Manuel Borja-Villel: “Hay algo muy importante en el arte, que es el afecto”

Para el director del museo Reina Sofía, “el capitalismo es una máquina: cuando pones la mano te la corta”

El director del Reina Sofía, Manuel Borja-Villel, posa la semana pasada en Madrid.Andrea Comas

Manuel Borja-Villel (Burriana, 63 años), director desde hace casi 13 años del museo Reina Sofía, trabaja al lado del Guernica, el cuadro principal de la metáfora de ruina civil del siglo XX, y ahora reflexiona aquí sobre las ruinas que deja la pandemia del siglo XXI. Camina, actúa y habla como si estuviera impulsado por una urgencia; atropella las palabras como si se le acabaran de despertar las ideas. Con el mismo arrojo, escribió en este tiempo una c...

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Manuel Borja-Villel (Burriana, 63 años), director desde hace casi 13 años del museo Reina Sofía, trabaja al lado del Guernica, el cuadro principal de la metáfora de ruina civil del siglo XX, y ahora reflexiona aquí sobre las ruinas que deja la pandemia del siglo XXI. Camina, actúa y habla como si estuviera impulsado por una urgencia; atropella las palabras como si se le acabaran de despertar las ideas. Con el mismo arrojo, escribió en este tiempo una carta llena de rabia y esplendor a una supuesta artista joven a la que le advierte, como en la entrevista, de que hay algo más importante que el arte, el afecto. Como si se despojara de sus distintos ropajes administrativos dejó al aire sus sentimientos. De eso, y del tiempo que nos han quitado, hablamos en su despacho, que a veces está iluminado y a veces, como la vida actual, él mismo deja en penumbra.

Pregunta. ¿Cómo surgió esa carta?

Respuesta. Es como un exabrupto, algo que va en una botella, a ver si alguien la recibe en el mar. Hemos estado aislados y solos. Me fijé, para escribir la carta, en la obra de Michael Asher, que refleja la situación de los nuevos colonialismos, y se centra en las comunidades mayas de Guatemala. Cuando fuimos con ellos a trabajar comprobamos que allí la palabra arte no existe. Para ellos lo que sería arte está relacionado con la ecología, tiene que ver con los rituales, con tocarse, con la caricia… Cuando recoges lo que hacen estás ejerciendo una especie de nuevo colonialismo. Durante la pandemia, de repente, me di cuenta de que las cosas habían cambiado y de que este artista lo refleja. De ahí parte la carta.

P. Y en seguida se pregunta usted contra quién luchamos esta batalla.

R. Desde 2008 el sistema capitalista vive una crisis. Cuando esto se produce parece que hay una vuelta de tuerca en la precarización del sector cultural. Lo que ha habido ahora es una catástrofe y también un cambio de paradigma. Las grandes catástrofes no sabes nunca de dónde vienen. No sobrevive el más fuerte, pues este está preparado para lo que se sabe que viene. De modo que en circunstancias como las actuales puede ser el débil el que salga adelante. Lo importante es la pluralidad, la complejidad. Un mundo no basado en la creación, en el conocimiento, está condenado a no sobrevivir. Lo que la covid nos está enseñando es que la cultura no va a poder ser esa cultura homogénea, a mantenerse en una esfera de control, en la centralidad ilustrada de una élite. Hay una cosa muy importante en el arte, que es el afecto. El conocimiento artístico es de piel, es físico… Es como lo que les pasa a los niños: cada vez que aprenden es con error o con dolor, no lo olvidan nunca. Lo que aprendemos ahora no lo aprendemos con esa intensidad física. En esta época covid la función cultural va a tener mucha importancia. En mitad de un camino de éxito, en el que todas las ciudades competían por tener más museos, más bibliotecas y más nobeles, y al final todos teníamos de todo, se nos había olvidado el arte. Yo creo que eso nos enseña la pandemia.

