Burgos

Estamos todos medio locos, porque el virus nos ha quitado hasta las ganas de ponernos una buena colonia

Juan José Millás y Juan Luis Arsuaga.Sofía Moro

La nada es inestable, me dice el paleontólogo Juan Luis Arsuaga en un hotel de Burgos, justo al lado del Museo de la Evolución Humana. Hay toque de queda en la ciudad. A partir de las 10 de la noche no se puede estar en la calle. Estamos solos en el hotel. Le pongo un WhatsApp a Juan José Millás y le digo que Arsuaga habla exactamente igual que en el libro La vida contada por un Sapiens a un Neardental. Millás me contesta: “Arsuaga es un Tusitala científico”.

Me dice Arsuaga que el Big Ba...

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La nada es inestable, me dice el paleontólogo Juan Luis Arsuaga en un hotel de Burgos, justo al lado del Museo de la Evolución Humana. Hay toque de queda en la ciudad. A partir de las 10 de la noche no se puede estar en la calle. Estamos solos en el hotel. Le pongo un WhatsApp a Juan José Millás y le digo que Arsuaga habla exactamente igual que en el libro La vida contada por un Sapiens a un Neardental. Millás me contesta: “Arsuaga es un Tusitala científico”.

Me dice Arsuaga que el Big Bang es incuestionable. Subo a mi habitación y me quedo pensando en el Big Bang. Me quedan veinte páginas para acabar la novela El consentimiento de la escritora francesa Vanessa Springora. Mi lectura de estas últimas páginas se acompasa a la soledad del toque de queda burgalés. Springora narra la historia de pedofilia en que se vio envuelta cuando era una adolescente de trece años con el escritor Gabriel Matzneff. Ocurrió a mediados de los años ochenta. Matzneff era una especie de profeta del amor libre. Él tenía casi cincuenta años y Vanessa trece. Todo el entorno de la adolescente Springora consintió el horror de la pedofilia, porque la confundieron con la libertad sexual. Esa confusión me aterra a mí ahora, en esta noche en un hotel de Burgos. La madre, los amigos, la sociedad, la policía consintieron ese horror, porque no lo veían, porque no tenía nombre. ¿Qué no estaremos viendo ahora? Mientras tanto, Springora caía y caía en un abismo de dolor absoluto.

La pedofilia, como el Big Bang, existían desde hace siglos, pero no tenían nombre. Vimos el Big Bang cuando alguien le puso nombre. El Big Bang me lleva al Cogito ergo sum de Descartes, que se mezcla en esta noche burgalesa con “la nada es inestable”. Noche burgalesa con grandes lemas filosóficos. Noche de toque de queda. Viene ahora el fantasma de Hegel y me dice: “Todo lo real es racional y todo lo racional es real”. Grandes lemas que ahora podrían ser anuncios publicitarios. Publicidad del alma, la conciencia y el pensamiento. Desde la muerte del alma, los filósofos no cobran la jubilación.

Termino el libro de Springora con el corazón en un puño. Lo dejo sobre la mesilla donde mi mano se encuentra con el último ensayo de Gilles Lipovetsky, que se titula Gustar y emocionar. Habla del poder de la seducción en nuestra sociedad, de la historia de la seducción. Donde no hay erotismo no hay nada, esa es la idea. Por eso estamos todos medio locos, porque el virus nos ha quitado hasta las ganas de ponernos una buena colonia. ¿Para qué gastar colonia en un rostro que no puede besar nadie? ¿Qué diría Freud de una mascarilla? Puede que dijera esto: la nada es inestable.

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