“Nuestra servidumbre es tal vez la más perversa, porque es voluntaria”

La filósofa Marina Garcés defiende en su último libro ‘Escuela de aprendices’ una educación emancipadora “para aprender a pensar por uno mismo y con los otros”

La filósofa Marina Garcés, junto al piano de la escuela MúsicActiva de Barcelona, en la que ha recibido clases.Albert Garcia (EL PAÍS)

Para pensar la escuela, la profesora y filósofa Marina Garcés volvió a ser estudiante. Hace unos años, empezó a tocar el piano y ahora esa experiencia ocupa un capítulo central de su último libro, Escuela de aprendices (Galaxia Gutenberg). “Sentados, aprendiendo la relación con el instrumento, conversando sobre la educación o sobre la vida, soy la aprendiz y mi cuerpo está en posición de empezar de cero. Esta situación es la base de partida de una reflexión que ...

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Para pensar la escuela, la profesora y filósofa Marina Garcés volvió a ser estudiante. Hace unos años, empezó a tocar el piano y ahora esa experiencia ocupa un capítulo central de su último libro, Escuela de aprendices (Galaxia Gutenberg). “Sentados, aprendiendo la relación con el instrumento, conversando sobre la educación o sobre la vida, soy la aprendiz y mi cuerpo está en posición de empezar de cero. Esta situación es la base de partida de una reflexión que atraviesa todo el libro: la educación es una invitación, el verdadero maestro no es que el que dice ‘haz como yo’ sino ‘hazlo conmigo’, ‘piensa conmigo’, ‘calcula conmigo".

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El pronombre conmigo y la apelación a compartir la experiencia personal están muy presentes en esta obra de la pensadora catalana (Barcelona, 47 años), que plantea un punto de partida diferente al tradicional: “La reflexión sobre la educación se ha hecho con preguntas sobre cómo educar desde el punto de vista del educador, del padre, del político o del pedagogo. Yo he invertido ese punto de vista para adoptar el del aprendiz, para preguntarnos cómo queremos ser educados, con quién y para qué”. Para ello, propone abandonar la mirada “productivista, legisladora y extractiva” que predomina sobre la educación actual para reivindicar una alianza de aprendices basada en la concepción de la educación como el arte de la hospitalidad más radical que ”se abre a la singularidad de cada cual". El libro nace de su preocupación por la “profunda crisis educativa” que a menudo se reconduce “en una disputa meramente metodológica” y de su deseo de que “las relaciones de aprendizaje de unos a otros sean el verdadero sustrato de la convivencia”.

La profesora de Fisolofía de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) retoma en Escuela de aprendices, que sale a la venta este miércoles, la conocida definición de la Ilustración sobre la educación como aprender a pensar por uno mismo y le añade el complemento “y con otros”. De esta forma, la posibilidad de “pensar por uno mismo y con otros nos lleva a afrontar los problemas comunes del propio tiempo” y rompe "la idea intelectualista e individualista del pensamiento como aquello que le corresponde al individuo frente al mundo”.

“Placebo discursivo”

Referente intelectual de la llamada nueva izquierda en España, siempre atenta a los movimientos y los problemas sociales, Garcés sostiene que “un aspecto clave de esta crisis educativa es la ruptura del tiempo de la promesa, de la idea de que el esfuerzo de hoy será el premio de mañana, una vida mejor para mañana”, de que la escuela ya no es garantía de movilidad social. “Y lo curioso es que ocurre en un momento en que parece que hayamos depositado todas las soluciones mágicas de los problemas de la sociedad en la educación”, apunta. Ante problemas como el racismo, la violencia de género, el cambio climático o la desigualdad siempre surge la invocación a la escuela. Es lo que el filósofo César Rendueles llama “placebo discursivo”. “¿No será que hemos renunciado a luchar y transformar esos problemas en el resto de ámbitos de la vida social, luchas laborales o por la vivienda, por ejemplo? Todas nuestras renuncias sociales las acabamos proyectando en la escuela, como si nos tuviera que salvar de nuestras derrotas. Es tremendamente injusto”, afirma la pensadora en conversación telefónica, con voz segura y actitud cercana.

Con 38.000 seguidores en Twitter, a pesar de que su actividad se reduce a colgar sus intervenciones y sobre todo retuitear, Garcés abordó en primera persona el problema de la vivienda y el procés de Cataluña en su anterior libro Ciudad Princesa (cuyo título alude al desalojo del antiguo cine okupado de Barcelona). Ahora indaga en la escuela empleando múltiples referencias, desde algunos de sus pensadores de cabecera, como Diderot, Kant, Deleuze o Foucault, hasta ejemplos sacados de populares series de televisión.

Burocratización continua

“Nacemos dependientes, pero ¿cómo llegamos a ser serviles?”, se pregunta en el libro. La filósofa responde desde su casa de Barcelona: “Creo que es muy importante hacer la distinción entre dependencia y servidumbre. Ahora que estamos en tiempos de pandemia, parece que empezamos a tener muy claro que somos seres interdependientes, entre humanos y el conjunto del planeta. Por tanto, las relaciones de dependencia son la base de la vida, pero el problema no es la dependencia sino cómo llegamos a ser serviles y se instituyen relaciones de poder. Cada sociedad tiene un régimen de servidumbre, la historia de la humanidad es una historia de las distintas formas de servidumbre. Nuestra servidumbre es tal vez la más perversa porque es poco visible y voluntaria, porque se basa en formas muy sofisticadas de servidumbre voluntaria”.

Y prosigue su razonamiento: “Hemos llegado a imaginar que vivimos en sociedades que no hay autoridad. Se dice que los padres, los maestros ya no tienen autoridad, tampoco la sociedad, y por eso salen líderes muy autoritarios y formas policiales de represión muy duras. Al mismo tiempo, hay formas de autoridad constantes y muy sutiles en la gestión de nuestras vidas, que yo analizo como la la burocracia y la rendición de cuentas continuamente. Esto pasa en la gestión de un colegio, en la solicitud del ingreso vital mínimo, en la tramitación de la licencia de un bar. Toda la vida hoy pasa por formas de burocratización y de evaluación continua, asumidas de tal manera que no se percibe su dimensión y no caemos en las relaciones de mando y de obediencia que las impregnan”.

Otra cuestión que atraviesa el libro parte de la reflexión sobre la vergüenza, “el afecto social por excelencia, la emoción del vínculo, un término también ambivalente, aunque poder avergonzar es poder matar", apostilla. Siempre con la educación como trasfondo, Garcés analiza los mecanismos sociales que llevan a que podamos “ser avergonzados por otros cuando comparecemos ante ellos" y estudia "cómo es posible interrumpir la presencia de uno con solo una mirada, esa posibilidad es la base de la obediencia”. Por tanto, razona Garcés, “uno entrará en el juego de las apariencias para formar parte de ese nosotros, lo que constituye una escena común en la sociedad, el sustrato de muchas formas de obediencia”. Es la “servidumbre adaptativa” que la filósofa explica en otro de los capítulos de Escuela de aprendices, un libro que concibió antes de la pandemia y escribió durante la misma.

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