Este San Fandila tiene la cara del cura
Un pintor retrata al sacerdote, a dos vecinos y a sí mismo como santos de un retablo religioso de una iglesia de Guadix
“Los veo por la calle y me dan ganas de santiguarme”, cuenta una feligresa de la parroquia de San Miguel de Guadix, en Granada. “¿Cómo voy a rezarle a un San Torcuato tan guapo?”, se pregunta otra. Algunos comentarios en redes se dirigen directamente al párroco, Antonio Fajardo, y lo acusan de egocéntrico, narcisista, etcétera. Al obispo de Guadix y a otros, comenta Fajardo, le ha gustado. Algunos de quienes acudieron a la misa de este viernes por la tarde prefieren no opinar ante el revuelo organizado. Así está la tormenta que se...
“Los veo por la calle y me dan ganas de santiguarme”, cuenta una feligresa de la parroquia de San Miguel de Guadix, en Granada. “¿Cómo voy a rezarle a un San Torcuato tan guapo?”, se pregunta otra. Algunos comentarios en redes se dirigen directamente al párroco, Antonio Fajardo, y lo acusan de egocéntrico, narcisista, etcétera. Al obispo de Guadix y a otros, comenta Fajardo, le ha gustado. Algunos de quienes acudieron a la misa de este viernes por la tarde prefieren no opinar ante el revuelo organizado. Así está la tormenta que se ha organizado en Guadix a partir de que hace algo menos de un mes se colgaran en el retablo mayor de la iglesia los cuadros de san Pedro, san Pablo, san Torcuato (patrón de la ciudad) y san Fandila (nacido en la localidad). La polémica surge porque el artista, José Antonio Jiménez Muñoz, muy reconocido y requerido en el ámbito artístico-religioso, no ha utilizado la imagen canónica de ninguno de ellos sino que los ha representado con las caras, y cuerpos, de tres personas de Guadix, uno de ellos el párroco, y de sí mismo.
La iglesia de san Miguel de Guadix alcanzó su plenitud antes de la desamortización de Mendizábal (1836). Cuenta su párroco que llegó a tener 80 imágenes. Se quedó pelada, con las paredes blancas y poco más. Solo un magnífico artesonado se mantiene hasta hoy. Tras la Guerra Civil, la iglesia se convirtió en un silo de trigo. En 1955 recuperó su función religiosa y hace una década el cura Antonio Fajardo se hizo cargo de ella. Su primer objetivo fue “ir recuperando lo que tenía, según el inventario de lo que salió en la desamortización”. Pero no se podía hacer con las piezas originales, todas ellas perdidas. Y Fajardo, también delegado episcopal de Cultura, Arte Sacro y Patrimonio de la diócesis, ha ido ocupando las paredes blancas con obras de arte, la mayoría contemporáneas en creación y en su estética. “Hemos querido hacer arte del siglo XXI para que quienes vengan a estudiarlo en el siglo XXII sepan cómo éramos”, comenta Fajardo, que considera que su retablo es “una aportación al arte del siglo XXI”. El párroco añade, además, que esos cuatro cuadros “no están concebidos para rezar, sino para acompañar”. Para eso, está el Cristo central –del mismo artista pero de un momento anterior– en el que los tres acompañantes del crucificado son también personas reales, malagueñas. “El Cristo no”, dice el cura. “Le dije que no fuera reconocible y que lo idealizara al máximo, por respeto a Cristo”.
Párroco y artista defienden la obra y el uso de modelos naturales. Se ha hecho siempre, dicen. Y es cierto, comenta David Martín, profesor de Historia del Arte de la Universidad de Granada. Lo que no es tanto, explica, es que los personajes sean tan reconocibles y ocupen una cierta jerarquía social como es el caso del párroco. “Y menos, que a estas personas tan conocidas en su entorno, los sitúen como santos”, cuenta Martín. Desde el barroco, explica este profesor, “los santos tienen una figura normativa. Se realizan retratos a partir de ciertos grabados y su representación es siempre canónica”, concluye. Es decir, los santos, y más san Pedro y san Pablo, tienen una cara conocida que hay que mantener.
No es la opinión del cura ni del artista. Este último, José Antonio Jiménez, comenta desde su estudio en Benalmádena (Málaga) que pidió una serie de fotos de gente local porque “desde mis tiempos en la Facultad de Bellas Artes de Granada he utilizado modelos del natural y, por otro lado, todos estamos llamados a la santidad”. Jiménez, que cuenta con un máster en Patrimonio Religioso, explica con un sólido discurso pictórico y religioso las razones que hay detrás de todo lo que aparece en el cuadro: ropajes, escudos, posturas, etc. E insiste en que Caravaggio o Murillo hicieron algo parecido.
Para el párroco, además, hay más razones que justifican el uso de modelos naturales. El hecho de que sean conocidos locales, dice, ha sido una decisión estrictamente del artista. “¿Por qué se pintan los santos habitualmente mayores?” reflexiona en voz alta. “Para transmitir sabiduría”, se autocontesta. Pero, continúa, “lo cierto es que tuvieron que ser gente joven. El patrón accitano, san Torcuato, llegó desde Roma a Guadix a predicar. Tuvo que ser joven a la fuerza. Y también san Fandila, que se fue desde Guadix a la Córdoba musulmana a convencer a su jerarquía –con fatal resultado– de que le permitieran evangelizar entre los musulmanes. Yo creo que la juventud que muestra nuestro retablo representa el vigor de la fe”.
Antonio Fajardo, como el artista, es capaz de sostener una defensa completa de la obra. Así lo ha hecho en el sitio web de su diócesis. Fajardo tampoco está de acuerdo en eso de los modelos canónicos. Al fin y al cabo, dice, esas representaciones se han convertido en modelo solo porque alguien lo ha decidido así en algún momento del pasado, reflexiona. Fajardo termina explicando que no le molestan las críticas. “Que a unos les guste y a otros no es normal. Lo que me duele es la crítica personal hacia mí, pero ya sabemos que cuando un cura dice no alguna vez a alguien, ya tiene un enemigo, o más, esa persona y toda su familia”.
Mientras el párroco explica a EL PAÍS su posición, aparece en la iglesia san Torcuato, o José Luis Fernández Barquier. Está especialmente contento con la obra y su aparición en ella. Fernández posó tal cual aparece en el cuadro, también con la vestimenta, para una foto. Ahora, se mira y está orgulloso de lo que ve en un retablo que, según el cura, no ha costado nada a la parroquia ni a los feligreses.