Arte chino, una controvertida historia

El Guggenheim de Bilbao abre una exposición con dos obras que el museo retiró en Nueva York ante las críticas. Organizaciones opuestas al maltrato animal se manifiestan contra la muestra, que recrea el cambio del país asiático

Los visitantes observan una de las obras de la exposición 'Art and China After 1989. Theater of the World' en el museo Guggenheim, en Bilbao.Foto: atlas | Vídeo: FERNANDO DOMINGO-ALDAMA | ATLAS

Los artistas chinos se empeñan una y otra vez en mostrar, con su característica poca moderación, su fortaleza y capacidad para cambiar el paradigma del arte mundial. Así lo llevan anunciando desde el pasado otoño en el Museo Guggenheim de Nueva York, y lo seguirán haciendo cuatro meses más en la sede bilbaína. La exposición Art and China After 1989. Theater of the World es un jardín de las delicias universal, un doble tríptico...

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Los artistas chinos se empeñan una y otra vez en mostrar, con su característica poca moderación, su fortaleza y capacidad para cambiar el paradigma del arte mundial. Así lo llevan anunciando desde el pasado otoño en el Museo Guggenheim de Nueva York, y lo seguirán haciendo cuatro meses más en la sede bilbaína. La exposición Art and China After 1989. Theater of the World es un jardín de las delicias universal, un doble tríptico que representa lo más disruptivo del arte chino de los últimos años, con animales reales y fantásticos, desnudos, lascivia, antropofagia y pecados capitales.

Y también polémica. En Nueva York ocurrió lo que ahora se interpreta como el primer testimonio de reivindicación a escala mundial It Too, inaugurado con las protestas de un público tan poco pasivo como el estadounidense —más de 750.000 firmas en plataformas online— contra un supuesto maltrato animal en tres trabajos: la instalación de Huang Yong Ping, Teatro del mundo (1993) es un hibernáculo donde conviven, luchan y se devoran insectos y reptiles; Dogs Than Cannot Touch Each Other (2003), de Peng Yu y Sun Yuan, registra en un vídeo el desgaste adrenalínico de cuatro pares de pitbulls que no pueden entrar en combate al estar sujetos con arneses; y en A Case Study of Transference, de Xu Bing, dos cerdos —uno con pictogramas y el otro con caracteres latinos— copulan a lo bestia durante horas. El Guggenheim de Nueva York decidió entonces retirar las obras. El de Bilbao ha optado por mostrar dos y dejar fuera la del combate canino.

Hace tiempo que ha quedado claro que la retirada o modificación de obras de arte por presión popular o censura crea un efecto rebote. En Bilbao –donde, por cierto, las escasas protestas antitaurinas se perciben con cierta indiferencia— estudiantes de Bellas Artes y colectivos “antiespecistas” han recogido firmas (más de 60.000 en seis días) y han anunciado concentraciones para hoy, cuando se inaugure oficialmente la muestra. El museo emitió ayer un comunicado en el que negaban que la exposición alentase el maltrato animal, y recalcaban que la institución “está a favor de los derechos de todos los seres vivos, por lo que ha puesto el mayor empeño en asegurar las mejores condiciones para ellos”.

Más allá de esas obras, la retrospectiva reúne 120 trabajos de dos generaciones de artistas que durante los años ochenta accedieron a la información que venía de Occidente para actuar sobre la costra maoísta de su país, restaurándola y endulzándola capa a capa, como si barnizaran un pato, primero con una pintura de fulgente espectacularidad, etiquetada como “realismo cínico” —un, por así decir, pop político entrenado en el realismo socialista— y posteriormente con una aún más impetuosa oleada de obras experimentales, realizadas mayoritariamente por artistas hombres, que se asimilaron a todo lo que acontecía en el simpático planeta dadá, con sede en París y Nueva York, entrando en el saco sin fondo de un “conceptualismo global” que acabó funcionando como una gran zona de patinaje.

Una obra de la exposición en el Museo Guggenheim de Bilbao.FERNANDO DOMINGO-ALDAMA (EL PAÍS)

Aquella intensidad protestante que eclosionó con la masacre de Tiannamen (1989) y se domesticó bajo el látigo de la pólvora olímpica de 2008 (con las ceremonias diseñadas por Cao Guo Qiang) se condensa en seis compartimentos temáticos: las instalaciones, fotografías, pinturas y performances de 70 artistas y colectivos, publicitadas ahora como un fenómeno universal listo para su consumo rápido en una ciudad, Bilbao, donde además de con la boca, se come con los ojos. “Hablamos de arte experimental y hablamos de China, nunca de arte chino”, insiste Alexandra Munroe, comisaria de la muestra junto a Hou Hanru y Philip Tinari.

