La palabra justa
La poética de Francisca Aguirre se construye firme en los márgenes
"Aquellas niñas en hilera/ que cantaban para espantar el hambre,/ son estas que escriben hoy poemas”, retrata Francisca Aguirre en Los trescientos escalones. En estos versos laten muchas de las constantes de su obra: la memoria que vertebra el presente, la intimidad como hecho político, la reflexión sobre la identidad de la mujer o la conciencia de que las palabras tienen “su pequeña historia, su árbol genealógico, su raíz y su descendencia”, tal y como evocaba en una poética.
El jurado ha subrayado la filiación machadiana de Aguirre, y la inteligencia con la que sus poemas log...
"Aquellas niñas en hilera/ que cantaban para espantar el hambre,/ son estas que escriben hoy poemas”, retrata Francisca Aguirre en Los trescientos escalones. En estos versos laten muchas de las constantes de su obra: la memoria que vertebra el presente, la intimidad como hecho político, la reflexión sobre la identidad de la mujer o la conciencia de que las palabras tienen “su pequeña historia, su árbol genealógico, su raíz y su descendencia”, tal y como evocaba en una poética.
El jurado ha subrayado la filiación machadiana de Aguirre, y la inteligencia con la que sus poemas logran conciliar rasgos antónimos: la ternura —un recuerdo infantil o un apunte de lectura— enciende el dolor, no lo apacigua, y lo cotidiano que la Historia ignora actúa, a su vez, como filtro de la Historia misma. Sin embargo, a diferencia de don Antonio —así suele nombrarlo ella—, Aguirre desplaza de interior a interior la escena del poema: el autorretrato lo convierte en una fotografía de grupo, y traslada su reivindicación a los espacios domésticos.
Los espacios domésticos los ocupan las mujeres, protagonistas de la obra de Aguirre, orgullosa y militantemente feminista. Cede su voz alta y firme a las vencidas en la guerra —es una de ellas—, a las que saben “que los muertos no mueren”, a las que sienten el hambre “y la bomba atómica”. Resignifica las referencias culturales: adjudicó en Ítaca otros gestos a Penélope, y en Los maestros cantores cambió de tiempo —más acorde con su pensamiento: “lo tuyo era el futuro”— a Teresa de Cepeda. Cada uno de sus libros obedece a una intención clarísima: no se limita a recopilar poemas, sino que enhebra con ellos un discurso.
La poética de Aguirre —reunida en Ensayo general (Calambur)— se construye firme en los márgenes: desde la valentía y la entereza, habla sobre aquello que otros suelen evitar. Se construye también en la palabra justa: la palabra exacta, la del significado y la música precisos, pero también la palabra digna, humana, necesaria.