Paul B. Preciado, el comisario más influyente del arte contemporáneo

La lista anual de la revista 'Art Review' destaca al filósofo y activista transgénero. En el puesto 51 aparecen Manuel Borja-Villel, director del Museo Reina Sofía, y Joao Fernandes, su adjunto

Paul B. Preciado en la inauguración de la exposición de Lorenza Böttner en La Virreina.

Paul B. Preciado ha entrado directo al puesto 23 de la lista de los personajes más influyentes y poderosos del mundo del arte, elaborada por la revista Art Review desde hace casi dos décadas. Entre artistas, galeristas y directores de museos de arte contemporáneo, el filósofo y activista aparece como el primer comisario de la clasificación, gracias a su capacidad para incluir en la agenda del relato cultural enfoques e inquietudes centradas en las políticas sexuales, identidad de género y discursos queer.

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Paul B. Preciado ha entrado directo al puesto 23 de la lista de los personajes más influyentes y poderosos del mundo del arte, elaborada por la revista Art Review desde hace casi dos décadas. Entre artistas, galeristas y directores de museos de arte contemporáneo, el filósofo y activista aparece como el primer comisario de la clasificación, gracias a su capacidad para incluir en la agenda del relato cultural enfoques e inquietudes centradas en las políticas sexuales, identidad de género y discursos queer.

En el puesto 51 aparecen Manuel Borja-Villel, director del Museo Reina Sofía, y Joao Fernandes, su adjunto, por “resistirse al atractivo de las exposiciones de éxito en taquilla”. La revista destaca que gracias al dúo la institución tiene “una intención más radical –Fernandes era un activista comunista de perfil alto en su juventud– en este momento”. Art Review destaca las declaraciones de Borja-Villel en defensa de su línea, en las que señala que bajo “el capitalismo las audiencias corren el riesgo de convertirse en autómatas consumidores y obedientes”. A la publicación le llama la atención la ecléctica línea de exposiciones temporales, en las que se ha incluido a George Herriman, Fernando Pessoa, Eusebio Sempere, Dora García, Artur Barrio o el fenómeno del Dadá ruso.

Paul Beatriz Preciado es un hombre transgénero, en proceso de desidentificación de la feminidad y denuncia la limitación de las opciones para construir cualquier subjetividad y la ausencia de libertad para ello. Entiende el comisariado de arte en los espacios institucionales y museos como una forma de activismo cultural y eso le ha traído algún disgusto. Hace tres años, Bartomeu Marí, entonces director del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA) censuró una pieza de la artista austriaca Ines Doujack, incluida en la muestra La Bestia i el Sobirà. La obra representaba al rey Juan Carlos sodomizado por la líder laborista boliviana Domitila Barrios de Chúngara. Marí cerró la exposición y despidió a Valentín Roma, Conservador jefe, y a Preciado, Jefe de programas públicos, y comisarios de la muestra. Marí también dimitió.

Roma dirige desde hace dos años La Virreina Centre de la Imatge de Barcelona y acaba de inaugurar la exposición Réquiem por la norma, sobre la obra de Lorenza Böttner, artista chilena que pintaba con los pies y la boca y cuyo trabajo “constituye un himno a la disidencia corporal y de género”. El comisario es Paul Preciado y vuelve a exponer la diversidad de cuerpos y géneros y a denunciar su invisibilización. Este año, Preciado ha terminado su papel como Comisario de Programas Públicos en Documenta 14 (Kassel y Atenas), donde desarrolló un dispositivo de exposición que llamó Parlamento de los cuerpos, que viaja ahora por otras instituciones internacionales. En el Museo de arte moderno de Varsovia ha reunido a colectivos antifascistas, transfeministas, antiracistas y artísticos de la ciudad, en una coalición contra la ultraderecha. Y atiende a este periódico durante su viaje a Taipei, para trabajar sobre la artista Shu Lea Cheang, que representará a Taiwán en la Bienal de Venecia de 2019.

Un espacio para disentir

Explica Preciado a EL PAÍS que “el museo no debe construir un relato, porque un relato es un consenso, un punto de vista, y por tanto una frontera que genera exclusión”. “El rol revolucionario del museo es convertirse en un espacio conde se puedan discutir y negociar sin cesar las representaciones y los lenguajes disidentes. Un lugar de disenso y de confrontación democrática y no de consenso normativo”, añade. Para Preciado es imprescindible poder imaginar el cambio el museo es crucial para ello, porque es un espacio en el que se encuentran artistas, activistas y críticos de todos los ámbitos “para construir nuevos imaginarios sociales”. Para eso, el museo hoy y del mañana debe ser un centro de experimentación social.

Es autor de Testo yonqui (Espasa Calpe), Pornotopía. Arquitectura y sexualidad en 'Playboy' durante la guerra fría (finalista del Premio Anagrama de Ensayo 2010) o Manifiesto contrasexual (Anagrama), entre otros libros. La próxima primavera publicará en Anagrama Un apartamento en Urano. Preciado define el museo como “una máquina colectiva de construcción de imágenes de la norma y de la patología, como un gran aparato colectivo a través del que se construye el relato nacional, de invención de memoria”. Además, apunta que es un dispositivo que nos enseña a mirar, que “nos dice qué hay que mirar y cómo hacerlo”.

Con incluir no basta

“No se trata de 'incluir' a las mujeres, los homosexuales, transexuales, o discapacitados en el museo… De hecho, ya estaban incluidos, pero a través de una mirada que los construía como objeto de deseo (en lugar de sujeto de la representación) o como desviados o patológicos. Se trata de cuestionar la epistemología normativa del museo, es decir los marcos de representaciones del museo que establecen la diferencia entre lo masculino y lo femenino, entre lo normal y lo patológico”, explica a este periódico. A Preciado le interesan las obras y actitudes que cuestionan la narración hegemónica de la historia del arte y nuestro modo de mirar. “No se trata solo de incluir mujeres, homosexuales o artistas no-blancos, sino de modificar los marcos de representación normativos, que han construido la diferencia patriarcal y colonial, que hace que unos cuerpos sean sujetos de la representación y otros objetos subalternos”, añade.

El personaje más poderoso de la lista de Art Review es David Zwirner, galerista con un emporio que se extiende por Nueva York, Londres y Hong Kong. Pero otra de las entradas llamativas es la del pintor negro Kerry James Marshall, de 62 años, que ha pasado del puesto 68 al segundo lugar, tras la venta de Past Times por 18 millones de euros. El cuadro ha pasado a poder del rapero Puff Daddy, que pagó el pasado mayo el precio más alto jamás pagado por un cuadro de un artista negro vivo. La comunidad negra protege y reivindica lo propio, con su dinero, su poder y su fuerza, como hicieron los Obama con sus retratos presidenciales en la National Portrait Gallery, encargados a Kehinde Willey y a Amy Sherald. La mirada del blanco nuclear en el mercado del arte se ha manchado (un poco) este 2018. En el enorme lienzo de Marshall, un grupo de afroamericanos se divierte en un idílico entorno, con actividades que tradicionalmente se esperan sólo de los blancos. De hecho, es una revisión de la pintura de ocio burgués del siglo XIX, a la manera de La Grand Jatte, de Seurat, o del Almuerzo campestre, de Manet.

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