In memoriam

Nick Tosches, en las trincheras

Pionero del periodismo musical, desarrolló una literatura visceral y obsesiva

Nick Tosches, en una imagen sin datar.

Nick Tosches participó activamente en la guerra cultural que acompañó a la consolidación del periodismo de rock; las escaramuzas tuvieron lugar en revistas estadounidenses como Rolling Stone o Creem. En complicidad con Lester Bangs y Richard Meltzer, atacaba la pomposidad de cierta crítica musical, empeñada en crear un santoral de figuras intocables.

Tosches, que murió el domingo en Manhattan, con 69 años, prefería escarbar en las raíces y localizar personalidades únicas. Libros como ...

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Nick Tosches participó activamente en la guerra cultural que acompañó a la consolidación del periodismo de rock; las escaramuzas tuvieron lugar en revistas estadounidenses como Rolling Stone o Creem. En complicidad con Lester Bangs y Richard Meltzer, atacaba la pomposidad de cierta crítica musical, empeñada en crear un santoral de figuras intocables.

Tosches, que murió el domingo en Manhattan, con 69 años, prefería escarbar en las raíces y localizar personalidades únicas. Libros como Country: The Biggest Music in America (1977) o Unsung Heroes of Rock ‘n’ Roll (1984) reventaban la arrogancia generacional de los baby boomers, que se creían inventores de una música propia. Exhaustivo en sus investigaciones, dinamizaba sus textos con las libertades del nuevo periodismo y su gusto por la jerga callejera.

En aquellas publicaciones coincidían dos clases sociales. Los que venían de la universidad y dominaban el lenguaje académico miraban por encima del hombro a sus colegas de origen proletario, que tendían a beber demasiado y consumir todas las drogas disponibles. Tosches y sus compañeros pertenecían a la segunda categoría.

Lo entendían como un oficio de pícaros. Dado que la paga era mínima, se especializaron en vender los discos que recibían de promoción. En tandas de 40 elepés: era lo máximo que uno podía llevar a la tienda sin recurrir a taxis; el dinero conseguido permitía subsistir en la zona bohemia de Nueva York. Tosches no escondía estas intimidades: reconocía que se vio obligado a escribir una “biografía autorizada” de Hall & Oates cuando fue arrinconado por la Hacienda federal.

La proximidad al estilo de vida de sus personajes le permitió retratar al salvaje Jerry Lee Lewis en Fuego eterno (Contra), una fantástica máquina de hacer música y un ser humano deplorable; en 2006, el diario británico The Guardian lo consideró el mejor libro de música pop. Igualmente embriagador es Dino: Living High in The Dirty Business of Dreams (1992), que presenta a Dean Martin como un hedonista imperturbable, sin proyecto artístico ni grandes pasiones.

No buscaba ejemplos morales. Sus coetáneos adoraban a Muhammad Ali pero, en The Devil and Sonny Liston (2000), él prefirió a uno de sus contrincantes. Liston fue un boxeador brutal, relacionado con el hampa y que murió —probablemente, por sobredosis— a los 40 años; además, recordaba, Liston tenía “mejor gusto musical y entrenaba con discos de James Brown”. En King of the Jews (2005), especulaba sobre Arnold Rothstein, el máximo villano en la historia del deporte profesional estadounidense, al que se atribuye la manipulación de los resultados en el campeonato de beisbol de 1919; en realidad, argumentaba Tosches, la mayor creación de Rothstein fue la estructura empresarial del crimen organizado.

En los años ochenta, Tosches se estrenó en la ficción. Su conocimiento del italiano le permitió sumergirse en realidades obscuras, aunque no se resistió a la desmesura. Al menos dos de sus thrillers se tradujeron al español: Trinidades (Seix Barral) y El manuscrito de Dante (Factoría de Ideas). Este último pudo ser su pasaje a la fama y la fortuna, cuando Johnny Depp adquirió la opción para convertirlo en película; se quedó en el limbo de Hollywood.

No triunfó como novelista, lo cual resultó una bendición para sus lectores. Siguió cultivando un periodismo hormonado, bajo la generosa protección de Vanity Fair. Eso le permitió, por ejemplo, dedicarse a explorar la subcultura del opio, con la excusa de que servía como medicina para sus dolencias de diabético. Publicado en libro como The Last Opium Den (2002), funciona como crónica de viajes y cómo reivindicación del sibaritismo. La antología The Nick Tosches Reader ofrece una panorámica de su obra, incluyendo su desconocida faceta de poeta.

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