“En aquella tumba había una maldición, pero aquí sigo”
El decano de los estudiosos de Egipto catalanes publica un libro que recoge asuntos poco conocidos de la civilización faraónica
“En aquella tumba había una maldición, pero aquí sigo”, señala Josep Padró (Barcelona, 73 años), decano de los egiptólogos catalanes mientras se toma una cerveza en una terraza de su ciudad entre prevenciones dignas del descenso a una sepultura faraónica. La tumba de la que habla es la número 1 de la Necrópolis Alta de Oxirrinco, en la actual población de El Bahnasa, en la orilla izquierda del Bahr Yussef, el canal que conecta el Nilo con el oasis de El Fayum. “Es la tumba de Heret, sacerdote ...
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“En aquella tumba había una maldición, pero aquí sigo”, señala Josep Padró (Barcelona, 73 años), decano de los egiptólogos catalanes mientras se toma una cerveza en una terraza de su ciudad entre prevenciones dignas del descenso a una sepultura faraónica. La tumba de la que habla es la número 1 de la Necrópolis Alta de Oxirrinco, en la actual población de El Bahnasa, en la orilla izquierda del Bahr Yussef, el canal que conecta el Nilo con el oasis de El Fayum. “Es la tumba de Heret, sacerdote de Tueris y personaje muy importante de la ciudad en época saíta, cuando se la conocía como Per-Medyet. En el dintel de entrada a su capilla funeraria, con las paredes cubiertas de jeroglíficos, había un texto demótico (cursiva) que decía: ‘Aquel que llegare a este lugar, que no abra la tumba, porque ya está llena. Nadie está autorizado a entrar en ella, Osiris recortará el tiempo de vida de quien entrare en esta tumba hasta la eternidad”. Padró esboza una sonrisa en su rostro de sabio despistado -más de profesor Tornasol o Bacterio que de indiana Jones- y paladea la maldición con la cerveza.
Es obvio que en su caso no ha funcionado. Lleva excavando en Oxirrinco desde 1992 (llegó a Egipto en 1975, de la mano de Martín Almagro, luego excavó en Heracleópolis Magna con Presedo y Carmen Pérez Díe) y se encuentra estupendamente. “A nadie le ha pasado nada, igual lo pagaron los saqueadores que entraron en la tumba de Heret antes”, bromea. “La verdad es que, aunque evidentemente existían maldiciones, nadie en su sano juicio cree que fueran efectivas. Recuerdo el caso de un hombre que murió después de visitar la tumba de Tutankamón un día de muchísimo calor. Al salir, chorreando sudor, le ofrecieron agua y él prefirió beber grandes cantidades de whisky. La prensa decía: ‘Otra víctima de la maldición de Tutankamón’. ¡No!, ¡fue víctima del whisky escocés!”.
Padró, catedrático emérito vinculado a la Universidad de Barcelona (UB) y jubilado el pasado septiembre, dedica espacio a hablar de las maldiciones, entre otros muchos asuntos, en su nuevo libro, Secretos del Antiguo Egipto, que acaba de publicar Crítica, que ya editó su gramática del egipcio clásico en 2007. La nueva obra es, además de una muestra de su amor por el viejo país del Nilo, un conjunto de estudios sobre diferentes aspectos de la civilización faraónica en la que tanto el simple aficionado como el especialista encontrarán temas de su interés.
