Leer en hojas sueltas el Día del Libro

La tradicional lectura del Quijote que organiza el Círculo de Bellas Artes se traslada a los hogares de sus 189 participantes, entre los que se cuentan las infantas Leonor y Sofía

Joan Margarit lee 'El Quijote' en su casa, dando inicio a la ya tradicional lectura del Círculo de Bellas Artes.

El escenario es un escenario cambiante. Aparece Joan Margarit y aparece con él su vieja edición del clásico de todos los clásicos, la novela que inventó la novela y con ella, sus infinitas y deliciosas y digresivas posibilidades, Don Quijote de la Mancha. El poeta la sostiene como sostendría un violinista su violín, es decir, consciente a la vez de que es un instrumento y de que lo necesita puede que más que a nada en el mundo.

El Premio Cervantes de este año arranca desde un sencillo...

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El escenario es un escenario cambiante. Aparece Joan Margarit y aparece con él su vieja edición del clásico de todos los clásicos, la novela que inventó la novela y con ella, sus infinitas y deliciosas y digresivas posibilidades, Don Quijote de la Mancha. El poeta la sostiene como sostendría un violinista su violín, es decir, consciente a la vez de que es un instrumento y de que lo necesita puede que más que a nada en el mundo.

El Premio Cervantes de este año arranca desde un sencillo plano medio, en la que parece una estancia de paso de su casa, la ya tradicional lectura continuada organizada por el Círculo de Bellas Artes, que este año ha sustituido el atril y el espectáculo por la enorme colección de sofás, comedores y escritorios, y todo lo que acostumbra a acompañarles, esto es, retratos, cuadros, plantas, y a veces, también, libros, de sus 189 participantes.

Desaparece Margarit y aparecen, sorprendentemente pronto, las infantas Leonor (14) y Sofía (12), sentadas a un sofá rosa pálido, con lo que parece un ejemplar de la edición de la Real Academia, difícilmente manejable en sus pequeñas manos. Les ha tocado en suerte la parte en la que Alonso Quijano elige su nombre, y se pasan la una a la otra el mayestático ejemplar con cuidado, como si de un pequeño animal se tratase.

A la diligencia de la primera, que, se diría, empieza a acostumbrarse a la exposición cultural – ya dio un paso al frente en los pasados Princesa de Asturias; el primero –, le sigue una cierta despreocupación de la pequeña, a la que imagino deteniéndose a sonreír y mirar a su hermana de haberle tocado en suerte leer la parte, no muy lejana a la que leen, en la que Alonso exclama: “¡Oh, princesa Dulcinea!”.

Correctísimas, las infantas dan paso, con la profesionalidad de un par de lectoras entrenadas, a la clase política, que se estrella en la elección de su edición de lectura, porque, oh, en el Día del Libro, los políticos leen hojas sueltas. Lee en hojas sueltas, el ministro de Cultura, José Manuel Rodríguez Uribes, y lee en una sola hoja suelta el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida. Hojas impresas con su parte, nada más.

Les siguen lectores de todo tipo. Señoras que en su casa tienen su propio atril para sujetar sus maltratadas ediciones gigantes del clásico, niñas que leen en el suelo, junto al sofá, de la edición que tenían en casa sus padres. Lectores, todos, en definitiva, que celebran el Día del Libro con un libro en la mano. Ellos lo han entendido todo, todos lo entendemos siempre todo. Los políticos siguen sin entender nada.

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