El amor es bestia

El modo en que se introducen precisas notas de inquietud contrapesa las prescindibles, y obvias, escenas oníricas

Fotograma de 'Beast', de Michael Pearce.

Condenado a treinta años de cárcel por trece casos de asalto y violación, Edward John Louis Paisnel fue bautizado como la Bestia de Jersey por los medios de comunicación que articularon un sostenido discurso de paranoia durante los once años que duró su actividad criminal. El director Michael Pearce todavía no había nacido cuando Paisnel dio forma a su leyenda oscura entre 1960 y 1971, pero ese episodio de la crónica negra local se ha convertido en germen de su primer largometraje, que, desde la propia tipografía del título, intenta proponer un vínculo, aparentemente contra natura, entre esa h...

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Condenado a treinta años de cárcel por trece casos de asalto y violación, Edward John Louis Paisnel fue bautizado como la Bestia de Jersey por los medios de comunicación que articularon un sostenido discurso de paranoia durante los once años que duró su actividad criminal. El director Michael Pearce todavía no había nacido cuando Paisnel dio forma a su leyenda oscura entre 1960 y 1971, pero ese episodio de la crónica negra local se ha convertido en germen de su primer largometraje, que, desde la propia tipografía del título, intenta proponer un vínculo, aparentemente contra natura, entre esa historia real y la dinámica de los cuentos de hadas.

BEAST

Dirección: Michael Pearce.

Intérpretes: Jessie Buckley, Johnny Flynn, Geraldine James, Trystan Gravelle.

Género: terror. Reino Unido, 2017

Duración: 107 minutos.

En Beast, una joven problemática, encerrada en el castillo de un orden disciplinario familiar orquestado por su madre severa, cree reconocer al príncipe azul que la liberará de su encierro en la figura de un joven que podría ser, al mismo tiempo, el asesino que aterroriza la región. Pearce imprime una visceral voluptuosidad a sus movimientos de cámara –una cámara que parece revolcarse felizmente en el fango- cuando los cuerpos de los amantes se encuentran en el lenguaje común del goce. El modo en que se introducen precisas notas de inquietud –el primer atisbo de la fragilidad del joven, la frase de la policía interrogadora sobre la “guerra contra el mundo” de la protagonista- contrapesa las prescindibles –y obvias- escenas oníricas en este trabajo que, compartiendo campo semántico con la reciente Border, no alcanza el nivel de perturbación de la película sueca.

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