‘No iba de Quino por la vida’, por Peridis

Siempre lo consideré un modelo a imitar y uno de los motores para que yo saltara de la arquitectura a la tira cómica

Quino, delante de varias viñetas de Mafalda, en el Museo del Humor, en Buenos Aires, en 2014.Enrique Marcarian (Reuters)

La creación de un personaje como Mafalda, a partir de 1964, es un hito porque Quino trajo con ella la mirada de un adulto, de muy buen corazón, al mundo de los niños. No importa lo que se mira, sino el punto de vista. Lo primero que hace Mafalda al venir al mundo es preguntar qué demonios hace aquí, por qué hay injusticias y por qué tiene que comer sopa todos los días… Era una contestataria. Ella, Manolito, Guille, Susanita... son unos personajes increíbles, con los que se identificaban los jóvenes. Creo que Quino se inspiró en C...

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La creación de un personaje como Mafalda, a partir de 1964, es un hito porque Quino trajo con ella la mirada de un adulto, de muy buen corazón, al mundo de los niños. No importa lo que se mira, sino el punto de vista. Lo primero que hace Mafalda al venir al mundo es preguntar qué demonios hace aquí, por qué hay injusticias y por qué tiene que comer sopa todos los días… Era una contestataria. Ella, Manolito, Guille, Susanita... son unos personajes increíbles, con los que se identificaban los jóvenes. Creo que Quino se inspiró en Charles M. Schulz, el creador de Carlitos y Snoopy. Desde entonces fue mostrando las preocupaciones del momento, desde el peligro de la bomba atómica, al calentamiento global y la extinción de especies. Se reinventaba en los temas porque estaba con la antena bien sensible para captar por dónde iban los tiros.

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Mafalda es además una concienciadora del feminismo, de la injusticia, de la igualdad entre razas. Con sus sentencias de filósofo: “Tenemos hombres de principios, lástima que no les dejen pasar del principio”. Así nos ponía ante problemas más físicos que metafísicos, te colocaba frente a los problemas reales del mundo, de ahí que Quino dibujase ese globo terráqueo en sus viñetas porque vio que vivíamos en un mundo globalizado y nuestra sociedad ponía en peligro la supervivencia de la vida en la Tierra tal como la conocemos. Su mundo, relativamente acotado, estaba hecho con un dibujo sencillo y personajes esquematizados, acompañados de un atrezo también sencillo. Estoy mirando los libros que tengo en casa de él, libros que eran para niños pero para que los leyeran los padres.

En lo personal, Quino fue uno de los motores que tuve para dar el salto de la arquitectura a la tira cómica, siempre lo consideré un modelo a imitar. Su personaje de Mafalda era, en cierta medida, repipi, pero solidaria, encantadora… y yo quise convertir a los políticos españoles en personajes siguiendo esa estela. Y fui con el tiempo, si se me permite, el representante de Quino en España. Le llegaban muchas invitaciones para actos y premios y siempre me llamaba y decía: “Vete y habla y da las gracias en mi nombre”. Me honró con su amistad y cuando venía a España —era un admirador de Forges y de Chumy Chúmez— solía venir por casa porque siempre le esperábamos con una botella de Vega Sicilia. Le gustaba beber y comer bien.

Como persona era un humorista humanista, tímido, cercano, silencioso, afectuoso y que escuchaba mucho. No iba de Quino por la vida. Cuando se hartó de Mafalda, dejó de hacerla porque le parecía lo más honesto y quiso renovarse con otros personajes y temas, como los relacionados con los mayores, pero se desencantó porque no tuvieron la acogida de Mafalda. Quino entró en decadencia cuando murió su mujer, Alicia, el báculo en el que se apoyaba. De las muchas cosas que puedan decirse de su obra me quedo con una frase de Cortázar: “No tiene importancia lo que yo piense de Mafalda, lo importante es lo que Mafalda piense de mí”. Y de sus tiras, una sentencia de Manolito: “Si alguien golpea tu mejilla izquierda, ve y aprende kárate”.

José María Pérez, Peridis, es viñetista de EL PAÍS.

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