La noche del pusilánime

El director muestra un aceptable manejo de la tensión, el relato se diversifica bien, pero gran parte de lo contado supera lo creíble y entra en lo inaudito

Julián Villagrán, en 'Cuando los ángeles duermen'.

La serie de circunstancias concatenadas que llevan a una situación límite en el thriller que se apoya en la cotidianidad no exigen una credibilidad absoluta. La vida no siempre es lógica, y justo por eso se trata de intrigas criminales, porque se producen sucesos que se salen de lo habitual. Sin embargo, el cine debe luchar siempre para que esas situaciones resulten plausibles dentro de su singularidad, no tomar atajos con un recurso excesivo a la casualidad, y, sobre todo, que los comportamientos encajen con el dibujo de personajes que los propios autores han decidido crear.

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CUANDO LOS ÁNGELES DUERMEN

Dirección: Gonzalo Bendala.

Intérpretes: Julián Villagrán, Marian Álvarez, Ester Expósito, Marisol Membrillo.

Género: thriller. España, 2018.

Duración: 91 minutos.

La serie de circunstancias concatenadas que llevan a una situación límite en el thriller que se apoya en la cotidianidad no exigen una credibilidad absoluta. La vida no siempre es lógica, y justo por eso se trata de intrigas criminales, porque se producen sucesos que se salen de lo habitual. Sin embargo, el cine debe luchar siempre para que esas situaciones resulten plausibles dentro de su singularidad, no tomar atajos con un recurso excesivo a la casualidad, y, sobre todo, que los comportamientos encajen con el dibujo de personajes que los propios autores han decidido crear.

En Cuando los ángeles duermen, segundo largometraje de Gonzalo Bedala, su guionista en solitario y director presenta a un protagonista pusilánime, pero quizá no tanto como para cometer tan larga lista de estupideces, y no saber resolver ni una sola de las circunstancias adversas que le llevan a un infierno nocturno relacionado con un crimen. Y aunque sea cierto que hay autores que apoyan esas contingencias en ciertos estudios sobre el azar, no es el caso. Y aunque también sea evidente que hay y ha habido autores cuyas intrigas se desvían a propósito del naturalismo (Hitchcock como exponente máximo), tampoco es este el caso.

Bendala muestra un aceptable manejo de la tensión, el relato se diversifica bien en varias acciones, y todos los intérpretes, con Julián Villagrán como protagonista, hacen un buen trabajo. Pero la parte final de la historia parece otra película, aún más inaudita, y, lo peor, a esas alturas puede que el espectador haya tirado ya la toalla ante la indolencia del personaje y el ilusionismo del guion para ir atando cabos.

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