Complejo y veraz retrato de una España sombría

'Mientras dure la guerra' me parece una buena, contenida y también arriesgada película, narrada con cerebro y corazón

En foto, el equipo de 'Mientras dure la guerra', este sábado, en San Sebastián. En vídeo, trailer oficial de 'Mientras dure la guerra'.Vídeo: CARLOS R. ALVAREZ

Vivimos o malvivimos una época en la que la palabra o el concepto, o lo que sea, denominado España se repite hasta el hartazgo o la náusea entre los políticos, exaltándola en el caso de tantos patriotas profesionales y aficionados ("todos gritan 'Arriba España' y se creerán que dicen algo", comenta el sarcástico Unamuno) o abominando de ella entre los independentistas, en el fondo tan parecidos como todos los temibles nacionalismos. Imagino que ha sido una de las razones para que Alejandro Amenábar, un director tan imprevisible como sól...

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Vivimos o malvivimos una época en la que la palabra o el concepto, o lo que sea, denominado España se repite hasta el hartazgo o la náusea entre los políticos, exaltándola en el caso de tantos patriotas profesionales y aficionados ("todos gritan 'Arriba España' y se creerán que dicen algo", comenta el sarcástico Unamuno) o abominando de ella entre los independentistas, en el fondo tan parecidos como todos los temibles nacionalismos. Imagino que ha sido una de las razones para que Alejandro Amenábar, un director tan imprevisible como sólido, que hace en cada momento las películas que le da la gana, nada preocupado por eso tan trascendente y enfático de alardear de universo propio y un sello de la casa, se haya planteado crear Mientras dure la guerra, retrocediendo hasta 1936 para hablar de un infierno perpetrado por las dos Españas, en nombre de Dios, la patria, el fascismo, el rojerío, la hostia en verso.

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Se sitúa en una Salamanca tomada por los feroces sublevados contra una República imperfecta y caótica, pero legitimada por las urnas. En esa ciudad vive Miguel de Unamuno, un hombre tan inteligente como paradójico, frecuentemente insoportable, gruñón vocacional, siempre molesto para los alternativos poderes, convencido siempre de poseer la razón, secretamente tierno, respetado, temido y odiado. Fue desterrado a Fuerteventura por criticar al rey, amó a la República, pero se sintió traicionado por ella al ver las impunes barbaridades que se cometían en ella, fue tan ingenuo o tan estúpido como para creer en la buena voluntad de los sublevados, constató con espanto la carnicería que estaban ejerciendo con cualquiera que no pensara como ellos o juzgaran mínimamente sospechoso, atravesó una inmisericorde crisis de conciencia al plantearse si se había equivocado, se negó finalmente a ser utilizado por ellos, denunció su sinrazón y su salvajismo en un discurso memorable con el que se estaba jugando la vida.

Amenábar no solo hace un retrato poderoso de ese hombre contradictorio, corrosivo, desgarrado, dubitativo, sincero y honesto. También del taimado Franco y del volcánico Millán Astray. Con Franco, no comete el error de hacer una caricatura. Sería lo fácil con ese fulano de voz atiplada y expresividad tan limitada como ininteligible. Retrata a un hombre ambicioso y calculador, astuto y frío, pragmático y despiadado, con hambre de poder y capaz de todo tipo de maniobras para instalarse a perpetuidad en el trono. Y a un Millán Astray histriónico y colérico, enamorado de la acción hasta limites surrealistas y odiador del intelecto, excesivo en todo, orgulloso hasta el delirio de sus múltiples cicatrices de guerra y de su inquebrantable fidelidad a Franco, el líder que necesitaban los sublevados porque en su mesiánica relación había constatado que poseía el don más preciado, algo divino llamado suerte.

No existe grandilocuencia ni maniqueísmo en el planteamiento y el desarrollo de esta historia trágica. Tampoco está forzada la emoción. La sobriedad que muestra Amenábar está muy pensada. También hay cosas que me molestan o me parecen innecesarias, como los repetidos flashback y sueños (es complicado que eso funcione) mostrando la felicidad conyugal de ese Unamuno que pocas veces conoció la paz y la plenitud, al lado de esa mujer que él define con romántica y enamorada añoranza como “mi costumbre”, algo que puede parecer prosaico. También me sobran algunos momentos e interpretaciones que desprenden cierta teatralidad. Creo que Karra Elejalde hace una composición notable mostrando el anverso y el reverso, los numerosos matices de una persona tan complicada. Y está brillante y veraz, como casi siempre Eduard Fernández, un actor que llena la pantalla, inquieta, te lo crees. Mientras dure la guerra me parece una buena, contenida y también arriesgada película, narrada con cerebro y corazón. Ignoro cuánto público la espera y si van a conectar con ella. Ojalá que le vaya bien. Las películas de Amenábar me pueden gustar más o menos, pero su actitud y su personalidad siempre me merecen respeto.

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