Jesús Pardo y los extraterrestres

Siempre quiso ser escritor, pero, como otros grandes, su dedicación más de 30 años fue el periodismo

El escritor santanderino Jesús Pardo, en su casa. Foto: Claudio Álvarez.CLAUDIO ÁLVAREZ

Jesús Pardo, muerto el viernes a los 93 años, siempre quiso ser escritor, pero, como otros grandes, su dedicación más de 30 años fue el periodismo, en el que se inició en 1952 como corresponsal en Londres de Pueblo. A los tres años, cambió de escudería y se mantuvo allí otros 17 más escribiendo para el diario Madrid.

Había llegado al oficio de manera fortuita después de servir como traductor en los sindicatos verticales. Pensando que iba a casarse...

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Jesús Pardo, muerto el viernes a los 93 años, siempre quiso ser escritor, pero, como otros grandes, su dedicación más de 30 años fue el periodismo, en el que se inició en 1952 como corresponsal en Londres de Pueblo. A los tres años, cambió de escudería y se mantuvo allí otros 17 más escribiendo para el diario Madrid.

Había llegado al oficio de manera fortuita después de servir como traductor en los sindicatos verticales. Pensando que iba a casarse, le regalaron el carnet de prensa, y así se hizo periodista al andar, a la manera machadiana.

En 1954, se pasó al diario Madrid. Allí vio llegar en 1966 a Calvo Serer, a Antonio Fontán y a los jóvenes que llama extraterrestres en su Autorretrato sin retoques. Memorias de apariencia inmisericorde, que sólo desentrañan su auténtico sentido a quienes desactiven la carga hueca que el autor ha dispuesto para el placer de los lectores.

Jesús dictamina que “los extraterrestres fueron desde el principio más lejos en periodismo que la famosa tercera página que hacía Calvo Serer porque su zapa era mucho más amplia y eficaz” y “dejaba en evidencia a los demás periódicos, creando una visión de conjunto contra la fragmentación y el difumino desvaído de la vida española que promocionaba el régimen”.

En Londres Jesús, como confiesa en el Autorretrato, vivía "en inglés y entre ingleses, pero sin dejar de ser español”. Mantenía un cierto sentido de superioridad personal frente a los británicos, pero entraba en desolación cuando confesaba que el desuso del castellano le había hecho olvidar el significado de algunas palabras.

Aquellos jóvenes extraterrestres de la redacción le hacían fiesta cuando se dejaba ver en el restaurante de Miguel Villanueva. Pensando que aquí se aplicaban las franjas horarias de alcohol prohibido, pedía las botellas de vino de tres en tres para evitar carencias. En Nueva York, recién llegado como corresponsal, le sorprendió el cierre del periódico. Después, Efe le destinó a Ginebra y a Copenhague y Cambio 16 le hizo su enviado especial para Europa central, la URSS y Oriente Próximo.

En Madrid tuvo tiempo de ser el escritor que siempre ambicionó. Novelas como Ahora es preciso morir, Ramas secas del pasado, Cantidades discretas y Eclipses; novelas históricas como Yo, Marco Ulpio Trajano o La gran derrota de Diocleciano o poemarios como Presente vindicativo son buena prueba. La traducción de más de 200 libros escritos en alguno de los 15 idiomas que leía fue otra de sus dedicaciones. Su mayor triunfo, el Autorretrato.


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