Manuel Borja-Villel, durante la entrevista.Andrea Comas

P. ¿Qué tendremos si teníamos todo y ahora no tenemos nada?

R. Lo primero, los cuidados respecto a las otras especies. No sé si lo tendremos, pero lo deberíamos tener. Otra cosa: que nos devuelvan el tiempo. El tiempo nos lo han quitado, no nos pertenece este tiempo de sobreproducción, de no parar de hacer cosas, de visitar cosas sin cesar. Yo creo que habrá que pasar de visitar a ver cosas. Hay cosas que forman parte del ser humano: el viaje, la movilidad, el vivir juntos… Nos las han quitado, no porque las hayan secuestrado, que a veces también… El viaje del conocimiento nos lo han quitado porque los viajes se han convertido en una industria donde lo importante es cómo te mueves y no a quién conoces. En la época de las grandes migraciones, no nos preocupamos por lo que ocurre en África. Nos hemos olvidado de lo principal: de los derechos humanos, de la hospitalidad, que se ha convertido en todo lo contrario: tú recibes a la gente, pero le exiges que sea como tú. Cuando el Reina Sofía empezó se criticó muchísimo que fuese antes un hospital, que oliera a cloroformo y a enfermo, cuando, se decía, el arte es glamur… Y, curiosamente, que haya sido hospital tiene más ahora sentido que nunca, por lo de los cuidados: vamos a ser una sociedad enferma y el arte es terapéutico.

P. ¿Así serán los museos?

R. Los museos deberían ser de algún modo las iglesias, los monasterios de la Edad Media: lugares donde todo se puede reflejar, tanto a nivel estructural como interno, cuando te censuran o te obligan a tener éxito, a que siempre haya los mismos nombres.

Manuel Borja-Villel, en su despacho durante la entrevista.Andrea Comas

P. ¿Cómo va a afectar a lo expuesto, a lo pintado, a lo que se conserva?

R. Cuando se acabó la primera fase de la cuarentena y se decía que había que cambiar se supo que todos los cruceros ya estaban reservados. O sea que la capacidad del ser humano de cometer el mismo error dos veces es infinita… Decía Immanuel Wallerstein que el capitalismo es una máquina, y cuando esta está en marcha si pones la mano te la corta. De hecho la historia de la izquierda es una historia melancólica porque está hecha de derrotas, solo que son derrotas que te llevan a otra cosa. Pero, de repente, lo que parecía imposible ha ocurrido: el sistema se ha parado, y solo puedes meter la mano para sacar alguna cosa. Ahora se ha parado, pero puede ser que vuelva a ser igual, aunque eso no me gustaría. ¿Qué cosas no serán iguales? Este modelo de museos competitivos, egoístas, donde cada uno busca lo suyo. Esto nos pasa a todos: no les explicas a otros lo que haces para que no te roben la idea… ¡Si todos somos ladrones! A nivel de cultura, llega un momento en que te crees que esto lo has hecho tú, pero resulta que ya estaba ahí. Esta competitividad tiene más que ver con la comunicación que con la creatividad, y es algo que me parece que se va a acabar. Y se va a acabar porque hemos descubierto que dar enriquece, y que el dar te hace sentirte bien.

P. Dice en su libro Campos magnéticos (Arcadia, Barcelona 2020) que “a veces las ruinas son hermosas”. ¿Qué ruinas estamos heredando?

R. Me gusta mucho Marcel Broodthaers, artista de la segunda mitad del siglo XX. Cuando tenía 40 años era un poeta, se dedicaba a hacer fábulas de animales y no vendía nada. Era 1964 y él dice: “No he servido para nada en mi vida. Voy a hacer una exposición”. Y decide que quiere ser artista. Entiende que el arte es un mundo de conquista, como si siempre jugases en campo contrario, con unos instrumentos que no son los tuyos, que te vienen dados especialmente en una época que él ya intuía, que es la de la sociedad del espectáculo, donde todo es susceptible de ser transformado en una marca. Así que hace poemas en plástico, poemas que nadie puede leer, y luego trabaja en una estructura de ruinas de la cultura moderna que ha desaparecido. Es lo que hacemos con la cultura: trabajar sobre ruinas como fantasmas. Esa pervivencia, esa ruina, ese fantasma, es algo que puede ser transformado, no nos lo puede quitar nadie. Y esa es una de las responsabilidades que tienen los museos, los intelectuales, los escritores, imaginar qué hacen con las ruinas.

P. Se refiere usted en su carta (y en su libro) a que la esencia de un país debería ser la hospitalidad, la puerta abierta. ¿A qué huele la esencia de este país en este momento?

R. Pues no sé si huele a lo contrario: a puerta cerrada. No sé si debería oler más a puerta abierta.

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