En las paginas se abordan, entre otros asuntos, los magnicidios en el Antiguo Egipto, con los complots contra, por ejemplo, Amenemes I y Tutmosis III (a cuya momia no se le apreció hasta 2012 un corte en el cuello que le había seccionado la tráquea y las arterias llegando casi hasta la columna vertebral); el sexo y el erotismo (si se quería hacer una propuesta de ir a la cama había que usar el verbo sedyer; ahí queda), el análisis de divinidades menos conocidas que Amón, Horus o Osiris como el enano Bes (que, llevado su culto por los cartagineses, habría dado nombre a Ibiza) y la diosa Tueris; la revolución social menfita, las mujeres en el poder (cinco, sin contar a Cleopatra, llegaron a ser auténticos reyes, no solo reinas consortes y Padró destaca también a las influyentes Divinas Adoradoras de Amón, verdaderas virreinas del Alto Egipto), la presencia de Egipto en los poemas homéricos (la escena de Príamo rogando ante Aquiles que le entregue el cadáver de Héctor tiene un paralelismo en un hecho real acaecido en Egipto hacia la misma época, cuando el rey de los libios fue a pedir clemencia a Ramsés III para su hijo derrotado), y hasta la inesperada relación del paraíso egipcio con las chufas (en jeroglífico twfy).
Secretos de Egipto
“No es una historia del Antiguo Egipto”, puntualiza Padró, que recuerda que ya publicó una (en Alianza). “Es literalmente un conjunto de asuntos desaprovechados que tenía en carpetas a las que no había dado salida y pensaba ‘pobres’. Cosas que he investigado a lo largo de mi vida sin que vieran la luz, escritos inéditos o publicados en medios muy restringidos y que merecían darse a conocer a un público amplio”.
Y sintetiza: “Un libro muy mío”. Hay espacio en Secretos del Antiguo Egipto para que Padró hable de sus maestros, como Christiane Desroches-Noblecourt, y de egiptólogos clásicos como Borchart o Pendlebury, aunque no sale Howard Carter, al que el autor, “absolutamente francófono”, no le tiene especial simpatía. ¿Qué piensa Padró del debate sobre la posible existencia de cámaras escondidas en la tumba de Tutankamón? “Puede que haya otros espacios, que la tumba fuera más grande y la reacondicionaran para Tutankamón al morir de manera imprevista. Pero creo que si los hay estarán vacíos. Y que por eso se ha decidido no abrir las paredes, no estropear la tumba”. Padró apunta que “jamás penetraremos en todos los secretos” que presenta el Antiguo Egipto.
De otro debate, el histórico sobre cómo fue el final de la etapa de Amarna, el egiptólogo niega que Nefertiti se convirtiera en faraón tras la muerte de su esposo Akenatón, como apuntan muchos. En el libro sostiene que la reina murió un año antes que su marido y que la que reinó brevemente fue la primogénita de ambos, Meritatón, que habría pedido al rey hitita Suppiluliuma un marido. El fantasmagórico y elusivo faraón Smenkera sería ese príncipe, Zannanza, asesinado de camino a Egipto, y la propia Meritatón, que habría tomado el nombre escogido para su malogrado esposo y reinaría hasta la subida al trono de Tutankamón, su medio hermano y marido de su hermana Ankesenamón.
Vaya, ¿le parece todo eso normal? “Nada de lo que pasa en esta época es normal”, suspira Padró. “Es una de las hipótesis más recientes, y la que a mí me parece más verosímil; y cuadra con las fuentes hititas”. El estudioso aprovecha para reflexionar que la revolución de Akenatón podría no haber existido. “No era el primogénito, y si éste, el príncipe Tutmosis, no hubiera muerto prematuramente, él no habría reinado y seguramente hubiera sido solo un oscuro sacerdote de Menfis, probablemente muy ortodoxo”. Otra historia que explica en su libro Padró es la del poco conocido líder militar Najtmín, que, en época del sucesor de Tutankamón, el faraón Ay, probablemente su tío, habría llegado a disputarle el trono a Horemheb. Ambos, Horemheb y Najtim tenían el título de “generalísimo”
Este es el primer año desde 1992 que Padró no ha ido a excavar a Oxirrinco, aunque, señala, sigue siendo el director de la misión para las autoridades egipcias. “La campaña se cerró el pasado 14 de marzo, justo a tiempo de que se pudiera volver. Se ha excavado un sector con mucho potencial, al oeste de la tumba número 1 con superposición de sepulturas de época romana arriba y saítas abajo·”. En su libro, el egiptólogo puntualiza la historia de que el pez que se veneraba en la vieja Oxirrinco se comió el pene de Osiris tras su desmembramiento por Set. En realidad, argumenta, el pez es Isis y a lo que asistimos es a una “divina felación” (!) con la que la diosa despierta el deseo sexual del difunto (poco apetente al estar muerto y a trozos) y queda embarazada por esa vía para engendrar a Horus. Y aún hay quién cree que la egiptología no es interesante…
“El sexo no era tabú”
“El sexo no era tabú en Egipto, al contrario”, abunda Padró. “No tenían ningún problema con el cuerpo y con mostrarlo. El sexo además era la potencia creadora y se muestra con total naturalidad. La diosa Hathor, por ejemplo, personificaba la mano de Atón en la masturbación del dios que dio lugar a la creación”.