El recorrido comienza con la mencionada pieza que da titulo a la exposición, Theater of the World (Teatro del mundo, 1992), de Huang Yong Ping, un terrario que adopta la forma de animal híbrido, serpiente y tortuga (en la cosmología china, el Xuanwu es el par más potente a partir de cuya unión se crea el universo). Este pequeño zoo donde se arrastran y se devoran reptiles e insectos, es la cárcel mensurable e indecente del mundo actual, un sistema de vida y muerte que se replica en otra gigantesca pieza instalada al final del recorrido, Precipitous Parturition (Alumbramiento apresurado, 2000), un dragón retorcido de 20 metros confeccionado con cámaras de ruedas de bicicleta colgadas del techo, que sufre los dolores de la globalización: el vientre de la bestia está a punto de desovar cochecitos de plástico negro, un parque jurásicomóvil que extinguirá muy pronto la cultura que inventó la rueda. La obra nació después de que su autor Chen Zhen (Shangai, 1955 - París, 2000) leyera en un periódico chino un texto donde se anunciaba que, con el cambio de siglo, cien millones de personas tendrían su propio coche, con el eslogan “Únete a la competencia en esta industria”.

La exposición no defraudará al público ávido de sensaciones. La mayoría de las obras aparentan más de lo que significan, y en esto se asemejan a la manera en que la generación de los Young British Artists (YBA) triunfó en los mercados durante los noventa, con sus tácticas de choque, su expeditivo manejo de la publicidad, su uso de animales y su postmodernismo reaccionario. El arte chino de las dos últimas décadas es una versión posterior de aquéllas. Y no es un eufemismo de “falsificación”, sino un movimiento artístico más, con permiso del mayor empresario-contestatario del planeta, Ai Weiwei.

Los “chicos malos” del arte chino

Gu Dexin. Piezas de plástico. (1983-85). Uno de los tres artistas chinos -con Huang Yong Ping y Yang Jiechang- incluidos en la primera exposición mundial de arte contemporáneo surgida tras el fin de la guerra fría, "Magiciens de la Terre" (1989, Centro Pompidou, París). Padre del nuevo arte chino, sus obras más conocidas, de influencia beuysiana, están hechas con plásticos quemados con soplete, de los que resultan formas parecidas a órganos humanos.

Big Tail Elephant Group (Grupo Elefante de Gran Cola). Performance 5 Hours. 1990-98. Sus trabajos, deliberadamente ingenuos y amateurs, se deleitan en el caos de las grandes urbes y el derroche consumista. "La obra de arte no es un objeto material sino un lugar", afirman. En la performance "5 Horas", uno de los componentes del colectivo, Chen Shaoviong, permanece sentado durante ese tiempo conectado a una escultura en forma de vaca hecha de madera y tubos fluorescentes.

Xu Bing. A Case Study of Transference, 1994. La obra de este veterano del arte conceptual tiene como protagonistas a dos cerdos de cría, un macho que tiene la piel pintada con palabras en alfabeto latino y una hembra, decorada con grafías chinas, ambas ilegibles. Los animales se aparean en un entorno lleno de gente. La transferencia es una alegoría cultural humorística en que los cerdos (híbridos de la raza Yorkshire americana y Changbai china), interpretan un encuentro productivo y desigual entre Oriente y Occidente.

Zhang Huan. 12 Square Meters (1994) Asociado a un displicente colectivo de artistas de lo que se conoce como el East Village de Pekín –el área de Dashanzhuang era un laberinto en ruinas de granjas y basureros situado al este de Pekín- utiliza su cuerpo como prueba resistente de identidad. En la performance Doce metros cuadrados, embadurna su piel desnuda con aceite de pescado y miel y se sienta en un retrete público plagado de moscas. "Si se puede defender que el cuerpo es nuestra única posesión verdadera, hacerse daño es un instrumento de crítica social".

Quiu Zhijie. Map of the Theater of the World. 2017. Un gran mapa dibujado a tinta –la única pieza encargada por el Museo Guggenheim para la exposición- combina fantasía y política en torno a la historia reciente del mundo. Recuerda los mapas que Saul Steinberg hizo para el New Yorker.

Ai Weiwei. Su instalación hecha con millones de pipas para la Turbine Hall de la Tate Modern, en 2010, clausuró la edad de hierro del sensacionalismo chino. Es el único artista chino tildado oficialmente de "disidente" y está considerado el más influyente del mundo.

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