Vitez en verano

Tenía un aire de jesuita seductor, que exhibía su inteligencia como quien regala un don. Y era colérico cuando los periodistas le hacían preguntas banales

El anfiteatro del Grec, durante la edición del festival de 2017.

Antoine Vitez me vuelve en verano, y casi siempre en Avignon. Primer recuerdo ardiente: 11 de julio de 1987. La versión íntegra de Le soulier de satin. El monólogo final de Don Rodrigo al amanecer, atravesado por los gritos de los pájaros. La ovación de treinta minutos, el público en pie, en el Palais des Papes. El ateo Vitez, hijo de anarquistas, abrazando el genio del católico Claudel. Tenían una patria común: "El estallido insólito del lenguaje". Vitez, ...

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Antoine Vitez me vuelve en verano, y casi siempre en Avignon. Primer recuerdo ardiente: 11 de julio de 1987. La versión íntegra de Le soulier de satin. El monólogo final de Don Rodrigo al amanecer, atravesado por los gritos de los pájaros. La ovación de treinta minutos, el público en pie, en el Palais des Papes. El ateo Vitez, hijo de anarquistas, abrazando el genio del católico Claudel. Tenían una patria común: "El estallido insólito del lenguaje". Vitez, marxista heterodoxo, entró en el mundo del teatro de mano de la actriz y directora Tania Balachova, y en el PCF como secretario de Louis Aragon. Tenía un aire de jesuita seductor, que exhibía su inteligencia como quien regala un don. Y era colérico cuando los periodistas le hacían preguntas banales.

Dos años después. 12 de julio de 1989. 38 grados. La Célestine. Estreno mundial en Avignon. “Auto sacramental sin Dios”, dijo Vitez. O sea, en las antípodas de Le soulier. El retorno de Jeanne Moreau a la Cour, que no pisaba desde su estreno en 1947, junto a Gérard Philipe. Dos semanas después del contestado montaje, Vitez le cepilló media hora, en el Grec. Y sustituyó a Jean-Luc Boutté, ya gravemente enfermo, en el rol de Pleberio. Le veo con túnica y gafas, texto en mano. Y me recuerda a Stanislavski en Les Apprentis sorciers, que también dirigió, en Avignon, en 1988. Mi historia favorita: cuando recibió la apasionada carta de una joven estudiante de teatro, que le pedía aprender a su lado, y la convirtió en su ayudante de la Lucrecia Borgia de Victor Hugo. La joven estudiante era la directora Yvette Vigatà.

Me contó esta historia cuando yo cometí la imprudencia de decir que me parecía un hombre frío. Me dijo: “No le conoces. Yo conozco su generosidad”. Un amigo de Vitez me dijo: "El teatro mata. Al final, Antoine tuvo una relación muy difícil con la Comédie Française. Todas sus relaciones teatrales eran intensas. La tarde de un viernes le vimos salir de la Comédie con el rostro demudado. No pudimos evitar preguntarle qué le pasaba. Prefirió no hablar, pero parecía claro que aquel color, gris verduzco, tenía que ver con la fatiga teatral. Se derrumbó tres días más tarde, de un derrame cerebral”.

Esto sucedió un año después de La Celestine. Murió joven, el 30 de abril de 1990, recién cumplidos los 59. "Una vida a toda velocidad", tituló un periódico francés, quizás Libération. Recomiendo un libro de entonces, no sé si se encontrará: Profils perdus d’Antoine Vitez, de Jean-Pierre Leonardini, el gran crítico de L’Humanité. Julio de 1994. Notas de mi diario de entonces. “La luz de Avignon, contra las piedras blancas. Los plátanos gigantes, inmóviles. Ni un átomo de aire. Un homenaje, una exposición en la iglesia de los Celestinos, Vitez, le jeu et la raison, junto a la calle de la República. Una frase memorable de Leonardini: “Sensación de caminar paso a paso por las circunvoluciones de su cerebro, allá por donde fue sacudido, golpeado por la emoción”.

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