Mondrian en la March

El maestro de la abstracción vuelve a la Fundación, esta vez en su plena forma fantasmal: una exposición concebida para la web

'Gran composición A en negro, rojo, gris, amarillo y azul' (1919), de Piet Mondrian, en la Galleria Nazionale d’Arte Moderna e Contemporanea de Roma.

En 1982, inesperadamente, Mondrian llegaba a Madrid, a la Fundación Juan March para ser más precisos, un lugar lleno de sorpresas por esos años; el sitio donde era posible encontrarse con los vanguardistas menos conocidos en un Madrid oscuro y ansioso de novedades que muchos conocimos, gobernado por una generación de artistas figurativos que, pese a encontrarse frente a un abstracto, se quedaban hechizados con este personaje maravilloso y e...

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En 1982, inesperadamente, Mondrian llegaba a Madrid, a la Fundación Juan March para ser más precisos, un lugar lleno de sorpresas por esos años; el sitio donde era posible encontrarse con los vanguardistas menos conocidos en un Madrid oscuro y ansioso de novedades que muchos conocimos, gobernado por una generación de artistas figurativos que, pese a encontrarse frente a un abstracto, se quedaban hechizados con este personaje maravilloso y extraño, tan mal pintor como artista brillante.

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Fue una sorpresa para todos verle de cerca: Mondrian a la mano por un tiempo prolongado. Y un placer. Las obras de Mondrian poseen esa belleza rara que se escapa a las descripciones; el atractivo fantasmático —decía Barthes sobre la esencia de la foto— que convierte cada obra del neerlandés en un acontecimiento. Los que no le conocían descubrieron una nueva pasión. Los que le habíamos visto en alguno de los viajes familiares, tuvimos la ocasión de volver a las salas de la March —infinitas veces— para disfrutar del prodigio en los cuadros expuestos.

Sobre todo, miramos hasta comprender cómo Mondrian es un artista deslumbrante; a la vez despojado y lleno, igual que las historias de su mentora espiritual y teósofa, Helena Blavatsky, conocida como Madame Blavatsky. Tal vez por esa esencia escurridiza, a Mondrian se le aprecia en lo leve de su peso con los años, porque hay dos Mondrian: el que se mira frente a frente y el reproducido; el artista brillante y el mal pintor, con esas superficies que, de un modo muy pensado —nada en Mondrian se deja al azar—, apenas cubre la pintura. Me lo comentaba hace tiempo un conocido historiador de América Latina: tras años de mirar los cuadros del neerlandés en las revistas, se quedaba sorprendido ante la factura imperfecta de sus pinceladas. Por esa naturaleza suya contradictoria y fantasmal se aprende a amarle más si cabe.

Ahora Mondrian vuelve a la March, esta vez en su plena forma fantasmal: una exposición concebida para la web. Es una estrategia inteligente de jugar con la búsqueda de un formato que no aspira a lo imposible: mostrar en vivo lo que requiere del paseo físico, de la presencia. Y nadie más adecuado que Mondrian para el malabarismo teosófico, para el recorrido espectral por la vida y obra de este artista que, en el regreso radical a aquella exposición de 1982, nos convierte en espectrales. No será la típica virtualización, sino imágenes-narraciones, juegos mondrianescos de alta y baja cultura y, sobre todo, un baile entre fantasmas literal. No faltará el jazz o el boogie-woogie, inspirador del famoso óleo del neerlandés. Es la vuelta de tuerca a las exposiciones digitales que por primera vez me parecen digitales y no el premio de consolación de las muchas visitas a los museos desde la virtualidad. Apúntense al baile de fantasmas en la página web. Mondrian ha vuelto a la March.

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