El coronavirus vacía el Museo del Prado de turistas

Las masas de visitantes se esfumaron el último día antes del cierre del centro

Visitantes en la sala de 'El jardín de las delicias', el miércoles 11 en el Museo del Prado.Bernat Armangue (AP)

Pocas veces se ha visto la sala de El jardín de las delicias tan vacía como esta mañana del miércoles. Apenas una decena de visitantes paseaba sin tumultos. En el primer día de las medidas decretadas por el Museo del Prado para “compatibilizar su apertura con el principio de salud pública de los visitantes” y el último antes de que se decretara su cierre, el miedo y la precaución frente al coronavirus han dejado escenas insólitas y salas deshabitadas. Ante la obra maestra de ...

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Pocas veces se ha visto la sala de El jardín de las delicias tan vacía como esta mañana del miércoles. Apenas una decena de visitantes paseaba sin tumultos. En el primer día de las medidas decretadas por el Museo del Prado para “compatibilizar su apertura con el principio de salud pública de los visitantes” y el último antes de que se decretara su cierre, el miedo y la precaución frente al coronavirus han dejado escenas insólitas y salas deshabitadas. Ante la obra maestra de El Bosco, una pareja recién llegada de Fuerteventura disfruta con calma. Están aquí por casualidad, él es farmacéutico y está en la ciudad por Infarma, feria clausurada por el COVID-19. “No tenemos miedo. Creo que es una exageración todo lo que está sucediendo”, comentan.

Fuentes del museo confirmaban, antes del cierre temporal ordenado por el Ministerio de Cultura, que las cifras de asistentes han caído en picado en las últimas tres semanas. En enero pasaron al día más de 8.000 personas por las taquillas. En febrero, con dos días menos, sumaron un total de 8.400 diarias. En el recuento de marzo, hasta el día ocho, la cifra de visitantes por día apenas supera los 6.100. De este dato, el museo indica que el 57% se tramitó como gratuidad, es decir, 3.500 entradas al día. Este martes el Prado anunció que la visita gratuita se reduciría a 500 personas máximo. Es decir, con la limitación de este aforo, este miércoles, primer día de medidas contra la expansión del coronavirus y último antes del Prado cerrado podrían haber accedido un máximo de 3.000 visitantes. La institución adelantaba a este periódico que serían muchos menos.

El último día del Prado abierto en plena tormenta vírica tiene un precedente: 30 de agosto de 1936. Aquel día, el subdirector del museo entonces, Francisco Javier Sánchez Cantón, ordenó cerrar las puertas de la institución mientras durase la guerra civil. Inmediatamente procedió a descolgar los cuadros de las paredes y ubicarlos en zonas libres de bombas.

Este miércoles, a las doce y media del mediodía, hora punta en las salas, había silencio y soledad. Y una paradoja: el privilegio de la pausa era el anticipo de la clausura. El ruido había desaparecido de la galería central, y de la sala de Las Meninas. Siete personas ante el cuadro contemplaban la estampa, y a su vez protagonizaban una escena todavía más extraña. La infanta Margarita María Teresa de Austria ha sido testigo privilegiada de un nuevo museo, uno imposible en el que los escasos espectadores pueden regodearse en cada pincelada.

Tampoco ha quedado rastro de los pelotones de turistas orientales que suelen rebotar de icono a icono, en un circuito a la carrera. “Desde hace un mes no hay grupos de chinos. Desde hace dos ni uno de japoneses o surcoreanos. Los italianos llegaron en masa, muchísimos grupos, durante sus Carnavales, pero también han desaparecido”, comentaba una de las vigilantes de las pinturas del Renacimiento italiano, que se quejaba de las condiciones en las que han tenido que trabajar ante la amenaza.

El último día del Prado abierto no ha hecho falta aplicar la restricción del aforo. No era necesario controlar el volumen de visitas en salas. Ni siquiera en una de las habitaciones más angostas del edificio de Villanueva, donde cuelgan las Pinturas Negras, de Goya. La sala de las pinturas murales de la Quinta del Sordo habitualmente está congestionada por más de 150 visitantes. “Ya has visto cómo está: no hay ni diez personas”, apunta una de las responsables que atienen la seguridad de las obras.

Incluso los copistas trabajaban con desahogo. Una dibujante pasaba al papel las formas marmóreas del Joven orador, del primer cuarto del siglo I, una estatua que fue acumulando añadidos a lo largo de su historia e hicieron de ella un delicioso Frankenstein. “Es una oportunidad única para disfrutar del museo, sin estorbo”, comenta la artista. Este Prado desierto ha sido un fogonazo casual, una visión irreal.

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