Picasso y Barcelona, las bodas de oro de un viejo matrimonio
El pintor donó en 1970 un millar de óleos y dibujos que había conservado su familia y que permitieron ampliar su museo en la ciudad. La covid impedirá ahora festejar los 50 años
El 2 junio de 1982 Jacqueline Picasso dejó a todos boquiabiertos. La última mujer del pintor inauguraba en Barcelona, junto a Narcís Serra, su alcalde entonces, una exposición con 41 cerámicas de su propiedad creadas por Picasso, cuando, de repente, dijo: “Mis cerámicas son suyas. Lo de Barcelona y Picasso era un viejo matrimonio de amor”, causando el asombro e, incluso, el llanto, de alguno de los asistentes. La ...
Regístrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
El 2 junio de 1982 Jacqueline Picasso dejó a todos boquiabiertos. La última mujer del pintor inauguraba en Barcelona, junto a Narcís Serra, su alcalde entonces, una exposición con 41 cerámicas de su propiedad creadas por Picasso, cuando, de repente, dijo: “Mis cerámicas son suyas. Lo de Barcelona y Picasso era un viejo matrimonio de amor”, causando el asombro e, incluso, el llanto, de alguno de los asistentes. La donación de estas piezas fue la última acción de una intensa relación del pintor con la ciudad en la que vivió entre 1895 y 1904, hasta que se instaló en París; unos años de aprendizaje en los que se rodeó de grandes amigos, muchos de los cuales le acompañaron el resto de su vida.
Picasso ya había donado en 1919 a Barcelona uno de sus primeros grandes cuadros, Arlequín, pintado en 1917 durante los meses que estuvo en la ciudad acompañando a su primera mujer, Olga Khokhlova, bailarina de los ballets rusos de Serguéi Diáguilev. Fue el primer cuadro del pintor que ingresó en una colección pública en todo el mundo. El 9 de marzo de 1963 se inauguró en el palacio Berenguer de Aguilar de la calle Montcada -situada en el barrio de la Ribera donde vivió el artista-, el museo con las 562 obras que Picasso había regalado a su secretario Jaume Sabartés, un ejemplar dedicado de todos los grabados que hacía. Y en abril de 1968 Picasso donó los 58 óleos que forman Las Meninas, la única serie completa que dio en vida, además de un retrato de 1901, de la época azul, de Sabartés.
Pero la gran donación llegó en 1970 cuando Picasso entregó a Barcelona las obras de arte que su madre, hermanas y sobrinos habían conservado, durante años, en su piso del paseo de Gràcia: 236 óleos, 1.149 dibujos, 17 cuadernos con 826 dibujos, dos grabados, cuatro libros de texto con dibujos marginales y 40 pinturas de otros artistas. Unas obras que convirtieron al museo barcelonés en un referente para estudiar las primeras etapas del artista; desde los primeros dibujos malagueños de 1890, la estancia en A Coruña, su etapa barcelonesa, además de sus viajes a Málaga, Madrid, Horta de Sant Joan y a París previos a su instalación definitiva en la capital francesa.
En abril de 1959, tras la muerte de su hermana Dolores, Picasso mandó fotografiarlas a Francesc Mèlich. Las 994 imágenes fueron enviadas al artista que, junto a otro amigo de juventud, el notario Raimon Noguera, las identificó y documentó. Hay quien asegura que fueron los sobrinos de Picasso los que tomaron la iniciativa de hacer las fotos y mandárselas a su tío con la intención de poder venderlas. Quizá por eso, durante la identificación, Picasso le dijo a Noguera que su intención era darlas todas en vida. Cuando el Ayuntamiento de Barcelona se enteró encargó a Noguera que, al menos, consiguiera una para la ciudad: El paseo de Colón, una obra cubista pintada también en 1917. “Cuando le dije a Picasso lo que quería el Ayuntamiento me dijo: ‘¡Calla hombre, calla. Todo esto irá a Barcelona!”, contó Noguera en una entrevista publicada en Destino en 1994.
El 23 de febrero de 1970 se redactaron dos documentos. En uno, Picasso dona todas las obras documentadas en 1959, además de Las Meninas entregadas dos años antes sin papel alguno. Y lo hace con la condición “de que por ninguna causa puedan ser trasladadas a otro lugar sin mi personal autorización”, según Noguera, “para que no las utilizara el franquismo como propaganda del régimen”. En el segundo documento, da poder a Noguera para pedir que sus cuatro sobrinos las entreguen “a la mayor brevedad”.
Las obras fueron recogidas en mayo del domicilio de los sobrinos y se trasladaron a los talleres de los Museos de Arte de Barcelona, en el Palau Nacional de Montjuïc, para catalogarlas y restaurarlas.
