El pueblo íbero que desapareció bajo las llamas
Los expertos reconstruyen los últimos días de una ciudad arrasada por Roma en Córdoba y analiza los cadáveres y las viviendas desenterrados
“Una matanza tan brutal, una destrucción tan completa seguida de abandono son marcas de la casa, de la acción de Roma cuando sus enemigos no se sometían sin condiciones”. “La costumbre de encerrar víctimas civiles o prisioneros de guerra en un granero, casa o capilla y prender fuego al edificio no es solo atribuible a los nazis en la Guerra Mundial, ni mucho menos. Los romanos eran capaces de todo tipo de brutalidades”. Estas son algunas de las conclusiones que se leen en los informes y artículos que los expertos de la ...
“Una matanza tan brutal, una destrucción tan completa seguida de abandono son marcas de la casa, de la acción de Roma cuando sus enemigos no se sometían sin condiciones”. “La costumbre de encerrar víctimas civiles o prisioneros de guerra en un granero, casa o capilla y prender fuego al edificio no es solo atribuible a los nazis en la Guerra Mundial, ni mucho menos. Los romanos eran capaces de todo tipo de brutalidades”. Estas son algunas de las conclusiones que se leen en los informes y artículos que los expertos de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) han redactado para retomar este año las antiguas excavaciones del poblado ibero del Cerro de la Cruz (Almedinilla, Córdoba). En ellos se determina quién mató a esas personas, por qué y cómo era su vida cotidiana.
Porque allí, entre los escombros, aguardan los restos de personas que perecieron atrapadas en sus viviendas mientras el poblado ardía a una altísima temperatura, entre 900 y 1200 grados, según los análisis químicos. Los arqueólogos no dudan que encontrarán los restos de más pobladores -ya han hallado seis- con una valiosa información científica. Roma abrasó en vida a estos íberos, que dejaron todos sus enseres en el interior de las viviendas y que ahora los expertos reconstruyen y analizan al haberlos hallado congelados en el tiempo.
El Cerro de la Cruz es un farallón rocoso triangular junto al río Almedinilla. En sus laderas se levantaba un poblado íbero (siglo II a.C.) de unas 4,7 hectáreas como máximo, de las que apenas se han excavado un 2,5%. Pero a pesar de lo exiguo del área estudiada, los resultados son espectaculares, tanto a pie de yacimiento como en laboratorio. Y eso que los expoliadores y la roturación de las tierras han producido daños irreparables en un poblado con murallas de piedra, adobe y tapial, al menos en las partes sur y este del otero.
Las últimas investigaciones han puesto de manifiesto, explica Fernando Quesada, catedrático de Arqueología de la UAM, que “la población era una trama urbana con red de calles definida, plazas y manzanas de casas planificadas y articuladas”. El estudio Vida y muerte en el Cerro de la Cruz. Matanza en poblado ibérico hace más de dos mil años, firmado por Quesada, Ignacio Muñiz Jaén, director del Museo de Almedinilla, y un equipo arqueológico resalta que los restos desenterrados incluyen “bien conservadas estructuras arquitectónicas con zócalos de piedra irregular bien colocada y alzados potentes de adobes o tapial, y entre ellas una enorme cantidad de vasos de almacenamiento, ánforas y tinajas, así como molinos rotatorios de piedra, en una acumulación que todavía hoy asombra”.
Desde que en 1985 se iniciaron las primeras investigaciones modernas del Cerro de la Cruz –hubo algunas anteriores en el siglo XIX y principios del XX con resultados imprecisos o se han perdido-, los expertos han conseguido reconstruir la vida en el poblado. El estudio El asentamiento de época ibérica en el Cerro de la Cruz (Fernando Quesada Sanz, Eduardo Kavanagh de Prado y Javier Moralejo Ordax) rememora su fisonomía urbana acorde con el principio básico del mínimo esfuerzo. “Si en un cerro las crestas o salientes rocosos incomodan la construcción, resulta mucho más eficiente adaptar la arquitectura abrazando e incorporando el relieve rocoso natural antes que tratar de tallar o cortar bloques de muchas toneladas”. A pesar ello, los especialistas hablan de una ciudad perfectamente planificada, con viviendas con semisótano –o planta baja- piso, azotea y divididas en manzanas.