Dicho esto, recalca, los egipcios no eran ningunos libertinos sino propensos a la monogamia. Aunque existían la prostitución y las profesionales del sexo, que portarían tatuajes indicativos de su oficio, tan viejo como las pirámides. En el libro, el egiptólogo escribe sobre las Casas de Bes, cuya función no está clara y se las ha identificado a veces como paritorios pero en las que parece que había sexo de pago. Lo que no había era esclavitud a gran escala como en Grecia y Roma. “Cuando vemos esclavos nunca son fuerza de producción sino casos muy puntuales, como el de prisioneros de guerra condenados a trabajos forzados. Un egipcio no podía caer en la esclavitud por deudas, por ejemplo”. Padró opina que no había esclavitud en Egipto simplemente porque “fue el Estado más humano e incruento del Mediterráneo antiguo”.
Al final de su libro, Padró ofrece unos “instrumentos básicos para ser egiptólogo” en forma de bibliografía con obras que hay que conocer y saber manejar, como sesudas gramáticas y diccionarios o el manual de arqueología egipcia de Vandier en 6 volúmenes. Entre ellas no está la novela Sinuhé el egipcio, de Mika Waltari, que sin embargo ha alentado tantas vocaciones. “Desde luego no es indispensable leer esa novela para ser egiptólogo”, advierte Padró, “les aviso a mis alumnos que el Sinuhé original, el de la gran obra literaria de la época de Sesostris I, Historia de Sinuhé, no es el de Waltari y que el personaje de ficción no alcanza la altura del verdadero”. A propósito de la obra original, Padró explica que al papiro principal que la contiene y que se guarda en Berlín, le falta el principio, y que ese trozo perdido fue encontrado en un ostraca (un fragmento de cerámica escrito) enorme que halló en la tumba de Sennetjem en la necrópolis tebana a finales del XIX precisamente el egiptólogo catalán Eduard Toda. “Se colocó en la tumba para que el difunto pudiera leerlo en el Más Allá”.
Tres veces bella
Así pues, Padró no llegó a Egipto por la novela de Mika Waltari. “En absoluto. Leí la novela, sí, pero de grandecito y con mi vocación ya hecha. El mío fue un proceso puramente racional. Lo que me gusta es la Historia, ese preguntarte el porqué de las cosas que te hace ir tirando hacia atrás en el tiempo hasta encontrar respuestas en el Antiguo Egipto”. Con su aparentemente poco inclinada a los romanticismos (aunque considera Egipto “una pasión inagotable, que siempre nos desborda”), Padró desmonta lingüísticamente hasta a la hermosa malvada de Waltari, las tres veces bella cortesana Nefernefernefer, que encarnó en el cine la actriz polaca Bella (!) Darvi -que fue de joven perseguida por los nazis y perdió un hermano en los campos-. “Es absurdo e incorrecto ese nombre: en vez de repetir usarían el plural de nefer, bella, y lo correcto sería Neferut”, zanja. Precisamente (Padró incluye en su libro una lista de palabras de origen egipcio) de ahí vendría nuestra palabra nenúfar, de na-nefer (ut). Y es curioso recordar que Nefernefernefer aparece arrebatadora a los ojos de Sinuhé bañándose desnuda en un estanque de nenúfares…