“Durante varios días cotejamos las fotos con las obras. Los óleos estaban colgados en las paredes, pero los dibujos metidos en un baúl, arrugados algunos”, recuerda Rosa Maria Subirana i Torrent, por entonces conservadora técnica de los museos de Barcelona y entre 1975 y 1982 directora del Museo Picasso. Ella estuvo en el piso, junto con el responsable de los museos barceloneses, Joan Ainaud de Lasarte, y el notario Noguera. “Cuando las obras llegaron al museo se instalaron en una nave que llamábamos ‘La Nasa’ a la que solo se podía entrar y salir con permiso”, recuerda. “Se formó un equipo de unas 15 personas, la mayoría mujeres y como trabajábamos sentadas en unas sillas de la Exposición de 1929 se nos rompían las medias. Cuando exigimos que nos las pagaran o llevar pantalón, prohibido entonces, nos pudimos saltar esa prohibición”.
La donación levantó ampollas en Francia. En 1968 se aprovechó, recuerda Subirana, la confusa situación creada por las revueltas de mayo para sacar Las Meninas. La donación de 1970 dejó perplejo hasta el presidente Georges Pompidou que no entendía la predilección del pintor, que ellos consideraban francés, por Barcelona. En la decisión de Picasso pesó que cuando pidió en 1940 la nacionalidad francesa se le negó por “revolucionario”.
En cambio, en Barcelona la noticia fue una gran alegría, como reflejaron los titulares de prensa: Bienvenidos los 900 ‘picassos; La donación demuestra que Picasso nunca dejó de sentirse barcelonés; Picasso al alcance de Barcelona. O los más gráficos: Es como si se hubiera abierto una tumba de Tutankamón y Barcelona 1, Madrid 0, en referencia a que la capital solo contaba “con cuatro cuadros de Picasso, tres regulares, comprados de prisa y corriendo”, como publicó en 1974 Juan Antonio Gaya Nuño; quizá porque el recientemente asesinado presidente del gobierno, Luis Carrero Blanco, había dicho que nunca consentiría que expusieran en Madrid “artistas rojos”.
Para mostrar las obras donadas, el Ayuntamiento compró el palacio del Barón de Castellet, contiguo al museo. Picasso, como ocurrió con las obras para acondicionar el museo en 1963, estuvo siempre informado y se le enviaron maquetas para supervisarlas. “Una vez remodelado por los arquitectos municipales Ignasi Serra i Goday y Josep Ros de Ramis se llevó a cabo la unión por dos puntos con el primero. Durante uno de estos trabajos un operario perforó una de las paredes con tal mala fortuna que agujereó uno de los cuadros de Las Meninas colgado al otro lado; en concreto, el Conjunto número 1, blanco y negro”, recuerda Subirana, que puntualiza: “En ese momento no había ni aire acondicionado, ni aparato alguno para medir la temperatura ni la humedad. No había nada”.
“La donación de 1970 es el alma del museo. Quiero aprovechar estos 50 años para recordar a los barceloneses que es suyo y no de los turistas, ya que Picasso lo donó para ellos en un acto de enorme generosidad. 2021 va a estar centrado en esta actitud generosa de Picasso con la ciudad e irá creciendo hasta 2023 cuando se celebren los 50 años de la muerte del pintor”, explica Emmanuel Guigon, director del Museo Picasso desde 2016.
En 1963 el museo se inauguró como Colección Sabartés, sin hacer referencia a Picasso, porque el régimen no estaba dispuesto a hacer propaganda de un comunista, autor, además, del Guernica. En 1970, el franquismo si deseaba salir en la foto para mostrar al mundo los nuevos aires. Estaba previsto inaugurarlo el 25 de octubre de 1970, coincidiendo con el 89 cumpleaños del artista, pero las obras se retrasaron y se estableció que fuera el 18 de diciembre. Pero en los días previos, Picasso, enterado de las penas de muerte dictadas en el proceso de Burgos, llamó y telegrafió a Noguera pidiéndole que retirara las invitaciones y suspendiera los actos oficiales. “Fue una movida importante, porque en el Ayuntamiento se hizo un gran trabajo y una enorme campaña invitando a todo el mundo, incluso a diplomáticos. Todavía recuerdo el silencio sepulcral de ese día en las salas. Pero me sigue sorprendiendo que las autoridades franquistas respetaran la decisión de Picasso y no siguieron con lo previsto”, remacha Subirana.
Es lo que volverá a ocurrir, esta vez por las medidas sanitarias, el viernes 18, cuando la exposición centrada en los cuadernos de dibujo del artista, los 17 donados en 1970 y dos comprados por el museo después conmemoren estos 50 años de la donación y del “viejo matrimonio” entre Picasso y Barcelona. No habrá inauguración oficial, esta vez por las restricciones sanitarias.
.