La terapia de Abel Ferrara

El cineasta se crucifica literal y metafóricamente con un autorretrato interesante, aunque quizá se quede un tanto corto en su vuelo

Willem Dafoe, en 'Tommaso'.

No pocas veces los directores de cine, ante la ausencia de financiación para sus proyectos más ambiciosos y mientras esperan la gloriosa llegada de su salvador productor, se adentran en el desarrollo de obras mucho más pequeñas y personales en las que extraen sus propios miedos interiores como cineastas y como seres humanos. Vuelcos creativos obligados por las circunstancias del mercado que, también a menudo, resultan más interesantes, auténticos y, sobre todo, libres que el primigenio y anhelado capricho para el que no hay dinero. Por desgracia, no es el caso de Tommaso, película del e...

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No pocas veces los directores de cine, ante la ausencia de financiación para sus proyectos más ambiciosos y mientras esperan la gloriosa llegada de su salvador productor, se adentran en el desarrollo de obras mucho más pequeñas y personales en las que extraen sus propios miedos interiores como cineastas y como seres humanos. Vuelcos creativos obligados por las circunstancias del mercado que, también a menudo, resultan más interesantes, auténticos y, sobre todo, libres que el primigenio y anhelado capricho para el que no hay dinero. Por desgracia, no es el caso de Tommaso, película del estadounidense afincado en Roma Abel Ferrara, en la que resulta imposible no verlo a través del personaje que interpreta Willem Dafoe.

Que sean su propia esposa, Cristina Chiriac, y su pequeña hija Anna las que se pongan delante de la cámara para interpretarse a sí mismas no deja lugar a dudas sobre la naturaleza autobiográfica

Dafoe, de semejante tipo físico y casi de la misma edad que el director de las fabulosas Teniente corrupto y El funeral, es un director de cine que prepara una película titulada Siberia (no en vano, el siguiente trabajo de Ferrara, estrenado este verano de 2020, un año después de Tommaso), mientras encuentra cobijo contra sus adicciones a las drogas y el alcohol en el yoga y en grupos comunitarios de apoyo, y vive el ardor y la inseguridad junto a su joven mujer. Que sean su propia esposa, Cristina Chiriac, y su pequeña hija Anna las que se pongan delante de la cámara para interpretarse a sí mismas no deja lugar a dudas sobre la naturaleza autobiográfica. Y, sin embargo, es autoficción.

Ferrara se crucifica literal y metafóricamente con un autorretrato interesante, aunque quizá se quede un tanto corto en su vuelo. Aprovecha el enorme carisma de Dafoe y, cuando se adentra en la incertidumbre del ser humano que comienza a dudar de sí mismo y de su valía como artista y como hombre (“pensé que apreciaría mi experiencia”), logra sus mejores instantes: en la contradicción del marido que pide explicaciones sin querer darlas y en la lucha constante entre la calma y la ira con la que juega la película.

En esa batalla, ampliada para los espectadores que conozcan su carrera cinematográfica e incluso detalles de su vida privada, con la culpa como gran tema de un autor educado como católico y convertido mucho más tarde en budista, se mueve siempre Tommaso. Sin embargo, en las formas, e incluso en su relato, esa guerra no acaba de traspasar. “La ira ocupa demasiado espacio en tu vida. No deja espacio para otras cosas”, le dicen a Dafoe/Ferrara. Pero, pese a su desenlace, a la película, puede que terapéutica, le falta la rabia auténtica. Como si en su vida dominara ahora el sosiego y, paradójicamente, eso fuera en perjuicio de su obra.

TOMMASO

Dirección: Abel Ferrara.

Intérpretes: Willem Dafoe, Cristina Chiriac, Anna Ferrara, Stella Mastrantonio.

Género: drama. Italia, 2019.

Duración: 114 minutos.

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