El ingrediente de la calma

La muerte en accidente de un adúltero no deja una viuda sino dos: una mujer y un hijo desamparados en Jerusalén, y un amor esporádico pero ferviente en Berlín

Tim Kalkhof, en 'El repostero de Berlín'.

La muerte en accidente de un adúltero no deja una viuda sino dos. O, como en el caso de El repostero de Berlín, una mujer y un hijo desamparados en Jerusalén, y un amor esporádico pero ferviente en la capital alemana, y además hombre. Un conflicto de evidentes posibilidades narrativas y emocionales, que el cine ha tratado unas cuantas veces, con la española Los inocentes (Juan Antonio Bardem, 1963) y la estadounidense Caprichos del destino (Sydney Pollack, 1999) como exponentes máximos de la tragedia de las casualidades, expresadas posteriormente como análisis de las...

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EL REPOSTERO DE BERLÍN

Dirección: Ofir Raul Graizer.

Intérpretes: Tim Kalkhof, Sarah Adler, Zohar Shtrauss, Roy Miller.

Género: drama. Israel, 2017.

Duración: 104 minutos.

La muerte en accidente de un adúltero no deja una viuda sino dos. O, como en el caso de El repostero de Berlín, una mujer y un hijo desamparados en Jerusalén, y un amor esporádico pero ferviente en la capital alemana, y además hombre. Un conflicto de evidentes posibilidades narrativas y emocionales, que el cine ha tratado unas cuantas veces, con la española Los inocentes (Juan Antonio Bardem, 1963) y la estadounidense Caprichos del destino (Sydney Pollack, 1999) como exponentes máximos de la tragedia de las casualidades, expresadas posteriormente como análisis de las causalidades, y que el director israelí Ofir Raul Graizer expone en su película con la amarga calma de la pérdida y la elegancia de la huida de lo aparatoso.

La compresible curiosidad del amante berlinés por la vida judía de su fallecido amante lleva a un encuentro en Jerusalén, en el que una de las partes tiene toda la información, pero que nunca se despliega por el terreno melodramático sino con la apacible dulzura del amor por unos personajes de exquisita ambigüedad. A través de planos fijos de notable expresividad artística, Graizer articula su relato fijando su mirada en los rostros dolientes pero aún enamorados y, sobre todo, en la vida propia que adquieren los objetos tras un drama, ya sea una tarta, un móvil con decenas de llamadas perdidas o la factura de un restaurante.

Y, como no podía ser de otro modo con la nacionalidad elegida por los creadores, de un modo sutil, se va abriendo también una tranquila reflexión sobre las relaciones de los alemanes con los judíos, y una palmaria crítica hacia las prácticas religiosas llevadas al extremo. Todo ello con el mismo carácter reposado, tierno y, a la vez, punzante.

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