Michaelina Wautier, la pintora surgida de unos almacenes

El Museo Lázaro Galdiano cuelga un “extraordinario” San Juan Bautista de la artista barroca, atribuido hasta ahora a Juan Martín Cabezalero

La conservadora del museo Lazaro Galdiano, Carmen Espinosa, con el cuadro 'San Juan Bautista', de la pintora barroca Michaelina Wautier.Samuel Sanchez
Madrid -

Hace dos años, el reconocido galerista francés Jacques Leegenhoek, especializado en pintura de los siglos XVII y XVIII, avisó a la profesora belga Katlijne Van der Stighelen de un cuadro que había visto trasteando en la web de un museo español. En el catálogo online se decía que ese San Juan Bautista había sido pintado por Juan Martín Cabezalero (1645-1673), autor vinculado a la escuela barroca madrileña. El marchante galo ignoró la atribución: estaba convencido de que era un cuadro de la pintora flamenca Michaelina Wautier (1617-1689), “la dama principal del Barroco”. Así tituló su exp...

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Hace dos años, el reconocido galerista francés Jacques Leegenhoek, especializado en pintura de los siglos XVII y XVIII, avisó a la profesora belga Katlijne Van der Stighelen de un cuadro que había visto trasteando en la web de un museo español. En el catálogo online se decía que ese San Juan Bautista había sido pintado por Juan Martín Cabezalero (1645-1673), autor vinculado a la escuela barroca madrileña. El marchante galo ignoró la atribución: estaba convencido de que era un cuadro de la pintora flamenca Michaelina Wautier (1617-1689), “la dama principal del Barroco”. Así tituló su exposición Van der Stighelen, inaugurada en el Museum Aan de Stroom de Amberes, en junio de 2018. En aquella primera retrospectiva participó este excepcional lienzo, que el museo madrileño acaba de colgar en sala, rescatado de los almacenes, con su nueva atribución y fecha. La especialista en la historia de las mujeres artistas cree que data de 1655.

El cuadro también ha multiplicado su valor. Carmen Espinosa, la conservadora jefe del Museo Lázaro Galdiano, calcula que ahora rondará los 400.000 euros. “Antes, como pintura religiosa, no se habría vendido si hubiera salido a subasta”, reconoce. Hay demasiada oferta y pocos compradores. El precio es una buena señal del reconocimiento, dado que la pintora barroca apenas existía antes de la retrospectiva de Amberes. Ahora su catálogo “debería crecer”, explica Espinosa, que muestra orgullosa el hallazgo de Van der Stighelen. “Aquí somos tres personas y sólo tenemos tiempo para conservar nuestro patrimonio”, lamenta.

La historiadora del arte belga viajó a Madrid, cotejó los estudios de restauración realizados por el Instituto del Patrimonio de Cultura de España (IPCE), contrastó los resultados con otros de pinturas atribuidas a la artista y determinó, sin duda, la nueva firma. El joven santo, señala Van der Stighelen en el catálogo, “tiene un parecido sorprendente con el niño rubio que sopla burbujas” en la pintura de la artista que se conserva en el Museo de Seattle. La especialista cree que es un modelo real que la artista utilizó para varias pinturas. “Su mirada concentrada y muy acentuada le da una expresión seria e introvertida”, asegura.

El protagonista, con la cruz de caña y el cordero como atributos propios, gira su cabeza de manera inesperada y encuentra un fogonazo de luz directo al rostro y su pecho desnudo. A la historiadora del arte le parece una escena conmovedora. Y llama la atención sobre la elección de un niño vulnerable para representar a una figura capital del cristianismo. “La técnica de Wautier es suelta y el pincel audaz contribuye a la concepción dramática de la escena”, sostiene Van der Stighelen. La destreza técnica de Michaelina y sus composiciones insólitas la convierten en un moderno referente de su tiempo.

La pintura llegó a la colección de José Lázaro en 1913 y fue leída por los grandes historiadores del arte de manera errónea. No se imaginaron que pudiera ser obra de un artista extranjero y nunca se plantearon la hipótesis de una mujer. Ni Elías Tormo, ni el propio Lázaro, ni Camón Aznar, ni Alfonso Pérez Sánchez atinaron. “Ahora, las teorías de esos grandes nombres de historiadores ya no valen”, explica la conservadora del museo, que espera tener tiempo para investigar y redactar una nueva ficha sobre este lienzo, del que destaca la libertad con la que experimentó Wautier en plena madurez artística.

El relato de la historia ha ignorado a la hija del taller de los Wautier -que abarcó todos los géneros pictóricos-, sepultada por la presencia de su hermano. “Él era el marchante y ella la pintora que ayudaba a su padre”, explica Carmen Espinosa ante la pintura. “Nunca nadie se planteó que podría ser una mujer, como sucede en la mayoría de los anónimos que se conservan”, apunta. “Debemos mirar la historia del arte desde un punto de vista más abierto: hay que poner el acento en el contexto social, político y económico”, añade Espinosa.

La obra rescatada ahora se expuso hasta la reforma del museo, en 2001. “Ahora tiene interés porque demostramos su autoría, porque es de una calidad extraordinaria, porque hay que recuperar y mostrar a las mujeres pintoras y porque es la única pintura atribuida, de momento, a Wautier en España”. Por eso y porque podría estar en el Museo del Prado, reconoce Espinosa. Con este San Juan Bautista, el Lázaro Galdiano suma tres obras, junto con un cuadro atribuido a Sofonisba Anguissola y una miniatura de Teresa Nicolau, de tres pintoras.

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