lugar donde consigues ser el otro y tú desapareces. Cuando la actriz Elena Anaya regresa de ese lugar, la vida como ella la sueña será siempre de color verde y dejará el marrón para verla tal como es.

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