‘El Guernica’, al almacén
En mi papel de historiadora sospecho que no podemos destruir sin más porque equivaldría a olvidarnos. Me preocupa este esencialismo progresista tan discutido ahora en Estados Unidos
En el Museo Reina Sofía puede verse —ahora maravillosa experiencia íntima— la que muchos consideran obra cumbre de Picasso: El Guernica. A pocos metros están las fotografías de su desarrollo, visto a través de una de las víctimas de violencia de género más contrastadas entre las innumerables del pintor: Dora Maar. Picasso no solo la despojó de su autoestima tras la relación —compartida con otras mujeres sin ser este el deseo de Maar—, sino que jamás la apreció profesionalmente, aunque el malagueño fue un episodio...
Regístrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
En el Museo Reina Sofía puede verse —ahora maravillosa experiencia íntima— la que muchos consideran obra cumbre de Picasso: El Guernica. A pocos metros están las fotografías de su desarrollo, visto a través de una de las víctimas de violencia de género más contrastadas entre las innumerables del pintor: Dora Maar. Picasso no solo la despojó de su autoestima tras la relación —compartida con otras mujeres sin ser este el deseo de Maar—, sino que jamás la apreció profesionalmente, aunque el malagueño fue un episodio sin más en la vida de esta amiga de Lacan. No en vano, el obituario de Maar, en 1997, estuvo gobernado por una sombra heteropatriarcal: “La musa de Picasso”. Es la sombra que rige las salas, el museo entero, si no conocemos el relato que oculta. Hasta donde recuerdo tampoco hay ninguna nota aclaratoria sobre los malos tratos de Picasso hacia la mujer expuesta enfrente, no como creadora sino como mera cronista. Y no me vale decir que es un cuadro “político”. Tal cosa no exime a Picasso de sus faltas, de modo que, visto lo visto, lo mejor es bajar El Guernica a los almacenes.
Vayámonos ahora al MoMA, cuyos destinos han estado gobernados, desde la marcha de El Guernica, por Las señoritas de Avignon, lo que hace cuarenta años Hal Foster consideraba un monumento falocéntrico. Este cuadro desvela la mirada machista de Picasso y una especie de maniobra de blanqueo de la piel clara contrapuesta a las “máscaras negras”, nada afortunado término. En su último montaje, el MoMA ha tratado de paliar el impacto colonial y patriarcal de Picasso colocándole al lado un cuadro de la afroamericana Faith Ringgold, que remeda El Guernica y nada tiene que ver con Las señoritas. No se acaba de arreglar. Es más, por esa falsa mirada descolonial que cree lavar la conciencia al colocar a una artista afroamericana al lado del colonialista maltratador, a los almacenes también Las señoritas de Avignon.
Imagino que a estas alturas habrán entendido mi reducción al absurdo de la historia cuando hablo de bajar a los almacenes dos cuadros esenciales en nuestra cultura, quizás igual por lo que tienen de negativo, pero es lo que me han hecho pensar los últimos acontecimientos. Claro que Lo que el viento se llevó es una película racista, y un poco petarda, con perdón. Lo es ahora y lo fue entonces, como se puede constatar frente a El nacimiento de una nación, donde se experimenta una increíble y temprana destreza de montaje. Para “arreglar” ese racismo Griffith dirigió Intolerencia poco después. Personalmente, no tengo una única respuesta para estos dilemas que me preocupan más allá del “arte”. Pese a todo, en mi papel de historiadora sospecho que no podemos destruir sin más porque equivaldría a olvidarnos. Me preocupa, sobre todo, este esencialismo progresista tan discutido ahora en Estados Unidos —por cierto, si es esencialismo no puede ser progresista—, que a poco que nos descuidemos baja El Guernica al almacén, si le conviene.