El Valle de los Caídos: la “pirámide” de Franco para humillar a los vencidos
El documental ‘Ángeles con espada’, de Javier Rioyo, cuenta con el testimonio del historiador Nicolás Sánchez-Albornoz, que se fugó de Cuelgamuros
El Valle de los Caídos siempre atrajo a Javier Rioyo, que ha presentado este jueves en la Seminci el documental Ángeles con espada sobre los pormenores de la gran construcción del franquismo. Rioyo recoge mediante el testimonio de especialistas en antropología o arquitectura cuáles fueron las voluntades del dictador Francisco Franco, obsesionado por ubicar en estos parajes de la sierra de Madrid su particular “pirámide” bajo...
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El Valle de los Caídos siempre atrajo a Javier Rioyo, que ha presentado este jueves en la Seminci el documental Ángeles con espada sobre los pormenores de la gran construcción del franquismo. Rioyo recoge mediante el testimonio de especialistas en antropología o arquitectura cuáles fueron las voluntades del dictador Francisco Franco, obsesionado por ubicar en estos parajes de la sierra de Madrid su particular “pirámide” bajo una consigna: “La historia la escriben los vencedores”. Rioyo ha contado para su relato con el historiador Nicolás Sánchez-Albornoz y con familiares del actor Paco Rabal, que se crio en el mausoleo porque su padre trabajaba allí como minero. La “humillación”, insiste Rioyo, marcó el devenir de esta obra.
El filme muestra cómo el tirano insistió en levantar el monumento en un espacio natural cercano al monasterio de El Escorial (Madrid). Rioyo ha destacado en la presentación que además de colocar una inmensa cruz de 150 metros de altura, Franco pretendía que la construcción “faraónica” proyectase una imagen poderosa junto al lugar donde descansaba el pasado imperial de España. El dictador aspiraba a que el conjunto, iniciado en 1940, estuviese listo solo un año después, pero terminaron en 1959, tras un despilfarro mayúsculo entre la pobreza de la posguerra.
Sánchez-Albornoz protagonizó uno de los episodios más importantes de la construcción del Valle de los Caídos con su fuga, junto a Manuel Lomana, con la ayuda del antropólogo Paco Benet y la escritora Barbara Probst, en 1948. Sus palabras evocan a los miles de condenados a trabajar en el mausoleo, en su inmensa mayoría represaliados o presos políticos a quienes la dictadura reclutó para alzar un símbolo humillante para ellos.
La película subraya que los cambios en el panorama internacional provocaron que el régimen tratara de convertir este ejemplo megalómano en un supuesto lugar de concordia. Así, inhumaron a unos 34.000 cadáveres de republicanos, cuyas familias han reclamado que sus cuerpos abandonen ese sitio. Sin embargo, los reclusos querían ir al Valle de los Caídos ante la penosa situación en las cárceles y la posibilidad de que les conmutaran parte de la pena.
También hubo críticas internas. Los falangistas renegaron de que José Antonio Primo de Rivera, fusilado en Alicante al comienzo de la guerra tras ser condenado a muerte por rebelión militar, se enterrara en el Valle de los Caídos. Rioyo apunta los gritos de “¡Franco, traidor!” posteriores al entierro de Primo de Rivera. También rememora que él acudió en su infancia a los campamentos de jóvenes falangistas, allí le impresionaban excesos como ángeles con espadas o la gigantesca cruz, la más grande del mundo. Rioyo subrayó que los descendientes de los constructores, que se lucraron tanto del encargo como de favores posteriores como la edificación de barrios madrileños, no han querido intervenir en el documental.
El rodaje trascurrió casualmente durante los meses en los que se ejecutó la exhumación de Franco. Así que tuvieron que lidiar con dificultades y negativas procedentes de Patrimonio Nacional, que provocó que tuvieran que filmar partes de forma clandestina. Ni siquiera pudieron acceder a la basílica, censura Rioyo, defensor de que este lugar sirva como explicación de “qué fuimos y cómo fuimos”. Él sostiene que debe comprenderse desde lo arquitectónico y lo simbólico: “Pertenece a la memoria”.