¿Y qué comían? Las recientes pruebas de laboratorio han determinado que su dieta incluía fundamentalmente ovicápridos (ovejas y cabras), cerdos, vacas, además ciervo, liebre y nutrias. Al analizar el contenido de diez de las ánforas encontradas (22.165 semillas) se ha concluido que se alimentaban también de cebada vestida, algo de trigo común y escanda menor. Entre las leguminosas, la más consumida eran el haba, pero también guisantes, lentejas y yero.
Los arqueólogos no solo han encontrado objetos, sino restos óseos correspondientes a seis individuos, algo extraordinario dado que los iberos cremaban a sus difuntos, por lo que es muy raro poder estudiar sus cuerpos. El primero de ellos (denominado 1401) es un esqueleto completo que yacía boca arriba, con las piernas abiertas de forma poco natural. A su izquierda, otro hombre (1402). Ambos habían muerto a la vez, parcialmente entrelazados y retorcidos. El 1401 era un varón de unos 20 a 25 años y de unos 1,68 metros de estatura. El 1402 corresponde a un adulto de unos 30 a 35 años. Compartían una enfermedad endogámica y genética (huesos sesamoideos), lo que puede indicar que fueran familia.
“Pero sin duda lo más llamativo del análisis, lo que hizo que la antropóloga, Inmaculada López, casi enmudeciera”, dice el estudio al que ha accedido EL PAÍS, “fue la evidencia indudable, en ambos esqueletos, de traumas causados por golpes feroces de arma blanca, casi con seguridad espadas, lo que apunta a un intento de amputación sistemática de extremidades”. El 1401 “recibió al menos un golpe dirigido al cuello que seccionó limpiamente parte del omóplato derecho, y otro que cortó la cadera y rebanó parte del coxal derecho; el golpe, tajante, vino en oblicuo y desde arriba”. Al 1402 casi le amputaron la pierna izquierda a la altura del tobillo y también en el muslo a la altura de la rodilla, y, casi con seguridad, también le cortaron el antebrazo derecho por el codo”.
Ambos murieron poco antes de que se desatase un gran incendio, que duró posiblemente varios días. La destrucción fue “imprevista e intencionada”. De hecho, los almacenes de los pisos inferiores de las casas se han encontrado repletos de ánforas colmatadas de grano; en otras habitaciones, algún molino conservaba harina calcinada en su plataforma. El poblado nunca fue reconstruido. Alguien lo impidió.
Los datos arqueológicos y el contexto histórico conocido “hacen improbable que semejante nivel de violencia y destrucción pueda ser el resultado de un conflicto entre oppida [ciudades fortificadas] ibéricas vecinas”. El poder romano ya era sólido en la Bética en esas fechas y las tensiones entre íberos habían disminuido bajo la bota de la Pax romana. Sin embargo, el lusitano Viriato pudo controlar la zona brevemente entre los años 144 y 141 a.C. Por ello, el general romano Serviliano hizo en 141 a.C. un escarmiento salvaje sobre algunas ciudades ibéricas –aliadas del rebelde Viriato- “y pensamos que es en este contexto en el que probablemente debamos situar la destrucción del Cerro de la Cruz y la matanza de, al menos, parte de sus habitantes”, indica Quesada.
“La destrucción de este poblado nos informa de que la romanización no fue un proceso que se produjera sin resistencias y sin traumas para unas personas que, sin haber vivido en las generaciones anteriores una vida idílica ni mucho menos, quizá tampoco veían tan evidentes las ventajas de la presencia romana, con sus exigencias de impuestos, sus magistrados, sus leyes ajenas”, termina el catedrático de la UAM.
Los restos hallados en todas estas excavaciones se exhiben tanto en el Centro de Interpretación de la Villa del Ruedo como en el Museo Histórico y Etnológico. Además se pueden ver las novedosas imágenes en 3D de los archivos de la UAM e imaginar cómo eran las viviendas del poblado arrasado, justo unos segundos antes de iniciarse el fuego.