Los dos rostros de Gloria

La película no juega a la mitomanía necrófila, ni se muestra interesada en hurgar en las heridas de la decadencia

Fotograma de la película 'Las estrellas de cine no mueren en Liverpool'.

Isaki Lacuesta abría su documental La noche que no acaba (2010) buscando una rima entre dos rostros: el de la esplendorosa Ava Gardner de Pandora y el holandés errante (1951) y el de la misma estrella en Harem (1986), con la mirada crepuscular de quien acaba de “beberse la vida”, como diría Marcos Ordóñez, autor del libro que inspiraba ese brillante trabajo. Las estrellas de cine no mueren en Liverpool es, también, una película que bascula entre los dos rostros de una misma mujer, aunque, en este caso, la distancia temporal que separa a la Gloria Grahame vit...

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Isaki Lacuesta abría su documental La noche que no acaba (2010) buscando una rima entre dos rostros: el de la esplendorosa Ava Gardner de Pandora y el holandés errante (1951) y el de la misma estrella en Harem (1986), con la mirada crepuscular de quien acaba de “beberse la vida”, como diría Marcos Ordóñez, autor del libro que inspiraba ese brillante trabajo. Las estrellas de cine no mueren en Liverpool es, también, una película que bascula entre los dos rostros de una misma mujer, aunque, en este caso, la distancia temporal que separa a la Gloria Grahame vital y veterana que seduce (o, más bien, enamora) al joven actor británico Peter Turner y la actriz enferma que busca el calor del afecto familiar en un hogar de Liverpool es mucho más corta: apenas dos años.

LAS ESTRELLAS DE CINE NO MUEREN EN LIVERPOOL

Dirección: Paul McGuigan.

Intérpretes: Annette Bening, Jammie Bell, Vanessa Redgrave, Julie Walters.

Gran Bretaña, 2017

Duración: 105 minutos.

Partiendo del libro de memorias de Turner, Paul McGuigan ha firmado la película más emotiva, delicada y compleja de su carrera: un trabajo que se beneficia de la propia saturación de significados que una figura como la Gloria Grahame cargaba –su temprana participación en ¡Qué bello es vivir! (1946) parecía anticipar la inquietante cercanía entre la luz y la sombra- y que tiene en una soberbia Annette Bening a una lujosa médium para canalizar tanto el fulgor como la fragilidad de la actriz.

Con sus arriesgados y elegantes saltos temporales resueltos en la propia continuidad de la escena, la película de McGuigan no juega a la mitomanía necrófila, ni se muestra interesada en hurgar en las heridas de la decadencia. Su interés primordial es descifrar una historia de amor sin pasar por alto ninguno de sus matices: que la escena de la ruptura merezca dos puntos de vista supone, así, una transparente declaración de principios en un trabajo donde el estilo sublima y no emborrona.

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