La humillación de un ser humano

Una rotunda y artística película de Rupert Everett, que la ha escrito, producido y dirigido casi como un proyecto de vida

Rupert Everett, como Óscar Wilde.

“Después de una larga e infructuosa espera, me he decidido a escribirte (…), pues me repugna pensar que he pasado en la cárcel dos años interminables sin haber recibido de ti una sola línea”. Oscar Wilde, acusado de sodomía y condenado en prisión, es un hombre derrotado, “antes henchido de amor” y ahora lleno de “maldiciones, amargura y desprecio”, que apenas unos meses antes de su libertad decidió escribir una carta a su amante, Alfred Douglas, causante de sus dichas y sus desdichas. No le salió una misiva cualquiera, sino una epístola de casi dos centenares de páginas, publicada de forma pós...

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“Después de una larga e infructuosa espera, me he decidido a escribirte (…), pues me repugna pensar que he pasado en la cárcel dos años interminables sin haber recibido de ti una sola línea”. Oscar Wilde, acusado de sodomía y condenado en prisión, es un hombre derrotado, “antes henchido de amor” y ahora lleno de “maldiciones, amargura y desprecio”, que apenas unos meses antes de su libertad decidió escribir una carta a su amante, Alfred Douglas, causante de sus dichas y sus desdichas. No le salió una misiva cualquiera, sino una epístola de casi dos centenares de páginas, publicada de forma póstuma con el ejemplar título de De profundis.

LA IMPORTANCIA DE LLAMARSE ÓSCAR WILDE

Dirección: Rupert Everett.

Intérpretes: Rupert Everett, Colin Firth, Emily Watson, Colin Morgan.

Género: drama. Reino Unido, 2018.

Duración: 104 minutos.

Y allí, en las profundidades, las del alma y las del físico, las del amor y las del deseo, a medio camino entre la vida y la muerte, se encuentra el escritor británico en La importancia de llamarse Óscar Wilde, rotunda y artística película de Rupert Everett, que la ha escrito, producido y dirigido casi como un proyecto de vida. Una obra que se sale deliberadamente del concepto habitual de las biografías cinematográficas, quizá porque eso ya estaba filmado en la también notable, pero meridianamente académica, Wilde (Brian Gilbert, 1997), protagonizada por otro intérprete que, por estilo físico y vital, parecía haber nacido, como Everett, para ser algún día el escritor de El retrato de Dorian Gray.

Con un trabajo fotográfico que se sale de lo convencional, de tintes casi tenebristas, que confluyen con los abismos de un hombre sufriente, la película de Everett aborda sus tres últimos años de vida, sus días en el exilio parisino, pero desde un orden que se aleja de lo cronológico para acercarse a la pincelada impresionista, personalísima y perceptiva, donde no hay flashbacks del triunfal pasado del escritor, el artístico y el social, sino apenas insertos, planos sueltos entre lo psicológico y lo onírico.

Everett ha compuesto un relato donde siempre está presente la complejidad de Wilde, su poesía, sus impulsos, su vanidad, sus fiestas, su audacia, su distinción y su sordidez. Pero, sobre todo, ha logrado una película sobre la humillación: “Durante media hora me quedé bajo la lluvia gris rodeado de una turba socarrona”. La de un hombre brillante, la de un adicto al deseo, en un tiempo imposible.

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