Las ruinas del castillo que se resiste a acabar arruinado

El Ministerio de Cultura invertirá 1,5 millones de euros para consolidar los restos de la fortificación medieval de Montearagón, el monumento icónico donde se originó el reino aragonés

Las ruinas del Castillo de Montearagón, en la localidad aragonesa de Quicena.Luis Pascual

La carretera es estrecha y atraviesa un páramo conocido como la Hoya de Huesca, al fondo se levantan unas lomas peladas. Sobre una de ellas siguen en pie los huesos de un castillo construido hace casi diez siglos para conquistar la ciudad musulmana de Wasqa (Huesca), que fue el origen del reino de Aragón. Es una preciosa ruina romántica que ya no vigila; ahora reclama la atención de los cazadores de postales para Instagram los días de luna gigante.

Los turistas vienen a por un icono paisajístico y se encuentran con los restos del ...

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La carretera es estrecha y atraviesa un páramo conocido como la Hoya de Huesca, al fondo se levantan unas lomas peladas. Sobre una de ellas siguen en pie los huesos de un castillo construido hace casi diez siglos para conquistar la ciudad musulmana de Wasqa (Huesca), que fue el origen del reino de Aragón. Es una preciosa ruina romántica que ya no vigila; ahora reclama la atención de los cazadores de postales para Instagram los días de luna gigante.

Los turistas vienen a por un icono paisajístico y se encuentran con los restos del castillo de Montearagón, declarado Bien de Interés Cultural (BIC) —la máxima protección que se puede dar a un monumento— en 1931, superviviente de una historia de revueltas, desahucios, el saqueo napoleónico, la desamortización de Mendizábal, varios incendios, el abandono y el expolio, la Guerra Civil (primero ocupado por el ejército franquista, luego por las tropas republicanas) y, finalmente, algunas restauraciones polémicas.

Vista general del castillo-monasterio de Montearagón en 1970, arriba, y en 1990, abajo, tras la primera restauración.

El castillo sobrevive a duras penas, y sin el imponente perfil que tuvo en sus mejores tiempos la fortificación más rica y poderosa de la zona. En 1089 se inauguró y en 2020 está a las puertas de la desaparición. “Hubo un tiempo en que se caía un muro al año”, recuerda Antonio Turmo, guía turístico del castillo y presidente de la asociación ciudadana de 220 socios que lo protege desde 1995.

Para evitar que las ruinas se conviertan en yacimiento arqueológico, el Ministerio de Cultura invertirá una partida de 1,5 millones de euros en restaurarlo. Es la misma cantidad que se ha acumulado en restauraciones durante los últimos 25 años. Cuando los técnicos inicien en unos días la obra, que se prolongará 14 meses, ejecutarán una de las mayores inversiones en protección del patrimonio de la última década.

No van a falsear el edificio extinto en su totalidad, sino a consolidar las ruinas. “No reconstruiremos el castillo ni recuperaremos la silueta perdida del siglo XIX con muros nuevos. Las obras son para estabilizarlo y para reconstruir su compleja historia”, señala desde el Instituto de Patrimonio de Cultura Español (IPCE) José María Ballester, jefe del Área de Bienes Inmuebles. La degradación ha sido imparable hasta principios del siglo XXI porque su piel es de arenisca, una piedra demasiado débil ante la humedad, el viento y la insolación.

“Es muy fotogénico. La imagen de las ruinas es muy potente y ayuda a que la gente se interese por su historia”, añade Antonio Turmo, el guía. “Es un lugar emblemático, muy querido, pero también muy maltratado”, reconoce Olga Rondán, jefe de Arquitectura del IPCE. Recuerda que en las laderas solían hacerse campeonatos de motocross y hace un año aparecieron grafitos en los muros. También habla del expolio de un lugar sin protección. Aunque el mayor de los problemas a los que se enfrenta el BIC es el agua de lluvia, que se concentra en su interior sin hallar canales por los que evacuar.

Asentamiento geológico

Los arquitectos responsables del proyecto que rescatarán las ruinas son José Manuel Sanz y Sergio Izquierdo, cuyo trabajo se centrará en retirar los escombros y restos depositados en la plataforma, atar las grietas con varillas de fibra de vidrio, coser los muros mediante fijaciones internas, eliminar las plantas y raíces de las partes altas de los lienzos, sustituir el ladrillo por sillares de arenisca… Cuando se aseguren los muros y se consolide el asentamiento geológico sobre el que se eleva, la visita dejará de ser libre y pasará a estar controlada, segura y guiada. Quedan rastros del claustro, los aljibes, el palacio, las caballerizas, la iglesia, el monasterio, el archivo, la biblioteca… todos desaparecidos. De los 11 torreones que alcanzaban los 30 metros de altura solo se conservan cinco y muy mermados.

Arriba, una ilustración del castillo de 1841, y abajo, una del incendio, de 1844.

En esta loma Sancho Ramírez de Aragón y Navarra estableció su posición más avanzada, en 1085, para tomar Wasqa. Desde aquí, Ramiro I se convierte en el primer monarca en hablar del reino de Aragón. Este fue el refugio favorito de Alfonso I. Y fue monasterio durante cinco siglos, con un abad mitrado, que solo respondía ante el Papa de Roma.

Un pueblo que organiza visitas al monumento

“Si Loarre es el castillo románico mejor conservado del mundo, Montearagón son las ruinas más bonitas del mundo. El patrimonio de Huesca es riquísimo”. Las comillas a reventar de orgullo son del alcalde de Quicena, Javier Belenguer (PP). El regidor administra un taller mecánico y explica que el convenio con el Ministerio de Cultura entrega al pueblo la gestión parcial del castillo para organizar las visitas, los actos y los eventos. Los vecinos son sus ojos y sus guardianes sobre el terreno. En el último puente de la Constitución organizaron tres visitas y acudieron 500 personas a pasear con ellos entre los restos y a escuchar las batallas que derrotaron a la arenisca. “Las visitas fueron un éxito total. No nos lo esperábamos”, recuerda el alcalde, que también es guía del monumento.

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